Néstor Melani Orozco
Había en mi casa solar un salón de memorias, muchos libros y un viejo grabador de cinta magnetofónica, mientras lienzos olor a pan y cantar de gallos.
Y como sucesos se había fundado en aquel pueblo viejo tachirense, llamado La Grita, un Liceo Civil. El liceo para los pobres, que alternaría frente al portentoso Militar Jáuregui.
Allí sus metas, hacer bachilleres, en aquel hermoso claustro que fue el seminario eudista francés. . .
Mientras esto sucedía, una mañana de las clases, en la materia de Castellano, el dichoso profesor, Pedro Arístides Salas, les narró a los alumnos sobre mis viajes simbólicos con los imaginarios dibujos, los primeros atrevimientos de intentar escribir teatro, narrar a través de los dibujos y las visiones líricas de mi estadio del alma.
¡Apenas contaba con aquella primera juventud!
Vinieron varios de aquellos alumnos a mi salón de memorias, a mi casa; pues les había causado curiosidad lo dicho por el notable profesor Salas. Y muy después, una tarde, vino Hugo Colmenares, en su curiosa esencia, y le enseñé mis ideas, y hasta con mi cuatro improvisó versos en la dichosa grabadora. Desde ese día de 1968 nos volvimos hermanos.
Más de seres, entre versos y la pureza de la máquina fotográfica de su padre. Y de siglos los bocetos de mi padre que eran vuelos de viajes y lunas… de ángeles y demonios.
Un día los albores cambiaron, y de viajeros nos encontramos, el periodista del viejo periódico de Miguel Otero Silva, y yo, exponiendo mis inviernos en los salones del Círculo Militar de Caracas.
Volvía el encuentro para emprender el viaje en tren por “Las siete largas noches”, como de lunas y estaciones, cartas benditas de estrellas y cometas, de ríos perdidos buscando el azul de los océanos, y de verdades como rosas, pero también con lágrimas y espinas. En lo más inmenso y sagrado de la lealtad y el compromiso de todas las verdades…
Nos escribimos muchas memorias, más adentro de lo que se dijo en la vieja grabadora, y nos dibujamos los desvelos, muy después del amanecer en Macuto, para entender al pintor desde la infancia, de los Olivares del ensueño, o de los pañuelos blancos en un ritual de recuerdos con el claustro del Seminario de La Grita, fingiendo el mundo infantil de toreros, en una ceremonia de payasos y mimos, o dejando los versos en la vieja capilla neogótica con “Las Cinco de la Tarde” en los monólogos de José Laurencio Zambrano, en sus vísperas de irse a Chile a estudiar Filosofía y regalarle malvas a Violeta Parra…
Donde en el sueño, Homero Parra, recién venido de Maracay, iba a saber del teatro y a edificar ilusiones sagradas.
Y desde el amanecer, Victoria Vicuña abría los encantos hacia un mundo…entre mis exposiciones en el viaje del tren…
Y Hugo creciendo con las páginas de los encantos del carrusel del tiempo, por el viaje de las siete noches eternas en el tren…
En los “Socaires” del periódico y los cuentos hermosos.
Me pareció de encantos viajar en el tren y entre los ecos del tímpano del Catatumbo, Hugo Colmenares me dijo que dibujara el viaje de la historia, como presencias que abrimos de páginas, del cielo en un hexaedro geométrico telón pintado de Hugo Rangel, en aquel pesebre de la plaza mayor del pueblo, hace 50 años consagrados a las reminiscencias del corazón. Más de aquellas que vinieron del Semanario “Impacto” de Macario Sandoval o del “Juego Floral”, para volver a enaltecer los viejos versos del poeta Teodoro Gutiérrez Calderón, de encontrar en “Los Sueños de Luciano Pulgar” la eternidad de la vida…
Un día me fui a Europa, porque quería saber de las palabras frente al Guernica de Picasso, de ir y venir en los temples de Miguel Ángel en la inmensidad de Sixtina.
Y volví trayendo un cargamento de sueños. Se los describí a Hugo Colmenares más adentro de los espejos. Y el Periodista me invitaba a dibujar en las páginas de El Nacional, entre las bondades de Luis Fernández. Del “Topo” del Metro de Caracas, de Marco Tulio Arellano con sus inmensas generosidades, y las locuras de dibujos imaginarios que percibió Santiago Poll, desde Eneko, una noche del “Gran Café de Sabana Grande”, con las voces de Fruto Vivas o de Pascual Mora muy tiempo después, abriendo los portales para que de infantes se concedieran las otras realidades plásticas. Y mis dibujos los abrió Gabriel Bracho un día, para que desde mi alma se hicieran murales gigantescos… y la hermosa Mariela León respondiera a todas las leales memorias.
Un día Hugo me escribió desde Quito, andaba encontrándose con “La Catedral del Hombre” de Guayasamín. Me escribió también de Sidney en Australia, cuando fue con el grupo teatral “Rajatabla”, donde me invitaba a verme con un Libertador más poeta que Guerrero, mientras entre mis manos mil dibujos se convertían en lecturas y leyendas.
Entre lo mágico, ecológico, humano y sagrado…
En los pétalos de una flor hermosa y la oración edificada en un verso…
Ayer me enviaron la noticia que el Cenal, el Centro Nacional del Libro de Venezuela, bajo un jurado calificador nos concedía el PREMIO NACIONAL DEL LIBRO, a Hugo Colmenares, por sus letras perpetuas y la virtud de llegar a los niños, y a mí, Néstor Melani, por bajar de las rocas los dibujos rupestres y llevarlos en aquel tren que pasó por La Grita y llevaba en sus vagones millones de libros. Entre leyendas, los misterios, las realidades y el color azul de hace muchos años, para un viaje de siete noches, con niños adivinando los secretos del ajedrez, o de amor pintando los campanarios donde se filtraba la luz de una luna de cuentos.
Pensé en la maravillosa revista “Tricolor” y me devolví para encontrar las tintas y aquella carta con dibujos que un día guardamos en una verde botella.
¡Y por un infinito! La botella la echamos a navegar por los mares…
Entonces, entre la pureza de una estrella y los ojos eternos de Bolívar niño, corriendo ilusiones con el pequeño esclavo, Juan de Dios.
Ahora Somos PREMIO NACIONAL DEL LIBRO-2021…
Entre los hechos de las letras y mis ilustraciones, vibrando siglos…
En la carta que se fue en el tren, en una noche viajera…
Néstor Melani-Orozco
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Artista plástico.
Cronista de La Grita.
Premio Internacional de Dibujo “Joan Miro”-1987, Barcelona, España.
Muralista nacional.
Maestro honorario.
Doctor en Arte.
Premio Nacional del Libro-2021.