Impresión la forma tan fácil como se deslizan improperios y descalificaciones gratuitas contra los internautas a través de las redes sociales, blogs, portales o páginas web con opciones para los comentarios de usuario. No parece existir tolerancia a la hora de navegar por las aguas profundas de internet. El tono grotesco prolifera por todas partes. La riqueza del debate depende de la calidad intelectiva, moral y académica de quienes acceden a la red para informarse, formarse y formar. Estas dos últimas escasean con frecuencia en la interacción virtual. La primera se distorsiona con prontitud en medio de la violencia digital. El disenso o la crítica rebasan los límites del respeto a los semejantes y se hunden en los lodazales de la escatología y la acusación artera. Pocos se muestran dispuestos a buscar o construir argumentos sólidos para rebatir la opinión distinta.
Lo más fácil es disparar ofensas a mansalva contra cualquier mortal a través de las pantallas. La valentía del teclado es inversamente proporcional a la entereza moral de quien se ampara en el anonimato para verter inquina, discordia y morbo desenfrenado.
Es un fenómeno universal. Se observa en Venezuela. Pero también es común en otros países, aún en los autoproclamados como “mundo civilizado”. No sólo aplica en cuestiones y temas candentes de actualidad, como la polarización política, las relaciones de poder, las guerras o conflictos internacionales, la violencia de género o el maltrato infantil. También abunda en asuntos triviales de la cotidianidad mundana. Alguien comete un error mecanográfico y en menos de diez minutos lo descuartizan en la red. Curiosamente, el corrector comete mayores barbaridades ortográficas y aún así pretende salir ileso del combate. Ni el deporte ni la cultura escapan al tono iracundo de los vengadores de oficio. El atleta consumado falla en la competencia y lo sacrifican de inmediato en las redes. El Papa pronuncia una frase incómoda y termina consumiéndose en las hogueras de la inquisición virtual. La señora ama de casa se atreve a publicar la receta preferida y enseguida la mandan a comer mil demonios. La publicación de este artículo es suficiente razón para pasar por las armas al autor de tales ideas. Nadie se salva de la guillotina digital.
El debate público se enriquece con la contraposición de ideas. Frente al argumento sustancioso debe surgir otro razonamiento más sólido, siempre en el marco de respeto a la integridad humana de quien piensa distinto. Es el valor supremo de la convivencia social. Nunca se agrede a la persona. Se plantean objeciones al contenido del mensaje, sin degradar o atacar al emisario. La tolerancia implica la capacidad de dominar los fueros internos frente a la irracionalidad compulsiva del momento. La fraseología popular es muy sabia: los gritos son el arma desesperada de quienes carecen de razón. Los improperios virtuales son formas grotescas de gritar. Peor aún: es muestra fehaciente de la vacuidad espiritual de quienes pretenden erigirse en censores morales del pensamiento divergente. Todos tienen derecho a manifestar desacuerdo frente a los eventos públicos o los acontecimiento sociales. Pero nadie está por encima de los demás para desacreditar la entereza moral de quien ejerce el derecho a la disidencia. La ofensa virtual se hace virulenta e incluso llega a sacrificar a personas sin ninguna figuración pública. [email protected]
José de la Cruz García Mora