Apenas 53 kilómetros, la distancia entre San Cristóbal y Cúcuta, para aplicarse el antídoto, la vacuna que dura pocos segundos, el puyazo para acabar con el letal virus de la covid-19
Una y mil vicisitudes para cruzar la raya fronteriza que une a Venezuela y Colombia. La tarea, conseguir el objetivo, convertido en un dolor de cabeza desde el instante en que cualquier mortal residente en la patria de Bolívar necesita ir a la nación hermana y vecina.
Pedro cuenta lo vivido junto a su hermano Samuel, dos hombres de la tercera edad que por tener la doble nacionalidad, colombiana y venezolana, decidieron viajar hasta Cúcuta a vacunarse, aplicarse la primera dosis contra la covid-19.
Primera estación
Nueve estaciones con la cruz a cuestas, camino al Gólgota, para luego ser crucificado y morir, historia de lo vivido por nuestro Señor Jesucristo, a todo lo que fue sometido por nuestra salvación.
Y, precisamente, fue eso lo vivido por los hermanos colombo-venezolanos, un viacrucis, donde por cuestión del azar, la “suerte” estuvo de su lado.
Antes de las seis de mañana, Pedro y Samuel ya estaban en el terminal de pasajeros de La Concordia, para ese instante cerrado; en las afueras, más de una treintena de taxis y carros piratas a la espera de pasajeros, hombres y mujeres de todas las edades que se dirigen a la zona de frontera a realizar cualquier diligencia.
Cada conductor ofreciendo sus servicios, el pago de 20 mil pesos colombianos por pasaje para llevar el pasajero hasta San Antonio del Táchira.
Sin pensarlo dos veces, los dos hermanos se inclinaron por el primer postor, una vieja camioneta, con placa particular, donde iban dos jóvenes: uno que venía desde el centro del país hacia la frontera con Ecuador, a trabajar en una finca de su padre; y el otro, quien le iba a servir de guía para pasarlo por la trocha.
Segunda estación
Toda la vida, desde hace muchos años, visitar la capital nortesantandereana significaba un paseo de familia, hacer el mercado de la semana o comprar los estrenos del mes de diciembre.
Los tiempos cambiaron, ahora es un viacrucis, una pesadilla ir y venir de Cúcuta, acrecentada luego del cierre de la frontera por el gobierno nacional hace más de cinco años, y mayor aún con la llegada de la pandemia, la covid-19.
El temible puesto alcabalero de Peracal, y El Mirador, por mucho tiempo fueron los dos únicos que existieron y aún se mantienen entre San Antonio y San Cristóbal.
En la actualidad, contaron los hermanos Pedro y Samuel, ya se acerca a la docena de alcabalas en menos de 50 kilómetros, entre la capital tachirense y la “Villa Heroica”, un total de nueve en semana de flexibilización, que pueden aumentar en semana radical.
Tarea de héroes para los conductores: taxistas, “piratas” e incluso para ciudadanos que por cualquier circunstancia deben trasladarse a San Antonio y Ureña. Una buena cantidad de pesos colombianos o dólares debe respaldar a quien desee llegar a su destino, en cada “alcabala” hay que “bajarse de la mula”, caso contrario, no le queda otra premisa que devolverse.
“Los puestos de control se mantienen en semana de flexibilización, pero sin que los conductores tengan que pagar la “vacuna” a guardias nacionales o policías”, contaron los hermanos que accedieron hablar con el periodista.
Tercera estación
Dos alternativas cuando Pedro y Samuel llegaron a la frontera: el paso por la trocha o el corredor humanitario, opción por la que se inclinan al declarar que van a vacunarse al otro lado.
En centros comerciales, clínicas privadas, hospitales y otros cuantos sitios, el niño, el joven, el adulto y anciano, de ambos sexos, reciben la vacuna, primera dosis, para volver en quince días por la segunda.
Inmejorable atención, de acuerdo al testimonio de los hermanos Pedro y Samuel, sin pagar absolutamente nada, todo corre por cuenta del Gobierno neogranadino, que tiene como meta, en los próximos días, llegar a diez millones o más de vacunados.
El proceso de vacunación, los pasos que da el paciente: su identificación, cédula de ciudadanía en mano para constatar su verdadera identidad, de allí es enviado a una sala donde es vacunado y luego una espera de quince minutos en otra, para saber la evolución del paciente, si hay o no una reacción a la vacuna.
De acuerdo con la información del cuerpo de enfermeras, casi el cien por ciento de vacunados no tienen problemas de ninguna índole. Un pequeño carnet se le entrega al vacunado como testimonio que cumplió con el primer paso, y el regreso en quince días para la segunda dosis.
Cuarta estación
No hubo el regreso de los hermanos Pedro y Samuel el mismo día, pernoctaron en Cúcuta, donde un pariente les sirvió para hacer un recorrido y ver los progresos de una ciudad que en el pasado era motivo de burla en otras regiones de la nación neogranadina, un apelativo digno de la no publicación, pues era considerada una de las ciudades menos apetecidas por el ciudadano común de Colombia; no así para el venezolano, por el cambio, por el valor que tenía el signo monetario nacional, valía la pena ir a la ciudad vecina.
Los tiempos cambiaron, cuentan los hermanos, en pleno siglo 21, la capital del Norte de Santander es una metrópoli; bañada por el río Pamplonita, con aceras amplias y calles arborizadas, limpias, grandes centros comerciales, una vialidad con largas avenidas, elevados a la entrada de la autopista internacional que une a los dos países, además de las salidas hacia Pamplona y el aeropuerto Camilo Daza. Llevaría tiempo continuar describiendo la metamorfosis sufrida por la bien llamada “Perla del Norte” en los últimos 20 años…sana envidia.
Extrañados los hermanos Pedro y Samuel, porque pese a la situación de protestas que se vive en Colombia, la ardiente Cúcuta no se detiene, el día a día es “normal”, si no con el mismo vigor, como si la frontera estuviera abierta, el comercio y la actividad funcionan en un buen porcentaje.
Quinta estación
El retorno a casa, el traslado de Cúcuta a la población de La Parada, en taxi, de calidad, en carritos por puesto, que los hay por decenas.
El mismo ritual que de venida, la identificación en Migración frontera de Colombia para pasar a Venezuela, con la cédula de ciudadanía en mano, cerca de las cinco de la tarde.
Soledad total, el auge de personas entrando y saliendo brilla por su ausencia, apenas lógico, la frontera aún se mantiene cerrada. El Gobierno colombiano prometió abrirla el 1 de junio; su par venezolano no ha dicho nada, con la seguridad que seguirá trancada.
Sin problemas para el ingreso a la patria del Libertador Simón Bolívar, los dos hermanos colombo-venezolanos tomaron un taxi-por puesto que los condujo de San Antonio a San Cristóbal, y otra vez el paso por las mismas alcabalas de venida. Solo en Peracal les fue exigida la cédula de identidad, y de inmediato la travesía hasta la capital tachirense, sin novedad alguna.
En 15 días, el regreso de nuevo, el mismo periplo para Pedro y Samuel, deben cumplir con la segunda y última dosis de la vacuna, la Pfizer…. Vendrán las otras cuatro estaciones…
Homero Duarte Corona