En medio de carteles de bienvenida, lágrimas y gracias a Dios, Andrea Berrios Martínez logró el salvoconducto que le permitió llegar a Venezuela y reencontrarse con los suyos. Está en su casa en Palmira, municipio Guásimos.
Está tranquila, fuerte y optimista. No puede recibir visitas. Por su enfermedad tiene las defensas muy bajas. Hay que cuidarla.
Hoy tiene consulta médica, con una hematóloga y una oncóloga, quienes analizarán su cuadro clínico e indicarán el tratamiento a seguir.
“Estamos muy optimistas. Se ve fuerte, con mucho ánimo. Primeramente Dios. Nos aferramos a un milagro”, dijo un pariente cercano.
La historia de Andrea, de 28 años, no ha sido fácil. Trabajaba de camarera en un hospital de Estados Unidos, país adonde emigró hace unos tres años. Pero, un día, en cuestión de segundos, un diagnóstico médico le cambió la vida. Padece leucemia linfoblástica aguda.
De acuerdo con el diagnóstico médico, le queda muy poco tiempo de vida. Así lo confirma la última biopsia, estudio que arroja que las células malignas están en un 90 % de su cuerpo. Hay metástasis en la médula ósea, la columna y otras partes de su organismo. La enfermedad está muy avanzada.
En un tono tranquilo, ella dijo a sus parientes que los médicos aconsejaron que viviera sus últimos días junto a su familia, porque clínicamente no hay nada que hacer.
No tener pasaporte
El obstáculo más grande para regresar a Venezuela fue no tener pasaporte. Requisito básico para viajar desde Estados Unidos a Bogotá, y luego en otro vuelo hasta Cúcuta, para luego cruzar a Venezuela. No obstante, se apoyaba en el informe médico donde recomendaban brindarle todo el apoyo migratorio necesario que le permita reencontrarse con el calor de su familia.
Llegaron las horas de angustia que se hicieron interminables. Pero al fin lo consiguió. Desde el lunes 26 de noviembre está junto a sus seres queridos, en tierra tachirense.
Acercarse a Dios
En esta etapa terminal de su vida, tiene la certeza que lo más apropiado es acercarse más a Dios y aceptar sus designios: “Me tocó a mí. Hoy me sostienen la fe en Dios y las oraciones de mis familiares”.
Lo que más la mantiene en pie, es ver a su único hijo, Kerwin, quien la abrazó a su llegada al aeropuerto y no ha dejado de contarle sus historias.
Ganó la humanidad, la voluntad política, en este caso clínico de un ser humano que lo único que quiere es sentir la compañía de su familia en sus últimos días. (Nancy Porras)