Swin Eduardo Belandria es el autor de los murales que adornan el exterior del estadio “Leonardo Alarcón”, un obra de grandes dimensiones y donde se combinan el arte y la historia
Por: Norma Pérez.
La obra de Swin Eduardo Belandria cuenta una historia. En parte, la de su vida, porque, aunque nunca ha pisado una escuela de arte, es un experto en técnicas y colores. También, la de muchos personajes sobresalientes por sus acciones, algunas en el contexto local, otras trascienden las fronteras.
Escogió un lienzo enorme al que dedica hasta diez horas de cada día para cumplir con la meta que se trazó: “Cuando pasaba por el estadio, veía su estado de deterioro y surgió en mí el interés de hacer algo que contribuyera a embellecerlo”.
Se refiere al estadio “Leonardo Alarcón”, de Rubio, la ciudad de sus afectos, donde creció y formó una familia.
“Sueño con llenar a Rubio de colores, para que no sea un pueblo apagado, sino que transmita alegría, buena vibra y felicidad”. Un hombre afortunado, con un sueño que hoy se concreta en los muros externos del centro deportivo, donde pueden admirarse los rostros que recuerdan momentos memorables, logros y aplausos. En esas paredes se cumple el anhelo multicolor.
Una manera de vivir
Aun cuando en su entorno familiar nadie se interesaba por la pintura, Swin Eduardo Belandria comenzó a dibujar desde niño: “empecé a hacer letras, me gustaba combinar colores y así, paso a paso, fui mejorando y empecé a dominar más técnicas”.
Lo que solo fue una afición, se convirtió en un talento espontáneo que le llevó a indagar sobre la práctica para mejorar; un aprendizaje sin maestros ni aulas, pero con excelentes resultados. Es su modo de vida y así lo identifica con su nombre artístico, art swin.
En su interés por experimentar, también hizo tallas de madera, pero ganó su gusto por la pintura, lo que comparte con su habilidad para cocinar, por lo que se ha desempeñado como cocinero en restaurantes de San Cristóbal y Bogotá.
Este artista autodidacta suma 41 años de edad, está casado con Jenny Contreras, quien es docente, es padre de tres hijos, Victoria, Valeria y Óliver. Todos lo apoyan en su sueño de hacer de Rubio una ciudad más amable.
“Muy temprano, ayudo en los quehaceres de la casa y cuento con el respaldo de mi familia. Nunca hice un curso de pintura. La misma pintura me va enseñando los trazos que debo realizar” Hermosa experiencia de descubrimiento y creación.
Dice que cuando faltan los recursos económicos, cruza el puente hacia Cúcuta y siempre consigue algo que hacer: “Me llevo cinco colores, mis pinceles y después de laborar regreso a mi casa. La ventaja es que el arte no tiene fronteras”.
Los rostros de la fama
En mayo del año pasado, comenzó su incursión artística en el estadio “Leonardo Alarcón”. La primera figura que pintó fue la de José Gregorio Hernández, en homenaje a su beatificación; siguió con Simón Díaz, al que representa con su emblemático cuatro.
Después, personalidades del deporte como Miguel Cabrera, Yulimar Rojas, Johan Santana y Deyna Castellanos.
Infaltables, los personajes rubienses que forman parte de la historia del municipio Junín: Tulio Hernández, “El muchachote de Cuquí”, quien tuvo una relevante trayectoria en el béisbol nacional y fue el primer pelotero que ingresó al Salón de la Fama del deporte tachirense; sor Inés, fundadora de la Casa Hogar “San Martín de Porres”, y una religiosa que dedicó su vida a servir a sus semejantes; el beisbolista Leonardo Alarcón, quien llevó este deporte a Rubio, por esta razón el estadio lleva su nombre.
Igualmente, José Lindarte, gloria del ciclismo; el escudo del Deportivo Táchira, el primer líder novato de la Vuelta al Táchira-1969, Néstor Nieto; la dama del baloncesto, Delia Vera; el atleta y maratonista Víctor Maldonado.
También, los músicos tachirenses de fama internacional, Leonard Jácome, creador del arpa eléctrica; el trompetista y director de orquesta Anthony Pérez; en el área de salud, el presbítero Justo Pastor Arias, a quien se debe la creación del hospital bautizado con su nombre, y la partera Herminia Rincón de Sandoval. Un desfile de rostros que narra vidas, logros y orgullo del pueblo venezolano.
Para cumplir con su cometido, acudió a los comerciantes de Rubio; primero fue con algunos conocidos a los que les había hecho trabajos; allí consiguió el respaldo para comprar los materiales necesarios y emprendió la tarea de hacer los murales que son punto de atención para todos quienes pasan por el lugar.
“Como una forma de agradecer esta colaboración, coloco los logos y así la gente sabe quién hizo la donación para la realización de cada mural; es una manera de reconocer el apoyo a mi trabajo. Sin ellos no hubiera sido posible, por el alto costo de las pinturas”.
Talento y dedicación
Para la elaboración de sus obras utiliza pinturas acrílicas, resistentes a la humedad y la intemperie. El primer paso es frisar las paredes, pues debido al mal estado en que se encuentran es imposible usarlas sin antes optimizar su superficie; después se “curan” con cemento, zábila, cal y sal, para sellarlas.
Una vez cumplidos estos pasos, se aplica un fondo con el color seleccionado, y después, por medio de una cuadrícula, lleva la imagen del diseño original al tamaño grande, para comenzar a aplicar las pinturas, hasta finalizar su creación.
Cuenta con la ayuda de su hijo Óliver, de quince años de edad y estudiante de cuarto año de bachillerato; también le gusta pintar, aunque su meta es ser un gran jugador de fútbol, para lo que desde ya se prepara para este fin.
Ambos se concentran en su labor desde muy temprano, hasta que oscurece. Un trabajo arduo y acucioso, que les ocupa hasta diez días bajo las inclemencias del clima; lo más importante es culminar con éxito. Que todo quede bien.
Para él, es muy valioso que los murales se conserven impecables: “las personas que transitan por aquí me felicitan y les parecen muy bonitas las pinturas. Ayudan a cuidarlas; nadie las ensucia o las raya, porque saben que son un regalo para Rubio, sus habitantes y visitantes”.
A la fecha ha pintado veintinueve murales, pero dice que todavía faltan, pues quedan espacios vacíos que espera llenar pronto. Trabaja en otra figura de José Gregorio Hernández, pero desde la perspectiva científica; continuará con el cuatrista rubiense Darwin Guevara, y hay un espacio reservado para Daniel Dhers.
“Mi intención es brindar otra imagen al estadio, darle un atractivo visual, que la gente pase y disfrute al ver estos personajes, además de conocer quiénes son, pues agrego un pequeño resumen con algunos datos sobre su trayectoria. Cuando empezamos, hubo otros pintores que hicieron murales, pero se fueron, ahora estoy solo”.
Considera importante que el entorno se encuentre en buenas condiciones, por lo que pide ayuda a alguna empresa que pueda colaborar con el mantenimiento de la grama, que crece frente a los murales y debe cortarse.
Cuando finalice, tiene previsto dar continuidad a su proyecto en otras instituciones de la Ciudad Pontálida: la escuela de música “Francisco J. Marciales” y el hospital “Justo Pastor Arias”, donde quiere dejar un mensaje de esperanza para la gente que sufre.
Swin Eduardo Belandria es el hombre afortunado del sueño posible. Hoy sus ojos se recrean con un gran espacio a cielo abierto cubierto de colores.