Opinión

Tiempos de definiciones

20 de agosto de 2019

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La dictadura socialista ha colocado las cosas en un plano de no retorno. Ha cerrado todos los caminos. Ha burlado todas las reglas universales de la convivencia civilizada. Ha tomado el camino de la irracionalidad y el suicidio. Se han aferrado de tal forma al poder, que su cúpula solo entiende la vida, como el ejercido y disfrute concupiscente del mismo.

Después de las elecciones parlamentarias del 2015, decidieron no hacer más elecciones competitivas, que no sean aquellas donde previamente esté asegurado un resultado favorable, garantizado a través del fraude y el abuso de toda naturaleza. Para ello cerraron la ruta electoral.

Las neuronas de la cúpula se han consumido inventando maniobras “paralegales”, con los cuales darle cierta formalidad jurídica a la aberrante arbitrariedad con la que han usurpado el poder, violando la Constitución y desconociendo al poder Legislativo.

A la lucha  política y a la protesta popular generada por el fraude electoral, la dictadura ha ofrecido la clásica respuesta de toda autocracia: represión.

A la solicitud de una negociación política formulada por la comunidad internacional, la cúpula responde con evasivas, burlas y engaños.

Por eso, a las sanciones que  vienen recibiendo por su vulgar comportamiento, responden con tozudez, profundizando su aislamiento y repudio. Una camarilla que ha saqueado este país, exhibiendo sin rubor, en los países ricos del mundo, sus fortunas mal habidas; que ha producido una tragedia humanitaria y que, además, se da el tupé de insultar a todo Gobierno o ente internacional que les cuestione; se enardece porque le aplican  unas sanciones.

Recordemos el dicho popular: “el que busca, encuentra”. No hay duda que la dictadura, sus principales jefes y beneficiarios, se ha buscado todas las sanciones, y las que aún faltan. No es una injusticia la que se está cometiendo. Es una condena merecida, buscada.

Por supuesto, algunas de esas sanciones, por estar dirigidas al Gobierno, nos afectarán a todos los ciudadanos. Pero no hay duda que esos efectos en nada se comparan con la destrucción adelantada por la camarilla criminal usurpadora del poder.

La situación ha llegado a un punto de definiciones.

La dictadura ha producido una tragedia de colosales dimensiones. Rescatar la democracia ha tenido ya un costo muy elevado para todos nosotros. Concretar ese rescate tendrá unos duros costos adicionales.

Salir ahora a cuestionar las sanciones, a deplorar las mismas, con el sofisma de que algunas de ellas nos afectarán como habitantes del país, es en el fondo decirle al mundo: No toquen a la camarilla usurpadora. No la sancionen porque nosotros también sufriremos las consecuencias. Preferimos el caos creado, pero no los castiguen. Dejen quieto a Maduro.

Cuestionan y deploran las sanciones, conscientes como están que en el plano de la política interna se ha demostrado una y otra vez la imposibilidad de abrir un camino para que los ciudadanos decidamos nuestro destino. Levantan su voz para expresar este rechazo, pero callan a la hora de denunciar la conducta criminal de la camarilla roja.

Lo mismo hizo Pérez Jiménez en su tiempo. Cerró los caminos de la política. Negó la posibilidad de una elección justa y libre. Se inventó un plebiscito. No hubo otro camino para instaurar la democracia, que expulsar al dictador por la fuerza.

Cuestionar las sanciones es una forma de defender a una banda criminal que no ha tenido piedad a la hora de matar o encarcelar a miles de ciudadanos. Que no ha tenido limitación a la hora de saquear la riqueza nacional y destruir la economía, para convertir en harapientos a millones de venezolanos.

Cuestionar las sanciones con el falso discurso de que la solución es la negociación, cuando hay una camarilla demostrando una y otra vez que no acepta sino sus caprichos, es definirse a favor de la banda criminal.

Mucho menos posibilidad tenemos por la vía electoral. Con los partidos ilegalizados o intervenidos judicialmente, con buena parte del liderazgo inhabilitado, encarcelado o exiliado, negado el derecho al voto a más de cuatro millones de ciudadanos dispersos por el mundo, y con un control parcializado del sistema electrónico de votación y totalización, la ruta electoral es una quimera. Una fantasía. Una ópera bufa.

Maduro ha expresado su rechazo a efectuar elecciones presidenciales libres. Con un cinismo brutal,  plantea adelantar las elecciones parlamentarias. El pasado  viernes, 16 de agosto, expresó lo siguiente: “En lo político somos unos campeones. Ustedes quieren que haya elecciones, yo quiero que haya elecciones también, estoy deseoso que el CNE y la Constituyente convoquen elecciones. ¡Quiero elecciones ya!

Cuando la oposición democrática, con el apoyo de la comunidad internacional, solicita elecciones limpias de presidente y de parlamento, la dictadura se niega. Ellos quieren las elecciones controladas totalmente por sus subalternos. Y, obviamente, eso ni es democrático, ni representa solución.

Sin embargo, a quienes les desagradan las sanciones, ya están en campaña para hacerle comparsa a la dictadura, en la nueva emboscada que ya se está anunciando para inicios del 2020.La infinita ambición del poder nos coloca en la disyuntiva de definir los caminos. Los que resistimos, denunciamos y confrontamos la autocracia, y los que se prestan para hacerle el juego. Sería más honesto que terminen de integrarse abiertamente a las filas del régimen. (César Pérez Vivas)

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