Regional
Alegra con su música típica a los transeúntes en el centro
30 de septiembre de 2020
Mientras otros andan preocupados y hasta acongojados por las novedades del covid-19 y sus terribles consecuencias en la sociedad, José Juan Ramírez va por el centro de San Cristóbal alegrando con los sones típicos tachirenses.
Va en camino a los 80 años, y sin lugar a dudas el secreto no solo para su longevidad, sino para su dinamismo, lo representa la música, la cual no solo lo saca de su encierro sino que le ayuda a recibir algunas colaboraciones de los transeúntes, aunque aclara que eso no signifique que ande mendigando.
Por muchos años ha sido vendedor en los pasillos del Centro Cívico de guitarras acústicas, negocio del que la cuarentena, la edad, y la situación económica general lo apartó; pero no por ello se iba a quedar de brazos cruzados. Los instrumentos los traía desde Bucaramanga, e imposible le queda en estos momentos hacerse de otro proveedor, y menos lo van a dejar trabajar en medio de las restricciones de la cuarentena.
“Seguimos parrandeando mientras nos llega la muerte”, ese es parte de su pensamiento que antes que con palabras los expresaba con el rasgar continuo de su cuatro de gozo contagiante.
Desde que en su natal San Simón aprendió de sus mayores los secretos de su arte, no ha parado, y se considera un hombre corrido por siete plazas, que incluye una estadía de 20 años por la capital de la República.
No tiene hijos y vive al amparo de un familiar suyo, se sabe legatario de una tradición que se puede ir con él, cortada en su línea sucesoria, por la indiferencia y la poca atención que se presta a nuestros valores autóctonos, máxime en tiempos de pandemia, donde las preocupaciones de salud apremian, por encima de las culturales. Su talento fue alguna vez digno de ser presentado por las televisoras locales.
Y el que se supone pertenecer a una población de riesgo, va por ahí, eso sí con tapabocas y guardando el distanciamiento, no le importa andar por ahí dándole a su cuatro, pues el más que por dinero, lo hace como un apostolado artístico muy personal.
–La música es espiritual, en la música no hay maldad –sostiene Ramírez–. Son canciones que aprende uno por ahí. Hay muchos que les gusta, y otros no tanto. Con esto algo se cuadra. ¿Qué más hago? Pararme no puedo.
No le gusta montarse en unidades de transporte a pedir, pues siempre confía de que un buen samaritano sepa dar reconocimiento a sus presentaciones callejeras.
–No me gusta estar subiéndome en busetas para tocar; nada de eso. Ya uno es conocido y la gente te colabora con unos pesitos.
Freddy Omar Durán