Eduardo Marapacuto
En este andar firme por los tiempos del destino he ido consagrando mi compromiso como ser humano y en esa mirada hacia los horizontes luminosos e infinitos he comprendiendo la grandeza de Dios, nuestro Padre Celestial, quien nos regala la vida y los hijos y las hijas para perpetuar el amor y nuestro legado. Precisamente, en los suspiros del alma y los recuerdos de la vida se nos van quedando impregnadas las alegrías que brotan por los poros de la conciencia y cada vez que sopla el viento de brisa cristalina nos sumergimos en las llanuras inmensas de las nostalgias, de los sueños y la mirada hacia las ilusiones del palpitar.
Más que palabras de poetas, son las voces que me salen desde lo más profundo del alma para decirle a mi hija Daniela que la amo con la intensidad de los relámpagos. Por eso hoy quiero inspirarme para escribir desde las fibras del alma y dedicarle cada palabra a esa hija maravillosa, quien mañana sábado 24 de junio está de cumpleaños; por adelantado te felicitó y junto a tu madre decirte que nos sentimos orgullosos de ti. Sí, los colores cristalinos de los vientos tachirenses, con sus silbidos de alegría anunciaron que cabalgando sobre las horas del tiempo venía el día del nacimiento, la libertad y la alegría inmensa por la llegada de Daniela, quien nació una mañana radiante y luminosa del 24 de junio de 1996.
De esa manera iba cumpliendo yo la tarea. Ya había sembrado el árbol y una hija que nacía en la hora precisa del instante y la verdad; ahora me faltaba el libro, cuyas primeras letras se fueron juntando cuando hice la maestría en Ciencias Políticas, allá en Mérida, en el Centro de Estudios Políticos y Sociales de América Latina (CEPSAL). Mi tesis de postgrado sirvió de impulso para escribir mi primer libro, el cual salió publicado en el año 2005. De esa manera, le había tomado la palabra al poeta cubano José Martí, quien dijo que “había tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”.
Ahora bien, todos los días hay que despertarse con los cantos de la vida y cuando soplan los vientos del recuerdo veo la imagen de la casa vieja, allá en el Oriente del país, donde vivimos con nuestra madre. También recuerdo aquella mañana del 23 de mayo de 1980, cuando en el patio de mi casa sembré mi primer árbol, un guayacán, quien hoy pisa tierra firme, nutrido de savia y lleno de vida. Yo siempre pensé que era un árbol llamado “siempre verde”, pero mi hermana Marta me dijo un día que era un guayacán, como en efecto es. Yo me vine a estudiar a Mérida y allá quedó mi huella, expresada en mi familia y en ese árbol, que simbolizan la esencia de la vida.
Precisamente, el nos va regalando las alegrías y por la voluntad de Dios se hizo presente el palpitar de la vida y a través de la bendición infinita, un 24 de junio de 1996 escuchamos los primeros llantos de Daniela. La primera noche durmió profundamente y al día siguiente nos fuimos a la casa. Su cuarto, lleno de globos azules le dio la bienvenida y las paredes se pintaron de colores para darle luz de cariño. Daniela fue creciendo y un día se graduó de odontóloga y hoy en la plenitud del deber cumplido digo: Yo sembré un guayacán, tengo una odontóloga y escribí un libro. Misión cumplida.
Hoy le damos las gracias a Dios, por regalarnos esa hija maravillosa. Por eso te decimos, gracias por habernos escogido que fuéramos tus padres. Yo te he visto crecer y te invito a que nunca dejes de soñar, sigue mirando hacia la inmensidad de las oportunidades, caminando con pisadas firmes y seguras hacia las metas que el destino tiene como regalo para ti, de realidades fulgurantes y de éxitos refrescantes. Dios te bendiga, hija. ¡Feliz Cumpleaños Daniela!
Politólogo, MSc. en Ciencias Políticas /Investigador RISDI-Táchira /Investigador Cesyc