Regional

Comercio informal: una fuente de sobrevivencia

13 de marzo de 2021

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Humberto Contreras

¿Cuántas empresas cerraron en el país como consecuencia de la pandemia? ¿Cuántos venezolanos perdieron su empleo? Venezuela ahora NO es un país de estadísticas, así que nadie lo sabe. Solo se calculan o se mencionan cifras, de las que se supone son válidas.

Pero la gente, el común, sí aprecia la realidad: Las calles y avenidas, las plazas, los espacios públicos accesibles, como las aceras en zonas residenciales, están mostrando el desarrollo inusitado del comercio informal. Dicho de una forma más dramática: de vendedores ambulantes.

De hecho, algunos expertos ya la llaman “economía de acera”, la cual ya es objeto de estudio. Se dice que, ante su crecimiento, estimulado por circunstancias reales que incluyen, además del instinto de supervivencia, un mejor abastecimiento y precios relativamente competitivos, este fenómeno económico social, fortalecido en las dificultades de la cuarentena, crece y se reinventa.

El poder de la necesidad de vivir, que tiene que ver con disponer o conseguir oportunamente alimentos y productos imprescindibles para la vida doméstica, como la higiene personal, la higiene del hogar, prendas de vestir, repuestos y accesorios, y una cantidad sin fin de artículos necesarios, como la alimentación de las mascotas, ha sido muy superior al riesgo pronosticado y atemorizante de contagiarse y morir.

El crecimiento de esta actividad se fundamenta en la imposición de la cuarentena, como medida preventiva contra el contagio viral, porque sirvió también para dificultar el acceso a los alimentos y a otros bienes y servicios necesarios para el más elemental vivir.

Muchas personas se quedaron de repente sin el ingreso necesario para sostenerse o sostener a su familia, entendiendo que no solo necesitamos dinero para comer. Y ante la disyuntiva de “contagiarse o morir de hambre”, dilema en el que muchos trabajadores enfrentaron las consecuencias de la cuarentena, no hubo más remedio que tomar la decisión. Muchos, ya en el extremo de la necesidad, salieron a la calle a trabajar en lo que se pudiera, para conseguir el sustento diario, que muchos dejaron de percibir de su empleo formal, tras el cierre.

La situación obligó a iniciar lo que podríamos llamar, un “emprendimiento informal”, o “de resuelve”. Unos, saliendo a la calle, a estacionarse en lugares públicos, lo que fue creciendo en la medida en que otros más se entusiasmaban. Salieron a vender de todo, o a conseguir de todo para vender, convirtiéndose en un gran mercado en extensión, pues casi toda nuestra ciudad está cubierta, donde se compra y se vende, casi cualquier cosa.

“De todo, como en botica”

La frase, muy utilizada por nuestras generaciones anteriores, se aplica muy adecuadamente al proceso de oferta y demanda de este comercio informal, empezando por el mercado de víveres, aupado por la situación de escasez y de precios en el mercado venezolano.

Simultáneamente creció la oferta de vegetales, traídos directamente del campo por sus productores, que estacionaban sus camiones en cualquier parte propicia, especialmente en, o cerca de, zonas residenciales. Otros abrieron “ferias de hortalizas” con un variadísimo stock de productos, que comenzaron a tener muy buena asistencia de clientes.

De allí, la actividad se diversificó. Hoy día se consigue de todo en los puestos callejeros: Medicinas, ropa, calzados, herramientas, repuestos en general para todo uso, alimentos para mascotas, objetos usados; en fin, todo ello en puestos “fijos”. Pero también hay la modalidad de los ambulantes, es decir, quienes ofrecen productos o servicios como café, dulces, pan o cigarrillos, incluso vegetales, caminando de extremo a extremo en determinadas zonas. Los que viven de limpiar los vidrios de los autos en las esquinas semaforizadas. Y hay que agregar los “cambistas” que ya gritan libremente en las calles: “Dólares, euros, pesos”, blandiendo manojos de billetes.

Igualmente, ha prosperado el comercio informal doméstico: Desde su propia casa, muchos elaboran comestibles de diversos tipos. Galletas, productos de panadería, helados, perros y hamburguesas, pasticho, almuerzos, en fin. Otros elaboran productos artesanales, tejidos, muñequería, tarjetas, peluquería canina, productos genéricos de limpieza, y hasta clases a domicilio. La variedad es infinita.

Y estos últimos han conseguido un sólido y consecuente soporte, a base de las redes sociales: El delivery (se hace el pedido por teléfono, y lo llevan a su casa, con un cargo adicional), lo cual se ha convertido en otra actividad productiva.     

Este mercado ha crecido también con la incorporación de las ofertas, en una especie de “ventas de garaje” a través del WhatsApp, de diversos productos de volumen, como muebles, electrodomésticos, piezas de vestir, cauchos y repuestos para vehículos, entre otras cosas.

La otra cara de la informalidad

En nuestra región, más que en cualquier otra parte del país, es fácil apreciar este crecimiento. Nuestra condición de frontera, primero, y con la tradición histórica de más de un siglo de relaciones comerciales a nivel del mercado doméstico, de las compras “caseras” en el vecino país, es prácticamente, más que una tradición, una institución, que aún el gobierno no ha podido impedir, a pesar de los contenedores atravesados en el puente, o de los controles delincuenciales de los irregulares, en los pasos fronterizos.

—El intercambio comercial legal entre Colombia y Venezuela alcanzó, en sus mejores tiempos, 8 mil millones de dólares, dice Germán Umaña, director ejecutivo de la Cámara Colombo Venezolana de Bogotá. En 2020, explica, la cifra fue de apenas 200 millones, lo mismo que en 2019. Pero la realidad es, agrega, que el comercio entre ambos países está hoy entre 1.800 y 2 mil millones de dólares, debido al comercio informal e ilegal, que se desarrolla especialmente a través de la frontera de Norte de Santander y Táchira.

Eso explica la abundancia de productos colombianos en oferta pública a través de los puestos informales. Cualquier producto comestible o de uso hogareño y de manufactura colombiana, está disponible en los puestos informales. Hay gente que se ocupa exclusivamente de comprar al mayor en Colombia, y mediante el pago de los “peajes” necesarios a los elementos “irregulares” que controlan el paso fronterizo, incluyendo a los uniformados de ambos países, hacen llegar la mercancía a los puestos locales. De modo que no hay escasez.

Y en cuanto a los precios, siempre en pesos, son altamente competitivos con los productos nacionales, que, sin embargo, también se ofrecen en estos puestos, pero que son adquiridos por muchos que consideran la calidad de los mismos.

El movimiento comercial de esta actividad no podrá ser dimensionado. El volumen de mercancía extranjera, que de este modo entra clandestinamente al país, demuestra que la pandemia le concedió pasaporte al comercio informal.

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