Regional

Cuando una coraza es la única opción

22 de enero de 2025

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La premisa de Rocío Sánchez es que siempre hay una esperanza para disipar la adversidad

Norma Pérez

Rocío Coromoto Sánchez León trabajó de servicio doméstico, limpió casas, vendió hielo. Es mototaxista y hace entregas a domicilio. También, es profesora de Educación Integral, egresada en 2003 de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL), con un postgrado en Metodología del Entrenamiento Deportivo, mención Baloncesto. Docente del liceo nacional San Antonio, en el municipio Bolívar, donde en febrero cumplirá 21 años de ejercicio profesional.

A Rocío la golpearon la crisis económica, el ínfimo sueldo que percibe como educadora y la dura realidad de su país. Unos meses antes de comenzar la pandemia, emigró a Medellín, Colombia. Allá cuidó niños, cocinó, hizo labores del hogar. Cuando la despidieron, se fue a Río Negro, a  lavar platos en un restaurante.

 En la pequeña habitación que alquiló, durmió sobre cartones para amortiguar la dureza del suelo. El dinero no alcanzaba para comprar un colchón, menos una cama. Resentía el trato y la poca empatía que recibía de otros venezolanos, compañeros de trabajo. Lloraba a diario donde nadie la escuchara. Después de seis meses y casi con los mismos recursos que se fue, regresó a su tierra natal.

“La situación país nos hizo salir de la zona de confort. Agradezco a mis padres que me enseñaron a salir adelante. Cuando el dinero no alcanzó, comencé a realizar otras labores. Toda esa experiencia me hizo ser más fuerte, más humana y perder el orgullo tonto de pensar que soy profesional y solo debo trabajar para lo que estudié”.

Resiliencia a toda prueba

Con 55 años de edad, dos hijos, dos nietos y un padre adulto mayor, del que se encarga desde que su mamá falleció de cáncer, esta tachirense no le da cabida al desánimo en su vida y se las ingenia para conseguir los recursos que le permitan cubrir el sustento.

Hace algún tiempo, enfrentó serios problemas de salud: un pre infarto y tres trombos en las piernas. Perdió mucho peso y masa muscular.

“Aunque el médico me dijo que no podía tener una vida muy activa, aquí sigo. Desde que me levanto, estoy en movimiento; primero en la casa y después en la calle”.

Es deportista. Le gusta practicar el ciclismo. Representó al Instituto Pedagógico Rural Gervasio Rubio-UPEL en diferentes disciplinas. En reiteradas ocasiones participó en los Juegos de Profesores de Educación Media. Tiene una colección de medallas y trofeos que muestra con satisfacción.

“Siempre quise dar un buen ejemplo a mis hijos, mostrarles los beneficios de hacer deporte, comer sano, mantenerse en forma. Practico ciclismo, no tengo bicicleta profesional, pero la mía me sirve para competir y hasta ganar”.

Su día comienza de madrugada, porque no solo atiende su casa, sino también la de su papá, que está al lado de la suya y se comunica internamente. Antes de salir, le sirve el desayuno y deja listo el almuerzo. Dos veces a la semana viaja desde la capital del municipio Junín hasta San Antonio a dar clases en el liceo. En años anteriores, esta rutina era diaria.

Cumple su jornada en mototaxi, lo que combina con el trabajo de reparto a domicilio en un restaurante de la Ciudad Pontálida. Finaliza a las seis de la tarde, hora en que retorna a su hogar para preparar la cena. Pero si la llama algún cliente para “una carrera”, no duda en volver a salir.

Recuerda que cuando comenzó a trabajar como mototaxista, usó un chaleco que le prestó uno de sus hijos y era varias tallas más que la suya.

 “Me paré con tres personas más en una esquina del sector donde vivo. Muchas veces intentaron sacarme, pero me mantuve firme y no lo permití. Al igual que todos, yo buscaba la manera de alimentar a mis padres y ayudar a mis hijos. Continué y ya tengo varios años en este oficio”.

Posteriormente, con gran esfuerzo adquirió un cupo en una línea establecida, donde presta sus servicios.

 “Las mujeres que realizamos esta tarea somos víctima de atropellos, recibimos malos tratos de mototaxistas hombres. Usan un lenguaje poco adecuado, he recibido reclamos con groserías. Al contrario, la mayoría de los pasajeros se comportan de manera respetuosa. Todo este contexto me hizo ponerme una coraza. Dios y la Virgen nunca me han desamparado”.

Tiempos de cambio

En ocasiones, mientras presta sus servicios, Rocío Sánchez se ha encontrado a algunos de sus estudiantes y exalumnos, que se sorprenden cuando la ven haciendo ese trabajo y así lo manifiestan:

“Les digo que lo hago con mucho orgullo, porque soy una venezolana que sale adelante, sin olvidar mis valores y demostrando que no podemos conformarnos. Tenemos que salir y luchar. Voy siempre con la frente en alto. Doy lo mejor como un ser humano que quiere una mejor calidad de vida”.

Tiene la firme convicción que hay que dejar a un lado los prejuicios y la vergüenza, abrir un espacio, adaptarse a los cambios para tener más alternativas de surgir.

“Quejarse no soluciona nada. Es difícil cambiar el patrón de vida, pero no imposible. De esta experiencia saco lo positivo y es que me hizo más fuerte ante la adversidad. Sin perder la esencia femenina. Más humana, más decidida, positiva. Pensar que me va a ir muy bien. Siempre doy gracias a Dios por lo que gano, así no sea tanto. Salgo adelante con lo que sea”.

Con el peso del morral cargado de pedidos para repartir sobre sus hombros, sin perder el equilibrio, Rocío sube a su moto y se aleja mientras piensa en las clases que debe impartir en el liceo, en los clientes que debe trasladar, los quehaceres pendientes en el hogar, los problemas por resolver. En el tiempo que se la hace corto para todo lo que debe hacer.

Aun así no pierde la sonrisa amable ni el ánimo para continuar. Como ella dice, “hay días de días”.

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