Porfirio Parada *
¡Él siempre es así!, lo alborotada que es. No le escriba más. Deme su número, la misma cagada, sea serio, ella es un amor. Usted sabe que siempre hay un sapo. No se enrolle. Tremendo pana. Escríbale para ver qué está haciendo. No se ponga a subir fotos. No le de confianza porque cuando usted ve. Yo no me puedo vestir así, ¿será que a ella no le da pena? Estaba perdido. Escríbeme por aquí. Nunca hicieron nada. ¡Qué bobo es ese chamo! no le vaya subir volumen. Un pelo. La última es cuando uno se muera. Todavía no lo apague. No sea toche y beba. Y todavía hay gente que escucha ese tipo de música. Bueno eso es lo que me han dicho de él pero no me consta. ¡Qué loca esa chama! ¿Vio su último estado? ¿Usted la tiene agregada? ¿Ustedes no tienen hambre? ¿Alguien tiene un cargador? ¿Cuál es la clave de aquí? y “a la final” ¿qué cuadraron? Vea su última foto, vea su última publicación. Es que la gente inventa unas vainas. Aquí todos se conocen. Métase en su muro. Me escribió el bruto con “v” pequeña. No le pare. Se vuelven pura paja. Epa rata, ratón, marico, pana, papi ¿tiene yesquero? ¿Cómo era que le decían a ese pana?, como se puso de buena esa mujer, como para agarrarlo a coñazos, como se volvió gorda, como si yo no le hubiera dicho antes, como ha cambiado, como si uno fuera quien sabe qué. ¿Está gordita no? Unos kilitos de más. Es verdad, si va contar, eche el cuento completo toche. No ya que toches. Ya no nos vemos como antes, siempre pendiente de una vuelta. Luego se hace el toche, tiempo sin verlo, ahora me lo encuentro cada vez en la calle. Ese chamo es raro, no sé. Yo casi ni salgo. Que se lo digo yo, yo sé cómo son las vainas. Esto definitivamente es un pueblo. De verdad que sí. Voy a llamar. Coloque altavoz para escuchar, ya va pero, ¿por qué no se calla la jeta mejor? Él no va escuchar, ella tampoco. Envíele un audio. Una nota de voz. No la cague. Mejor le voy a escribir. Estos días le respondí una historia del WhatsApp. Me gustaría. No me respondió. ¿Qué le dijo? “Me dejó en azul”. Jueputa.
En Maracay abundaba la humedad producida por el sol. Me vestí lo más practico posible, tomé agua en varias oportunidades. Me perdí para llegar al extraurbano, sentí el camino como un pequeño laberinto que me hacía confundir con las gotas que caían sobre mi cuerpo y el piso. Luego de pasar por el ruido de la gente y por un túnel pequeño, llegué a una parada solitaria con un solo bus como transporte. Era uno de esos buses Blue Bird coloridos que estaba recogiendo a los próximos pasajeros que iba a destino a Choroní. Llegué al nuevo punto de partida. Nos escribimos desde mi espera hasta cuando el bus empezó a subir por esa montaña inmensa de siglos, vida e historia. Mientras viajé quise ser las montañas, el musgo y las rocas mojadas. Trataba de aspirar el olor verde, dejarme tocar por el sol, el viento, los colores. Absorberme como flora, moverme y estar como fauna. Ser y buscar ser otro. Sacaba la mano, me reía a escondidas, recreaba el pensamiento con datos que yo mismo inventaba, y suponía, jugaba a escribir Venezuela desde el trayecto. Ordenaba y desordenaba ideas y deseos, maldecía las preocupaciones o las dejaba soltar, me sentía atrevido pero no negaba el miedo. Mientras subía el bus subía también mis emociones. Era una mezcla como nuestro mestizaje, pero yo era un pasajero más que solo miraba, callado.
Llegando a Choroní, luego de muchas curvas, montañas y montañas sobre curvas, zigzag, el chofer manejando magistralmente, dando curvas, muy diestro con el volante, entre grandes flores y arbustos exóticos, quedando como 15 minutos de distancia para llegar, nos encontramos con la noticia que no había paso al pueblo por una nueva protesta. Los lugareños de la zona no le llega el gas y deciden trancar. Yo nunca me paré desde que varias personas se pararon de sus asientos, unos (seguro se quedaban por esa esa zona) se fueron y no volvieron, otros salieron y se volvieron a sentar. Yo reposé y veía el comportamiento de las personas ante el contratiempo. Por un momento me alarmé ante la hora de llegada a Chuao, le había dicho a la señora Morelia que estaba allá a las 2:00 pm y era como las 2:30 pm y yo en una tranca. Pasó el tiempo, el frío de la selva, la humedad en el bus y los motores se encendieron. Se abrió el paso. Llegué a Choroní recreando el viaje con un final poco estresado, estaba cansado pero vivo, dispuesto a ver a Chuao en un viaje solitario.
Me atendió un hombre de familia que estaba llegando al terminal también, llevaba en su espalda a la suegra o mamá, esposa e hijos. Tenía ya apartada la posada en Chuao, me dijo como irme del terminal de Choroní hasta donde estaban los peñeros. Yo accedí aunque yo sabía que no era tan complicado. Pero turista es turista. Llegamos y me di cuenta que tenía hambre. Me comí una empanada que me vendió un hombre con atuendo de mujer, me habló de “mi amor” y “mi vida” mientras comía la empanada que me costó 400 bs (de los viejos). Cuando nos montamos al bote mojé medio equipaje por el movimiento de las aguas y por mi inexperiencia. El señor nos dijo que tuviéramos precaución con las manos, tenía que tenerlas alejadas de los bordes, para evitar lamentos y posibles desgracias. Ya el agua, la marea y el sol estaban en mi cuerpo. Estaba a un paso de ese hermoso pueblo con el cultivo de cacao más rico del mundo.
*Lic. Comunicación Social
*Presidente de la Fundación Museo de Artes Visuales y del Espacio
*Locutor de La Nación Radio