Antonio Sánchez Alarcón
Nadie que haya visto Hados podrá olvidar a Gabriel y Francisco, aquellos dos espectros que deambulan por las calles de San Cristóbal como si el siglo XIX no hubiera terminado nunca. Los encarnan, con una hondura que estremece, Rodolfo Omaña y Alirio Pérez, dos actores tachirenses ya fallecidos, pero que en esta cinta bajo la dirección de Carlos Molina logran lo que pocos alcanzan en el arte: Resucitar. No solo sus personajes, sino su alma interpretativa.
Con la compostura de los hombres que han conocido el honor y el agravio, Gabriel y Francisco regresan de entre los muertos para contar su historia: Fueron colgados injustamente del árbol de los ahorcados por orden del sanguinario Simón Gómez. “Nosotros no merecíamos la muerte que tuvimos”, dice Gabriel con una voz que parece venida del fondo de un libro olvidado. “Nunca fuimos capaces de ahogar un palomo en la casa de nuestras abuelas”.
Esa línea, dicha como quien reza un testamento, resume la esencia de sus personajes: el hombre andino culto, justo y virtuoso, hecho de paciencia, memoria, y un sentido del honor que no necesita testigos.
Omaña y Pérez no actúan; encarnan. Respiran un pasado que parece seguir andando con alpargatas por la calle 16. Buscan justicia con la dignidad de los que no piden nada, solo verdad. En sus diálogos, en sus miradas al vacío, en los silencios que habitan como si fueran un templo, uno cree de verdad que los fantasmas del Táchira aún tienen algo que decir.
En una película habitada por jóvenes promesas de la actuación tachirense —como Andrea Aguilar, que interpreta a Lilian con una intensidad contenida y conmovedora; Katherin Carmona, que dota a Nina de una energía telúrica y misteriosa; y Wryan García, cuya ambigüedad seductora da vida al enigmático Sergio—, estos dos veteranos sostienen con sus apariciones la columna vertebral de la historia. Son el ancla del alma de la película, los que unen los siglos, los que entienden que el amor y la muerte a veces son lo mismo, solo cambiados de ropa.
Por eso, no basta con evocarlos: Es urgente que su talento reciba el homenaje que les corresponde. El Concejo Municipal de San Cristóbal, la Gobernación del estado Táchira o cualquier otra institución con sensibilidad cultural debería otorgarles un reconocimiento póstumo a estos actores formidables. No por nostalgia, sino por justicia. Porque si los muertos caminan, como en Hados, es porque hay cosas que todavía deben decirse.
Y Rodolfo Omaña y Alirio Pérez —Gabriel y Francisco— lo dijeron todo, con la serenidad de los que ya saben cómo termina la historia.