María Consuelo Gómez no oculta el temor de que de un momento a otro un muro le caiga encima, y ruega que ojalá eso no se dé en mitad del sueño nocturno. Para ella, ha perdido su vivienda, la calidad de resguardo, para constituirse en una amenaza
Freddy Omar Duran
Aunque ya hace más de 15 años el sector El Paraíso fue declarado lugar no apto para habitar, por el indetenible hundimiento de sus terrenos, y desde entonces muchos esperan una solución de mudanza, pues sus escasos recursos no les permiten hacerlo por sus propios medios, sus pobladores siguen viviendo su cotidianeidad, rogando a la naturaleza no guardarles desagradables sorpresas.
Así como las casas se sostienen una con la otra, así los vecinos de El Paraíso se ofrecen apoyo mutuo, para evitar el derrumbe absoluto de sus vidas.
En las actuales circunstancias del país, los que han podido, emprendieron residencia en otros lares, incluso fuera del país, aventura posible solo para personas en edad productiva. Niños y ancianos, por supuesto, no están en condiciones de migrar, así como tampoco sus comprometidos cuidadores, de contar con ellos.
Historias de vida
Detrás de cada vivienda, la inquietud apremia, y aunque cierto es que la costumbre puede adaptarnos a las peores situaciones, una nueva grieta, el ladeo más pronunciado de una pared, el brote imprevisto de aguas blancas o negras de las entrañas de la tierra, el pronunciado resquebrajamiento de las vías comunes, ponen a prueba cualquier paciencia.
María Consuelo Gómez no oculta el temor de que de un momento a otro un muro le caiga encima, y ruega que ojalá eso no se dé en mitad del sueño nocturno: para ella ha perdido su vivienda, la calidad de resguardo, para constituirse en una amenaza. Lo peor: tal colapso terminaría reproduciéndose en las casas vecinas, por eso la opción de huir hacia cualquiera de ellas tampoco es viable.
Acceder a la segunda planta donde mora Carla Rubio, junto a sus cuatro hijos, 2 niños y 2 niñas, requiere el ascenso por una escalera, que quien por primera vez emprende, no deja de ser afectado por cierto vértigo.
Por sus muchachos, le pone todo el empeño a su oficio de mecánica, que ejerce en un taller cercano. Las condiciones de habitabilidad del sitio que alberga esa familia, a duras penas se han reducido a una habitación para todos, y al menos la mitad del sistema eléctrico ha quedado inútil, y espacios de servicio como la cocina, clausurados El hundimiento general ha sacado de sus quicios a las puertas, y las grietas marcan una línea de fuerzas capaces de reventar pisos y paredes. Por esas grietas cabe un potente rayo de luz y en muchos casos hasta una mano, y recaen en las mismísimas columnas y bases, restándole toda estabilidad a las edificaciones.
«Cuando llueve a uno le da miedo, y toca que ir a la casa de una vecina”, confesó Rubio.
Esfuerzo de años perdido
Los linderos de la propiedad de José López prácticamente se confunden con el de su vecino, y todo ha quedado empotrado en una especie de “V”. Una masa vegetal, alimentada por la humedad que brota por doquier, pareciera querer apoderarse de todo, y ablanda una acera, en apariencia ya no de cemento, sino de otro material elástico.
Ahí ya no viven su esposa y sus hijos, y él no se resigna a abandonarla, pues gran parte de su trabajo como maestro de obras lo invirtió para levantar los tres pisos de la edificación, dimensiones que él no dudó en levantar a finales de los años setenta porque confiaba en la solidez de las bases, sobre lote más parejo, y no el abombado en cuyo lomo descansa la ruina de la calle principal de El Paraíso y el desplome de viviendas a un costado y otro. Recordó que en esa vía, busetas y carros transitaban sin problema alguno, para llevar o venir desde Rómulo Gallegos.
Hoy tiene 71 años y ya hace una buena década se retiró, y sus cálculos como experto en construcciones le indican el declive de su casa en unos dos metros y un desplazamiento desde el muro trasero de unos tres metros. Cuando se recorre la casa, uno cree estar dentro del naufragio de un barco o dentro de una cueva donde no resulta tan fácil diferenciar un cuarto de otro, y en las que se aprecian vigas casi en el aire, y el piso fracturado en niveles, cuando en otra época estaba emparejado.
Gastaría de lo que no tenía para reparar los daños, pero ya hace un buen tiempo desistió de hacer. Permanece en esa vivienda no solo porque no tiene más a donde ir, sino que se niega a abandonar enseres y objetos que bastante le costó adquirir. Además del señor López, unos perros guardianes recuerdan con sus ladridos que el inmueble no está sólo y que los extraños no son bienvenidos.
“Yo compré está casita en obra negra y todos los ahorros de tres años los invertí aquí; trabajé y trabajé hasta dejarla como una quintica, y cuando ya lo había logrado, se empezó a hundir”.
Esa desesperante situación de gradualmente presenciar la inexorable destrucción de su vivienda, lo llevó a otro escenario más desconsolador de la estafa inmobiliaria. Sin ser consultado, parte de las remesas que mandaba desde otras partes del país, donde era mano de obra de importantes proyectos, la cárcel de Tocuyito, entre otras obras, fueron a parar a manos de los promotores del Conjunto Residencial Vista Alegre y Terracota, quienes terminarían juzgados y apenas si devolvieron algo de lo depositado. Aún conserva las facturas y las órdenes tribunalicias.
Inútil inversión
En la vereda 3, uno de los puntos más álgidos en la tragedia de El Paraíso, se han puesto de acuerdo para arreglar entre otras cosas, el alcantarillado. Un arreglo que se sabe provisional, y siempre el temor de que la estrecha senda sea tragada y solo hay un inmenso boquete.
Margarita Guerra de Santos, septuagenaria y viuda, ya está cansada de andar tanto preocupándose por los problemas estructurales de su vivienda, entre otras cosas, porque su salud se lo impide. Estuvo hospitalizada mes y medio por un trombo que de la pierna subió a la cabeza, y casi ni comer podía.
“Yo ya le he metido 4 millones de pesos al arreglo de mi casa y mire, ya las paredes se volvieron a cuartear. Ahora tengo que meter como un millón de pesos más, ¿y yo de dónde, si vivo de confeccionar collares y lo que me da el Gobierno en pensiones? Me ayuda a veces una sobrina. Trabajé más de 23 años como buhonera”.
María Mora, de 92 años, postrada en cama, vive rodeada del deterioro de un hogar que comparte con tres familias más. Tienes sus días más y sus días menos, que podrían ser más sustentables si poseyera una cama clínica propia –la que tiene es prestada- con su respectivo colchón acorde a su condición física, así como una silla de ruedas.
En esa reclusión la acompaña su hijo Gerson Mora, de 42 años con Síndrome de Down, quien a duras penas se deja tocar y salir a la calle le causa repulsión, por lo que llevarlo al médico, por ejemplo, resulta un suplicio. Apenas si sale de su habitación para comer. Otro de sus hijos murió hace tres años, producto de una mordedura de culebra en Puerto Vivas.
En donde reside María Mora, además de soportarse el hacinamiento de tres familias, hay personas que necesitan especial atención. Su esposo murió en Puerto Vivas por una picada de culebra, y son las mujeres las que dan sostén a ese hogar.
Como ella, son muchos casos en los que existen personas de la tercera edad, ya incluso pasados de los ochenta años, como Olga Ruíz, quien se encomienda al Señor para que no se le vuelva a caer otra pared más, como ya le ha sucedido.