Regional

A un año de la vaguada de Zorca: entre el temor y las promesas rotas

12 de noviembre de 2021

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Ha pasado un año de los desastres provocados por la quebrada La Zorquera sobre un extenso territorio que abarca los municipios Cárdenas, Capacho Nuevo y San Cristóbal. Cada uno de los afectados por este desastre natural se las ha tenido que arreglar por su cuenta para reemplazar lo perdido, pues poca o nada de ayuda de los estamentos oficiales recibieron; una tarea casi imposible para quienes, encima de todo, tuvieron que perder su vivienda.


Por Freddy Omar Durán

Es difícil decir que, después de un año de la vaguada de La Zorquera, las cosas han vuelto a la normalidad para los pobladores que sintieron su original furia. Lo cierto es que ellos no se resignaron a llorar las pérdidas, fundamentalmente materiales, y como pudieron sacaron voluntad para recuperarse.

Por supuesto, para quienes aún conservan su vivienda, aun cuando en sus estructuras siguen vigente las huellas del paso impetuoso de las aguas, esta mejora ha sido más fácil. Para los que quedaron en calidad de refugiados en la escuela de Pie de Cuesta, alrededor de cinco 5 familias, o más recientemente en el Gimnasio de San Joaquín, las perspectivas se extienden más inciertas.

Janeth Jaimes relató cómo en cuestión de segundos la vida de ella y su familia cambió para siempre.(Foto/ Freddy Omar Durán)

Entre quienes vivían en esos espacios, nunca ideados para la habitabilidad, dos mujeres han fallecido por complicaciones en su salud, en un ambiente de penuria y preocupaciones, nada propicio a la curación.

Para gran parte de los cinco kilómetros entre Zorca- Lagunillas y Zorca-San Joaquín, sobre terreno ascendente, la tragedia fue cosa de un día, con uno u otro susto reciente dado por el afluente.

En San Joaquín, la tragedia ha tenido distintos capítulos este año, a los que se suma la conspiración de la geología.

La mayor señal de las dimensiones terribles de una naturaleza desbocada se puede ver sobre una red de vías, tomada antaño por los que desde San Cristóbal acostumbraban a visitar Peribeca, que ahora tiene puntos críticos en Zorca-Pie de Cuesta, Zorca-Buenos Aires y, por supuesto, San Joaquín, que con uno de sus accesos nulos poco le falta para la total incomunicación. Por tramos pareciera que lo pasó por allí fue una guerra…

Testimonios y más testimonios

A pesar de la extensión de la emergencia, o tal vez por el mismo motivo, los focos comunicacionales y el contingente de ayuda humanitaria se concentraron especialmente en Zorca-San Isidro, Zorca-Buenos Aires –en especial el ancianato- y Zorca-San Joaquín.

Al menos esa ha sido la queja de los habitantes de los sectores Los Amigos y San Joselito, entre otros, y a la misma se adscribe Janeth Jaimes, habitante de Zorca- Providencia, muy cerca del viaducto sobre la Panamericana, quien junto a su familia, residenciada en viviendas colindantes, padeció una aventura que casi le cuesta la vida a dos de sus integrantes. Y eso lo sintetiza muy bien con la frase contundente: “Nosotros somos los abandonados, nadie nos volvió a mirar”.

Para ella, esa jornada no se diferenciaba de cualquier otra, y tampoco la precipitación de entonces le hizo temer nada.

—Era un día normal, como todos; pero a las 4 de la tarde se veía el cielo muy oscuro por los lados de Palo Grande, municipio Guásimos. Estábamos extrañados, porque en octubre la quebrada crecía, pero no lo hizo. El uno y dos de noviembre, que se supone han sido de lluvias, tampoco lo fueron. Comenzó a llover como a las 7 de la noche, una lluvia moderada, porque tampoco fue tan fuerte; a las 11 y media, el olor a barro muy fuerte de la quebrada nos despertó. La quebrada había llegado a la orilla de nuestro plantío y tampoco le prestamos atención, porque para nosotros, viviendo toda la vida al pie de la quebrada, era algo normal que llegara hasta ahí; lo máximo que nos había pasado era que se metiera el agua a la casa— relató Jaimes.

Luego lo más devastador, y en eso coinciden los testigos que vivieron en carne propia la crecida intempestiva, ocurrió en unos cuantos segundos.

—Hubo un momento en que yo le dije a mi hija que mirara hacia la pared que divide al vecino, el señor Mardonio: “móntese a ver si la quebrada saltó el muro”. Ella pegó un grito, y el agua se filtraba en los huecos con un gran chorro, y un tío mío gritó “quítense de ahí, porque se va a caer”. En un abrir y cerrar de ojos, mientras veíamos qué podíamos rescatar, ya teníamos la casa totalmente inundada. Salió la hija mía, salió mi tío, salió mi papá; yo fui la última, y al cerrar las puertas, me tumbó el agua y como pude me paré, me quedé paralizada, sin hacer escándalo, solo esperando a que la quebrada me terminara de arrastrar. Pero mi papá, que iba agarrado a un tanque todo aplastado por la corriente, se regresó para salvarme— continuó su relato.

