Opinión
Un fantasma llamado Simón
domingo 26 julio, 2020
Gustavo Villamizar Durán
Hay seres muy incómodos. Ante la mirada de quienes acompañan sus últimos momentos parecen fallecer, se registra tal suceso y sus restos van a dar a alguna fosa de algún camposanto. No obstante, los aires fuertes de la historia avivada por los pueblos, rompen los catafalcos para que resurjan fortalecidos, vitales, brillantes, señeros, a trashumar campos y calles ávidas de su luz. Esas presencias luminosas para los más, resultan tormentosas para los andantes de la injusticia, la iniquidad, el avasallamiento, la violencia y la muerte.
Durante la semana que ahora termina, la prensa española y alguna del continente americano, reseñó tímidamente con vergüenza, un bochornoso acto cometido por militantes de un partido fascista de aquellas tierras con pretensiones de gobernar por sobre las leyes e instituciones, bajo el estandarte del odio y la arrogancia. En estos días del cumpleaños 237 del inmortal Simón Bolívar, los polluelos incubados por el franquismo y otros tintes, agredieron la estatua que rinde homenaje al hijo de Caracas en un parque madrileño. Pintaron grafitis denostantes a la memoria del Libertador, enrostrando su supuesta condición de traidor a la corona que su espada arrojó por los suelos, para siempre. ¿Traidor quien derrotó al mayor imperio y sus aliados hace 200 años, para reivindicar a su pueblo sumido en la ignorancia y la mayor pobreza? ¿El Héroe genial que liberó a un continente sojuzgado y expoliado por la satrapía que auspició el genocidio de más de 80 millones de nativos?
Contrario al persistente propósito de los criptonazis de afectar la figura y el legado del Genio de América, surgieron incontables respuestas, manifestaciones, indignación de pueblos y pronunciamientos confirmantes una vez más: Bolívar está vivo! en la vigencia de su pensamiento y la vitalidad de su sueño.
Los insultantes, un escaso grupo ciertamente, actuaron con sevicia en un espectáculo de jaquetonería sin percatarse que más que el odio y la ira, lo que exudaban desde el fondo de su felonía es intenso miedo, es el pánico de saber que 200 años después de infligir la más humillante derrota al imperio español y la Santa Alianza de entonces, el fuego libertario de Bolívar sigue inflamando las conciencias del continente y el planeta, vigilándonos esperanzado desde la “atalaya del Universo que pusieron las manos de la Eternidad sobre las sienes excelsas del dominador de los Andes”.