Opinión

San Cristóbal es una escalera

30 de agosto de 2021

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San Cristóbal no es solo la ladera. Sí, con la traza de sus calles longitudinales se organizan como la urdimbre, a la par, sus carreras ondulantes como olas son la trama, que presentan el tejido de una topografía segmentada por el pasaje Arismendi, el Grupo Escolar Carlos Rangel Lamus, el Liceo Simón Bolívar, la casa de Gobernación del Estado, el Pasaje Acueducto, eterno en sus historias, por sus locales comerciales a través del tiempo, su acontecer nocturno, su diálogo diario de colores y, a medida que vamos ascendiendo nos encontramos con el Obelisco de la Colonia Italiana en la Av. 19 de Abril. A su lado Izquierdo, luego de pasar por la plaza Los Mangos, tenemos el Pasaje Pirineos, donde nos encontramos con la esquina histórica de la Capilla de los Ahorcados.

En la trama de sus carreras, desde su inicio en la Marginal del Torbes, estas representan los peldaños de esa gran escalera topográfica, que he recorrido por sus calles, que suman aparejadas como los largueros que sujetan esos peldaños y me han llevado hasta la parte alta de la ciudad. En la medida que ascendemos, cada calle suma como un peldaño que se conjuga en la horizontalidad de cada una de las carreras que atraviesan la ciudad de Norte a Sur; nos conducen a encontrarme con ladera de la montaña, con el bosque de coníferas, que hace alusión al Pirineos europeo, tener una agradable sensación al observar el follaje de los pinos, alimentarme de la fragancia de su perfume, sus hilachos que tapizan su suelo. Caminar sobre sus aceras quebradizas por sus barrios, La Ermita, San Carlos, lo que es un capítulo aparte de la ciudad: el Barrio Obrero, en el entorno de sus calles, un recinto residencial como comercial, su colorido, la topografía de su trazado, es un descanso al seguir ascendiendo hasta el barrio Libertador, barrio Sucre y, llegar a Pirineos y querer arroparme en los pliegues de esa gran cabellera como es llegar a esa parte alta de la ciudad, la de los pliegues de las faldas de esa montaña, que nos alegran en su colorido, cada amanecer, hasta el atardecer.

Es el viaje ascendente, en ese tejido de trama y urdimbre,  donde se levanta la vista, como en un juego de ojos es regresar en la mirada hacia el Oeste, al inicio de nuestro caminar, hacia el Norte y hacia el Sur dibujar en ese observar al sesgo, el ondulado del pavimento, con sus aceras, y tener al frente esa pared verde, con sus picos y pliegues que está al final como si fuese un horizonte, pero que va más allá; que en el transcurrir del tiempo, el colorido de su verde se hace más verde en el oscuro por la sombra de una nube grisácea y en el difuminado inverso al verde claro ante el sol radiante de un mediodía, llegar a Pirineos y tener que buscar un lugar para sentarme y tomar un café. 

El descanso, tomando un café marrón, recorriendo en mis memorias el camino trazado sobre mis pasos.

Karl Ludewig

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