Lo terrible, luego, sería no saber qué había pasado con el resto de su familia, alrededor de 10 personas más, mientras se resguardaban en la gasolinera de Zorca- Providencia, pues ellos no habían tenido la misma prontitud para salvarse. De hecho, una mujer y una niña sí fueron atrapadas por una ola que las hizo atravesar la carretera, hasta lanzarlas a una hondonada de muchos arbustos y ser contenidas por un árbol y el socorro de un hombre que se encontraba en la platabanda de su vivienda, que se arrojó a ayudarlas. Aunque recibieron ayuda oficial para sus fuertes fracturas, y de parte de la empresa donde una de ellas ha trabajado, hoy en día una de ellas todavía debe conservar el yeso en una de sus piernas.

—Cuando salieron el primo, la esposa y los dos hijos (silencio), se los llevó el agua; dos de ellas quedaron prensadas en un arbusto, y un vecino que se salvó, encaramado al techo, las ayudó. La madre sufrió factura de la tibia y el peroné, y a la hija se le desprendió la clavícula. La otra prima, su esposo e hijos abrieron un boquete y salieron como pudieron para montarse al techo de un autobús allí estacionado— dijo.

De esa noche, lo más desconsolador fue presenciar la ronda de los desvalijadores, que poco o nada les importaba la tragedia humana que allí ocurrió.

—En la madrugada hubo personas tan cochinas, tan falta de respeto, que en vez de venir a aportarnos agua, ayuda, a interesarse por lo que necesitábamos, iban con linternas, recogiendo lo que podían llevarse, robando, y nosotros, en shock con el episodio, poco podíamos hacer. Cuando pudimos abrir la puerta de nuestro hogar, eso era como si el Demonio de Tasmania hubiese estado adentro, la casa full de agua y barro, y todo volteado, el televisor destruido, la nevera inservible, al igual que la cocina eléctrica. Nosotros perdimos muchas cosas; pero lo peor es que perdimos las esperanzas en las personas que dicen que dan la cara por nosotros, o que nos dijeron que nos iban a dar soluciones. Estamos en manos de Dios—concluyó Jaimes.

El trauma no desaparece

Su hija Yeisy, al igual como lo hicieron sus familiares afectados, no agregó mucho al testimonio de doña Martha, pero aceptó que ahora son más sus terrores cuando la lluvia arrecia o la quebrada da signos de crecida, como sucedió a principios de este mes. Simplemente, se limitó a mostrarnos una mural donde siguen pintados los escudos de varios equipos de fútbol, ahora deslucidos por una fea mancha de una altura de dos metros, que por más que se ha lavado, no ha desaparecido: hasta esa altura creció la quebrada, que por lo momentos sigue alejada otros doscientos metros, más o menos. Al pie del puente vecino, muchos de los escombros que fueron arrastrados kilómetros hasta allí, aún no se han removido.

Pero el mayor golpe psicológico fue la desasistencia que tuvo que experimentar días después del evento natural, pues sin agua por los daños en las tuberías, tuvo que presenciar cisternas que transitaban frente a sus narices, u otros vehículos repletos de otras donaciones de mercados y ropa.

—A mí me tocó corretear una cisterna de agua 200 metros. ¡Por Dios, qué vergüenza! Pasaban camiones y camiones con ayudas, y era como que no existíamos para ellos, estábamos invisibles— confesó la joven.

Promesas incumplidas

Un poco más allá, una casa, que aún conserva una estampa rural propia de las viviendas de hace más de un siglo, fue reconstruida con bloques que los mismos moradores tuvieron que hacer.

Pero ellos saben que lo mejor es la reubicación, y por esa época del desastre natural, en una reunión con representantes del gobierno nacional, en la escuela de Zorca-Providencia, se les hizo una promesa, en vista de que abastecerlos con materiales de construcción no valía la pena, pues ya se sabe que allí la naturaleza, tarde o temprano, volverá a hacer de las suyas.

—Esas fueron promesas de enamorado. En esa reunión se informó que por la vaguada 120 familias eran candidatas a la reubicación, y que tal vez eso se haría en un terreno cerca del cementerio de El Mirador, apto para construir. Nos dijeron que no nos iban a dar ni un grano de arena, porque nosotros vivimos en una zona de alto riesgo y que eso se iba a perder— afirmó Ortiz.

En esa reunión estuvo Anayibe Vega, residente de la vereda Táchira; pero el interés de ella y su familia, conformada por su esposo y dos nietos menores de edad, es la recanalización y dragado de la quebrada. Junto a sus vecinos, hicieron las gestiones y sufragaron los gastos de una maquinaria que provisionalmente puso la corriente en línea recta, pegada hacia la montaña. La memoria de la quebrada no perdonó, volvió a una curva y, peor aún, se acercó a su vivienda, se le encaramó casi hasta la segunda planta, tres metros más arriba.

Su temor es que, como un vecino, tenga que mudarse o cerrar definitivamente, como una iglesia evangélica al final de la vereda, cuya pared posterior de 17 metros se vino abajo.
—La quebrada se filtró por los sifones y empujó fuerte la pared, de milagro no la tumbó. Aunque hicimos la recanalización, volvió a su cauce la semana pasada. Mi esposo y yo apenas estábamos recuperándonos del covid-19 y llega y pasa esto que nos llenó de mucho susto, pues recordamos lo terrible que fue el año pasado— afirmó Vega.

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