Hoy publicamos el testimonio de la periodista Ligia Parra Pérez, quien nos relata la manera como, en su momento, enfrentó la situación de enfermedad del cáncer de mama y, después de su sanación, anotó una serie de decisiones que fue llevando a cabo para obtener de nuevo su salud.
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Ligia Parra Pérez
Un día te encuentras con una noticia terrible, inesperada: tienes cáncer. De momento, es como si estuvieras manejando el auto, se empañara el vidrio delantero y por más que accionas el parabrisas, la neblina y la lluvia tapan el ancho de la ventana. Todo se nubla. Se oscurece. Tu mundo personal, hijo (s), casa, hogar, trabajo, familia, amigos, parece detenerse. Las preguntas son tan insistentes, vienen con tanta fuerza, que no sabes a ciencia cierta cómo responder, a cuál atender primero.
Cuando me dieron aquel diagnóstico, en vez de miedo, sentí rabia. La primera pregunta que me llegó a la mente fue: ¿por qué a mí? (estoy segura de que esa interrogante nos la hacemos todos los humanos ante una dificultad). A lo que inmediatamente respondí: esa enfermedad no se parece en nada a mí, por lo tanto la desconozco, no me corresponde.
No me quedaba de otra, sabía de qué se trataba el cáncer, así que, o lo asumía o me quedaba anclada, sintiendo lástima de mí, hundiéndome en la pena, en un diagnóstico que, al apenas oírlo, sientes una sensación extraña que te recorre el cuerpo, mientras el corazón, el estómago y la cabeza responden acelerados por el bombazo.
Hoy estoy segura de que al momento en que hice tal afirmación, aun sin haber iniciado tratamiento alguno, empecé a sanar. ¿Por qué razón? Simple y llanamente, porque la estaba alejando de mí, estaba marcando distancia de ella. Estaba respondiendo que en nada se parecía a mí, ni yo a ella, que yo no me llamaba Enfermedad, sino Vida. Me llamaba Esperanza.
Claro está, comencé a tratar clínicamente el cáncer, pues estaba en mi organismo, pero en ningún momento, que yo recuerde, sentí lástima de mí, o dije ¡pobrecita yo!, miren todos, ¡tengo cáncer!, vengan a atenderme. Obviamente, la enfermedad se había activado en mi seno izquierdo, pero nunca pretendí que por ello la gente sintiera compasión o pena de mí, o se me iban a acercar o yo iba a pasar a ser el centro de sus vidas. Y digo esto porque son muchos los seres humanos que utilizan una enfermedad para llamar la atención y suplicar, hasta el sacrificio de la muerte, que los quieran.
No me dejé devorar por el monstruo, ni cuando me anunciaron que sin mi permiso había tomado parte de mis predios, ni cuando después, día a día, seguía las pautas indicadas para borrarlo de mis territorios corporales.
Así que, acto seguido y como creyente que soy, hablé con Dios. Me aparté, en soledad y en un diálogo cercano le expresé: “sé de tu amor, lo he comprobado siempre, conozco tu bondad y misericordia, confío plenamente en que me ayudarás a recuperar totalmente mi salud, para seguir disfrutando de la vida que me diste como un regalo y ver crecer a Fabrizio, hasta que sea un hombre pleno y feliz.
Agarrada de la fe, con convicción y decisión, con la compañía de mi esposo, las ganas de vivir y la motivación central, que era mi pequeño hijo, inicié el largo camino hacia mi sanación total.
Eso sí, nunca le tuve miedo a la enfermedad. Si en algún momento me llegaba un pensamiento necio o negativo, inmediatamente lo bloqueaba, no dejaba que se instalara y me decía: “Actívate Ligia, qué pasa, no pierdas el objetivo”.
En ningún momento me gustó ver el proceso de tratamiento como una lucha. Cuando alguno me decía: ‘eres una guerrera’; ‘enfréntalo, tú puedes’; ‘vas ganando la pelea’; ‘qué coraje tienes’; y todavía hoy, cuando alguien me dice o señala para referirse a otros que lo padecen, ‘qué valiente eres, ganaste la batalla’, disiento de ello, pues son términos inherentes a la guerra, a una lucha declarada y en acción, y para mí, pese a la enfermedad, la vida es un regalo maravilloso.
Mientras duró, vi el cáncer como un proceso de crecimiento y sanación. Una experiencia que viene a decirnos algo, solo hay que volver los ojos hacia uno mismo, en un trabajo interior, para escucharse y analizar qué nos falta aprender, mejorar, desarrollar, crecer y seguir disfrutando la existencia. Por más que haya vivido días no tan amables, todos llevaban incluido un aprendizaje humano y espiritual.
