Regional
El mapa que no cruza ríos
lunes 10 noviembre, 2025
Antonio Sánchez Alarcón
Hay quienes creen que la ciencia es como una gran linterna que ilumina la realidad. Pero no toda luz es guía. A veces, lo que alumbra no alcanza a mostrar lo esencial. Nos enseñan que la ciencia avanza, acumula datos, refina sus métodos, y con eso basta. Pero, ¿cómo sabemos si realmente entendemos algo o si apenas nos movemos en círculos dentro de un mismo cuarto?
La filosofía —esa vieja señora que a muchos incomoda— nos ofrece una herramienta para comprender cómo las ciencias funcionan más allá de sus resultados: El cierre categorial. Un concepto que suena a portón técnico, pero que puede abrirnos una vista panorámica si lo pensamos bien.
Imaginemos esto: Estás armando un rompecabezas. Pones las piezas, ajustas formas, buscas bordes. De pronto, sin darte cuenta, dejas de mirar el mundo para mirar solo el tablero. Así opera una ciencia cuando se cierra: Crea su propio lenguaje, establece reglas, y se vuelve rigurosamente coherente dentro de su campo. Ya no necesita justificar cada paso desde fuera porque ha tejido un sistema donde todo encaja con todo. No por casualidad, sino por construcción.
La geometría, por ejemplo, no depende del suelo que pisamos. Puede desarrollarse entera sobre papel. En ese espacio mental, un teorema no es verdadero por ser “real”, sino por derivarse correctamente de axiomas y operaciones previas. Lo mismo pasa con la química, la física, o incluso la gramática. Cada ciencia opera cerrando su campo, como quien levanta un invernadero para cultivar una planta específica sin que la arruine el clima externo.
Esto no quiere decir que las ciencias vivan en burbujas ajenas al mundo. Al contrario: Necesitan de lo real para nacer. Pero una vez dentro, se comportan como relojes: Precisos, ordenados, autónomos. El problema comienza cuando confundimos ese orden con la totalidad del mundo.
Volvamos al mapa. Supón que estudias la hidrografía de un país. Dibujas sus ríos, sus lagunas, sus deltas. Tu mapa es preciso, útil, cerrado. Pero no te dice nada del sabor del agua, ni de la historia de los pueblos que viven junto al río, ni del niño que se moja los pies en la orilla. Es un mapa verdadero, sí, pero no total.
Las ciencias, al cerrarse, ganan en profundidad pero pierden en horizonte. Por eso necesitamos la filosofía. No para competir con la ciencia, sino para recordarle que su claridad no debe confundirse con la luz del sol. El cierre categorial nos muestra que el conocimiento avanza en estructuras, no en revelaciones; en construcciones precisas, no en verdades últimas.
Porque entender algo no es conocerlo todo. Y tal vez el mayor error moderno sea creer que un mapa es el territorio, o que un algoritmo puede reemplazar el juicio. La filosofía, con toda su impopularidad, aún sirve para recordarnos que no hay atajos hacia la comprensión.
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