Francisco Corsica
¿Cuántas veces alguien se ha montado en un autobús que viene «con puesto» solo para descubrir que adentro no cabe ni un alfiler? Pero eso no es lo peor. Ese vehículo que recorre todos los días la ciudad no es nuevo, ni moderno, ni ofrece servicios básicos. Nada más lejos de la realidad.
El transporte público venezolano es un auténtico viaje al pasado, un reflejo de la decadencia y el abandono. Con asientos destrozados, ventanas que no cierran y motores que suenan como si estuvieran a punto de explotar, la comodidad es un lujo inexistente. Subirse a uno de estos autobuses es como participar en una lotería donde el premio es llegar al destino sin sufrir una avería.
La realidad es cruda: el transporte público venezolano está tan atrasado y plagado de problemas como el resto de los servicios del país. Viajar en cualquier unidad no es solo un ejercicio de paciencia, sino un recordatorio constante de las fallas sistémicas que afectan a todos los aspectos de la vida en Venezuela.
Para mucha gente, ir al trabajo o cumplir con compromisos es un desafío diario que incluye empujones y peleas por un espacio en un autobús o en el metro. Este último, con demasiada frecuencia, llega con retraso, con filtraciones y sin aire acondicionado. ¡Qué pesar!
Hablar del sistema del Metro de Caracas en esos términos es una verdadera lástima. Alguna vez fue un servicio excelente, desde su inauguración hasta hace pocos años. Claro, no era el «palacio del pueblo» que Stalin inauguró en Moscú, pero sin duda funcionaba mucho mejor que ahora.
Hoy en día, el metro es una sombra de lo que solía ser. Los vagones están sucios, los sistemas de ventilación fallan constantemente y la puntualidad es un sueño lejano. Cada viaje se convierte en una odisea, donde los usuarios deben lidiar con la incomodidad, la inseguridad y la incertidumbre de no saber si llegarán a tiempo a su destino.
Recordar los días en que el transporte subterráneo era eficiente solo aumenta la frustración actual. Lo que alguna vez fue un orgullo nacional, hoy es una prueba más del deterioro de los servicios públicos en Venezuela. Viajar en él ya no es solo un medio para llegar a un destino, sino una metáfora del declive y la desidia que afecta a todo el país.
Respecto a los autobuses, la situación es igualmente desalentadora. No se puede decir que siempre tengan rutas plenamente establecidas, ni que cumplan con horarios rígidos. Los pasajeros rara vez desembarcan en las paradas oficiales. De hecho, una de las frases más comunes que se escucha al abordar es el famoso “donde pueda, por favor”.
La realidad es que la gran mayoría son máquinas viejas, con fachadas deterioradas, vidrios rotos y puertas que siempre están abiertas. Estos vehículos, que parecen reliquias de un pasado lejano, no tienen nada que ver con los modernos autobuses que se doblan en Bogotá o cualquier otra ciudad con un sistema de transporte público eficiente.
Cada viaje se convierte en una aventura incómoda. Eventualmente, peligrosa. Los pasajeros se enfrentan a la falta de confort, a la inseguridad y a la incertidumbre de no saber si llegarán a su destino sin contratiempos. Esta situación refleja un sistema de transporte público que no funciona a plenitud y que deja mucho que desear en comparación con otros países de la región.
Las comparaciones nunca son agradables, pero a veces son necesarias para entender en qué punto estamos parados. ¡En la mayoría de los países vecinos, el transporte público es de última generación! En esos lugares, recibir un buen servicio se traduce en una experiencia placentera para el usuario.
Basta imaginarse un viaje ideal: los pasajeros suben a una máquina limpia y moderna, con asientos espaciosos y acolchados. No hay que pelear por un lugar ni viajar apretujados en el pasillo. La comodidad es una prioridad y la seguridad, una garantía. Los autobuses llegan a tiempo, las rutas están claramente establecidas y cada parada se respeta al pie de la letra.
El contraste es evidente y doloroso. Mientras en otros países se invierte en mejorar el transporte público, aquí seguimos atrapados en un sistema que parece anclado al siglo pasado. Los venezolanos merecen un transporte público digno, eficiente y seguro. La diferencia entre lo que tenemos y lo que podríamos tener es enorme y ojalá esa brecha pueda ser cerrada pronto.
¿Por qué ninguna unidad posee aire acondicionado? En plena temporada de calor, este pequeño detalle sería un gran alivio para los pasajeros. Además, con aire acondicionado, no sería necesario tener las ventanas abiertas, mejorando la seguridad y la comodidad. El verdadero problema radica en la falta de confort. Los venezolanos lo merecemos.
Cada servicio debe ser mantenido y mejorado para que sea de calidad, siendo esta es una responsabilidad que no puede seguir siendo ignorada. La calidad del transporte público repercute directamente en la calidad de vida de los ciudadanos. Un sistema eficiente y cómodo beneficia a todos, desde los trabajadores hasta los estudiantes y las familias.
Tal vez se podría argumentar que los 10 bolívares del metro o los 15 bolívares del transporte superficial no son suficientes para costear un sistema más placentero. Y quizá sea cierto. Pero esta excusa no puede seguir siendo el obstáculo que nos impida avanzar. Es necesario encontrar soluciones creativas y sostenibles para mejorar la situación de los servicios públicos a nivel nacional.
Se deben explorar alternativas para actualizar y mantener el transporte público en condiciones óptimas. El objetivo debe ser ofrecer un servicio que sea funcional, agradable y seguro para todos los usuarios. Es hora de exigir más, de demandar un transporte público que esté a la altura de nuestras necesidades y expectativas. Los venezolanos merecemos viajar con dignidad y confort y no debemos conformarnos con menos.