Los treinta niños en situación vulnerable que atendía el comedor “Villa Pinocho” se quedaron sin su almuerzo diario, pues este centro de labor social ubicado en El Chícaro, municipio Junín, cerró sus puertas ante la falta de fondos para funcionar.
El director de la Fundación Pinocho, Gregory Jackson Yeagley, explicó que trabajaron hasta el once de diciembre, fecha en que despidieron a los pequeños con una cena navideña, pero desde ese momento no pudieron reanudar sus labores.
“La idea de crear un comedor para niños de escasos recursos surgió a causa de un amiguito de mi hijo; en su casa no tenían cómo alimentarlo. Con la ayuda de mi suegra, realizamos un censo en la comunidad de La Ahumada y este arrojó la cifra de 60 menores en situación de hambre; en ese momento solo podíamos atender diez”.
Compraron mesas, sillas, platos, vasos, un purificador de agua, un extintor de incendio y demás implementos para poner a funcionar el comedor. Llegaron niños desde los 2 años, hasta jóvenes de 17 años, algunos con problemas motores.
“Empezamos con diez niños y un presupuesto de 250 mil pesos semanales, pero Dios hizo el milagro y esos recursos alcanzaron para alimentar a 30 pequeños y mucha gente se sumó a ayudar. De dos que empezamos, se logró un equipo de diez personas que colaboraban”.
A esta hermosa tarea se unieron los parientes políticos de Gregory Yagley, su esposa, así como otras personas que aportaban, tanto su tiempo como insumos; en una carnicería les regalaban proteína en algunas ocasiones, al igual que en el Matadero Municipal, y su mamá adoptiva también lo apoyó.
La escuela de El Chícaro les prestó 30 bandejas y tazas, mientras adquirían las propias, y les donó granos para incluir en los almuerzos.
En el comedor se les brindaba una alimentación balanceada, con sopa, proteína animal, carbohidratos, vegetales, y una bebida. También les enseñaban a leer, escribir, pintar, conocimientos bíblicos; los ayudaban con las tareas, hacían actividades didácticas y les daban una merienda.
Además, los dotaban de ropa y zapatos en buen estado, que recolectaban por donaciones, y así podían contribuir con estos pequeños que, según comenta Yagley, solo comían una vez al día.
“Utilicé todo mi tiempo y recursos propios, pero solo pude hacerlo hasta el once de diciembre del año pasado. Actualmente, la Fundación no cuenta con fondos para continuar; los menores que eran beneficiados con la alimentación están delgados y los más grandes trabajan de ‘trocheros’”, manifiesta con desconsuelo.
Gregory Jackson Yeagley fue un niño abandonado en su infancia y conoció la rudeza de las calles: “Viví un tiempo en la calle, después en el antiguo Inam y posteriormente en una fundación de niños huérfanos, donde crecí y estudié. La dueña de la fundación me adoptó como su hijo y después trabajé en esa organización”.
“El comedor ha sido la mejor experiencia de mi vida, poder ayudar a tantos pequeños. Desde el primer día, hasta el último, los atendimos lo mejor que pudimos. Contamos con el respaldo de otras instituciones, una de las más comprometidas fue ´Patitas de Junín´. Les hacíamos un compartir por sus cumpleaños, con música y juegos. Para ellos eran momentos muy importantes y sobre todo felices”.
Nunca tuvieron ayuda de ningún organismo oficial y ahora no poseen recursos para continuar. El comedor Villa Pinocho debió suspender sus funciones y treinta niños perdieron la oportunidad de tener, por lo menos, una comida decente al día.
Norma Pérez