Con un cierre de casi 80 por ciento de sus establecimientos comerciales, el centro de San Cristóbal no ha perdido su concurrencia pese a que ya no exista mayor razón para acudir a esta zona, mientras se mantenga el periodo de cuarentena rígida.
La venta de productos alimenticios que parecería la fachada para que algunos locales siguieran con sus santamarias abiertas, ha terminado convirtiéndose en la única motivación para insistir en su operatividad. Pero realmente su oferta no es nada distinta a la de una informalidad que se ha propagado por toda la ciudad, producto de una guerra por la supervivencia.
Esta informalidad se ha podido ubicar en cualquier punto del centro, prefiriendo por supuesto los lugares con mayor concurrencia, reducida al mínimo en estas últimas semanas.
–Esto está duro –dice Josefina García que en el suelo exhibe algunos paquetes de harina de maíz, arroz y pasta —. Yo estoy viendo a ver si llevo unos pesitos para la casa; pero esto está duro.
Igual opinión tienen muchos mototaxistas, que antes concentrados en algunas esquinas, han optado por dispersarse por todo el centro, en parte para evitar el acoso policial.
–Encima que hay más competencia, la policía molesta para que nos movamos a otro sitio –, afirma Juan Monsalve, un “profesional de manubrio” cerca de la plaza Bolívar que prefirió moverse de allí.
La venta de ropa y artículos de casa destaca en una reconocida tienda por departamentos, alrededor de la cual quedan muy pocos espacios para estacionarse, y que oferta productos de primera necesidad en su primer piso.
Muy pocos son los locales, sobre todo en el ramo de la mercería, plásticos y los textiles, que abren muy clandestinamente con atención a puerta medio abierta o por taquilla.
Sin mayores aglomeraciones y bajo el control de un dispositivo de seguridad, a cargo de funcionarios policiales, en puntos como la plaza Bolívar y la entrada al Viaducto Viejo, así como de la Guardia Nacional en rondas motorizadas, ese sector de la ciudad, al menos en horas de la mañana, parecería un lugar seguro para recorrer, así sea por puro ocio.
De todas maneras para algunas personas, el centro solo representa un lugar de paso para dirigirse a La Concordia, Barrio Obrero u otra zona de la ciudad, de los que ya no pueden tomar transporte y se han acostumbrado caminar, haciendo un alto para adquirir algo en la panadería, o lo que insistentemente le ofrecen los buhoneros o los vendedores de verduras y frutas.
Sin embargo, y como se repite en cada una de las conversaciones en los improvisados corrillos –con tapabocas y distancias de por medio- que se forman, ya que la cuarentena ha aplacado los afanes, el covid-19 está cerca, unas cuadras más arriba o unas cuadras más abajo pero cerca.
Ese temor se ve en el cambio del tapabocas por la máscara facial, no solo en negocios sino entre algunos transeúntes, y las ópticas los empleados con “trajes de bioseguridad” y un medidor de temperatura en la mano reciben a sus clientes.
Por Freddy Omar Durán