Rosmary Isabella Méndez Guerrero y William Alejandro Méndez se perfilan como dos promesas de la música, por su versatilidad y talento
Raúl Márquez
Los dedos de Rosmary dibujan con soltura las notas de ese gran poema del cancionero venezolano, «Como llora una estrella», en su viejo piano, mientras William la acompaña con su cuatro llanero, llenando la casa de una sonoridad espléndida, inocente.
Antes de la pandemia, compartían cada domingo en el coro de la iglesia de El Piñal. Allí fraguaron una amistad musical, que se afianza con cada acorde compartido, con cada compás.
Desde muy niña, Rosmary Isabella Méndez Guerrero, estudiante del Colegio Antonio José de Sucre, en la capital de Fernández Feo, ha encontrado en la música una compañía, una manera profunda de expresarse y crecer.
Además de tocar el piano, también lo hace con el violín y el cuatro, aprendizajes que ha adquirido en la Escuela de Música Miguel Ángel Espinel, de San Cristóbal, de la que ha formado parte desde los seis años de edad.
«Gracias a Dios, pude ver que el piano es una de mis fuentes de felicidad y de inspiración».
Para ella, el talento se fragua con el ensayo constante, con paciencia, poniendo el corazón en cada pieza interpretada.
Asimismo, enfatiza en que también ha estudiado canto, una actividad artística que, de igual modo, le ha sido de gran utilidad en su crecimiento personal.
Su talento palpita con la música criolla y el rock
Al son de la santa misa, los acordes de William Alejandro Méndez Berbesí resonaban cada domingo. Luego de la celebración eclesiástica, y en otros ámbitos, su talento sigue maravillando a quienes lo escuchan.
Y es que a sus trece años, recién cumplidos, William Alejandro se perfila como uno de los grandes exponentes de la música, tanto en el género criollo como interpretando temas de bandas emblemáticas del rock de todos los tiempos.
«He ensayado canciones de Metallica, Pink Floyd, Maná, Café Tacuva, entre otras bandas. Pero también puedo acompañar a cualquier cantante de música venezolana, en un pasaje, un joropo, un seis por derecho y una quirpa, entre otros golpes de nuestra música llanera».
Según William, su talento ha sido heredado, pues desde pequeño solía escuchar a su abuelo tocar el cuatro, guitarra, bandolina.
Por otra parte, comenta que en su formación musical ha integrado la banda de guerra de la escuela Inés Labrador de Lara, de El Piñal. Además recibe clases con el profesor José Márquez, quien, a su juicio, ha sido uno de los impulsadores de su carrera.
En definitiva, su horizonte lo tiene bien claro: continuar su formación musical con el empeño de siempre, con la firme inquietud de aprender cada día más.
En estas historias encadenadas por la música, el apoyo de padres, familiares y amigos ha sido vital para Rosmary y William.
Para estos talentosos tachirenses, la música constituye una parte fundamental de sus existencias; en consecuencia, a pesar de su corta edad, coinciden en que su futuro siempre estará unido a esta manifestación artística y cultural.