Por estos días la niñez y juventud culmina las faenas pedagógicas en escuelas, colegios y liceos. La superación de obstáculos es evidencia plena de la capacidad humana para enfrentar la crisis y seguir avanzando hacia el logro de nuevas metas. Para los actores clave del proceso educativo es momento de sentir orgullo por el deber cumplido. En situaciones de apremio social es común desperdiciar energías y multiplicar las quejas en tertulias inútiles e improductivas. Pocos se acuerdan de reconocer y valorar el esfuerzo, sacrificio, constancia y compromiso de quienes no se rinden frente a la adversidad. El cierre del año escolar es un premio a la permanencia. Los agoreros pueden extasiarse con pasión orgiástica y mezquina en la magnificación de las deserciones o problemas existentes en los centros y el sistema educativo. Pero queda cuesta arriba derrumbar los méritos de quienes se arman de voluntad para garantizar la educación de los infantes y jóvenes. El elogio involucra a representantes, estudiantes, trabajadores y docentes. Hay muchas cuotas de sacrificio invertidas a lo largo del año para culminar el período lectivo.
Es imposible negar u ocultar los altibajos sufridos en el desarrollo del trayecto escolar. Sin embargo, la persistencia adquiere gran validez e importancia en medio de ese cuadro social tan complejo. No se trata de estadísticas, sino de compromisos. Con facilidad se pone de relieve la deserción, el abandono, la reubicación o la renuncia. Pero no suele hacerse justicia a la hora de ponderar la tasa de permanencia. En los pasillos de los centros escolares se observan escenas realmente motivadoras y las mismas invitan a no perder la fe en la función social de la educación. Lo mismo pasa en los hogares y en las calles de Venezuela. No se trata de acallar ni de evitar la crítica social o política. Hay cuadros lamentables. Es cierto. No tienen razón de ser. Pero carece de sentido anclarse en la lectura de los hechos desde el derrotismo. Es mejor hacerlo desde la esperanza. Aquí vale la pena aplicar la metáfora del vaso medio lleno o medio vacío. Los pequeños van a la escuela y no tienen noción integral de la crisis. Ellos corren, gritan, saltan, lloran, ríen, juegan. En el rostro habitualmente no se traslucen los rastros de la desesperanza.
La crisis ataca por todos lados. Pero la gente no se rinde. Los estudiantes y maestros llegan a pie hasta las escuelas. Los representantes hacen de tripas corazón para garantizar los alimentos, los útiles escolares, los uniformes, los gastos de la casa. Imagine y agregue todas las situaciones y lecciones posibles. ¿Acaso no tiene valor ese sacrificio tan enorme? En la escuela aún no se produce la estampida. Alguna lección positiva debe sacarse de la permanencia por parte de los protagonistas del hecho educativo. Viene el período vacacional y otra lucha para garantizar la inscripción y el desarrollo de la actividad académica en el próximo año lectivo. Eso habla de la enorme voluntad y capacidad de sacrificio de los actores clave del proceso escolar. Los representantes no parecen dispuestos a inmovilizarse en la resignación estoica. Algo van a hacer para asegurar la continuidad de los hijos en la escuela. Los niños volverán con su carga de alegría. ¿Están dispuestos los demás a continuar el compromiso pedagógico aún en medio de las dificultades? La culminación del año escolar y la apertura del próximo es el elogio a la permanencia…
(José de la Cruz García Mora)