Gustavo Villamizar D.
Cada inicio de año escolar es una fiesta, la fiesta del saber, de la amistad, de encuentros y reencuentros y sobre todo una gran celebración de los sueños. Un evento alegre, bullicioso, cargado de bondad, candidez, sonrisas y afectos. Una circunstancia que contagia al mundo: a los padres que acompañan a los niños a su primer día, a los docentes que los reciben a las puertas del plantel, al personal de servicios complacido de verlos llegar, al transeúnte que observa la cara de felicidad de la niña de trenzas y lazitos o del niño orgulloso con su morral a la espalda.
La escuela ha sido y sigue siendo un espacio privilegiado de socialización, de encuentro, de surgimiento de bonitas amistades, de comparecencia en la labranza de nuevos ciudadanos, de la forja de valores y saberes para la vida. La escuela conserva casi inalterado su papel principalísimo en nuestras sociedades y sigue siendo un espacio seguro para la niñez, no obstante algunos casos esporádicos.
Este nuevo año se inicia con nuevo ministro y buenos anuncios ya no tan novedosos por acostumbrados: se incorporarán más de 7 millones 700 mil estudiantes, de los cuales el 85% lo harán en planteles oficiales, a quienes se entregarán gratuitamente 4 millones de morrales escolares con 50 millones de útiles para la labor diaria, se distribuirán 5 millones de uniformes y 14 millones de zapatos tanto colegiales como deportivos; así como, se entregarán 2 millones 700 mil textos de la Colección Bicentenario. Igualmente, se iniciará el plan piloto de monitoreo de seguridad escolar en un buen número de planteles, se ampliará del Programa de Alimentación Escolar –PAE- a las instituciones educativas privadas ubicadas en sectores populares con lo cual se garantiza el desayuno, almuerzo y merienda para casi 20 mil planteles y, claro está, se continuará con la entrega de computadoras portátiles –Canaimitas-.
Todo esto nos parece superlativamente positivo y ansiamos que se amplíe hasta cubrir totalmente la matrícula. Pero junto a estos anuncios, que de ninguna manera son poca cosa, deseamos que también se produzcan aquellos que corresponden a lo pedagógico, los estudios, contenidos y procesos, a la transformación de la práctica pedagógica para superar el agotado modelo educativo nacional. Resulta muy importante que los niños y jóvenes se alimenten sano y bien, que los espacios escolares sean amplios y agradables, que la dotación sea suficiente y oportuna, pero sobre todo, que el proceso educativo supere sus limitaciones, sus procesos obsoletos, sus rutinas fatigantes e intrascendentes, sustituidos por un modelo cuyas actividades estimulen el interés de aprender, exijan el uso de las funciones superiores de la mente, inciten a lograr saberes completos, profundos, integrados, abandonando la “pastillita” y los aprendizajes superfluos y fragmentados. Años atrás se inició un proceso de reforma en la educación primaria y el año anterior arrancó uno en la secundaria y técnica, de los cuales no se ha hecho una evaluación a fondo y permanente, antes bien, la evidencia de que con ellos ha ocurrido poco o nada es lastimosamente palmaria.
Mucho quisiéramos que el ministro Isturiz tomara en sus manos este reto de transformación de la educación, lo asumiera con decisión, con la convicción de que nuestro país requiere que la revolución llegue a la educación, para construir un modelo de calidad sustentado en la ciencia, el saber universal, la filosofía y las artes, la diversidad cultural, el pensamiento crítico, el desarrollo saludable y la fortaleza ética.
“Comienza el año escolar,
y septiembre en Venezuela
vuelve a ser como una escuela
que se abre de par en par”.
Aquiles Nazoa.