Hace poco volví a revisar mis valores. El chequeo médico de la mamografía arrojó que todo está bien en mis senos. Agradecida con la vida y con la intención de brindar apoyo a las mujeres que pasan por esta etapa de cáncer de mama, hoy brindo un conjunto de decisiones que fui enumerando, hasta conformar un catálogo que gustosa brindo a todas.
Decisiones para sanar
Día 1: O asimilas el diagnóstico o te quedas pegado
Cuando me dieron el diagnóstico de que padecía cáncer de mama, además de quedarme desconcertada, sentí mucha rabia. Obviamente, era una respuesta de negación porque estaba viviendo la mejor etapa de mi vida, siendo la mamá de un pequeño de 3 años, y justo en ese momento me “tocaba esa enfermedad a mí”. Era una incongruencia. Lloré, cargada de molestia, más que de miedo. Lloré con ira. La pregunta que me hice inmediatamente fue: ¿Y si yo no estoy, quién va a criar a Fabrizio? ¿Quién lo va a cuidar, alimentar, enseñar? .Inmediatamente saltaron las respuestas, teniendo ya claro que la ira y el miedo no me iban a ayudar a recuperar la salud. Reflexioné y me respondí: “¡Pues yo misma, que soy su madre!”. Con esa decisión estaba asumiendo también mi curación, así que me llené de fortaleza y decidí que haría todo lo indicado por los especialistas, poniendo a Dios delante de mi camino.
Día 2: Y coloqué a Dios delante de mí, confiada en su infinita misericordia
Siempre he estado asida a Dios. Esta no era la primera vez que tenía una “experiencia de tal magnitud”. Me serené y le dije: “Dios, sabes que creo en Ti completamente. Sé de tu bondad y amor sin igual. Así que, de la manera en que me diste a Fabrizio, me ayudarás a recuperar mi salud, para estar con él hasta que sea un hombre. En tu compañía, inicio confiada este camino de vuelta a mi sanidad corporal”.
Debo decir que, además de la fortaleza con que inicié el tratamiento, durante la trayectoria me acompañó una “fotografía de Dios” que todos queremos mucho, una estampita del Santo Cristo Milagroso de La Grita. Y mientras recorrí el largo camino de pruebas, exámenes, cirugías, radioterapias, quimioterapia, citas y revisiones médicas, aun estando lejos de La Grita, lo veía en todos lados, como diciéndome “estoy a tu lado”.
Día 3: Fabrizio: Mi agente motivador, el eje central de mi recuperación
Luego de recibir la noticia, llegué a casa y tomé a Fabrizio, que estaba en la cuna. Mi fe en Dios y el amor de madre, llevaron a que cada paso dado para recuperar la salud fuera siempre acertado. Él fue mi agente motivador, el centro de mi trabajo diario durante el tratamiento. Por eso sostengo que para sanar debemos tener una razón que nos haga sentir campeones, antes de iniciar la travesía. Si estamos claros en ello, no dudes que los resultados siempre serán positivos.
Día 4: Si vas motivado, el camino te será amable
Pues bien, iba con Dios, estaba motivada al cien por ciento para sanar, había asumido el reto que me planteaba la vida; total, todo se iba apareciendo ante mí de manera generosa. De esa manera, como luego comprobé, entendí que si vas decidido, confiado y motivado a recuperar la salud, el camino te será amable. Así los hechos se fueron sucediendo de la manera indicada: el diagnóstico se hizo a tiempo, encontramos al especialista más indicado, el hospedaje fue el ideal, hasta el cariño de la gente que vas conociendo en el camino, era producto de esa confianza, que sin duda habíamos asumido.
Día 5: Hazte acompañar de gente positiva
Mientras estás trabajando para sanar, recuerda estar rodeada de gente que te apoye, de ser necesario: tu esposo, un amigo, tus hijos. Gente que hable en positivo, que vea siempre la recuperación como una posibilidad, que ría contigo, que comparta experiencias positivas, que vea que el día amaneció bonito y luminoso, que agradezca un día más vivido, que te diga que hoy estás linda, que esa blusa te sienta bien. Mientras más positivo esté todo, se genera una energía de vida, que sin duda alguna va a redundar en tu recuperación.
Día 6: Mantén la autoestima en alto
La enfermedad es un tiempo para uno conocerse, para ello es bueno identificar nuestras emociones negativas, hasta encontrar la manera de manejarlas. Para ello es recomendable estar en silencio, hacerse un autoexamen, como si nos miráramos en un espejo. Una vez que se reconozca la emoción, bien sea molestia, angustia, ira o miedo, enviarles mensaje de amor y de paz, hasta dosificarlas. Llegará un momento en que sentimos que lo malo se va a medida que vamos recibiendo el tratamiento y, con ello, llegará la ansiada recuperación.
(Todos los pasos siguientes de “Decisiones para sanar” puedes encontrarlos en la página digital lagrita7diario/ Facebook)