Glenda Buitrago siente que la mayor recompensa de ayudar, es la felicidad que le da poder hacerlo
Norma Pérez
“A esos muchachos les cambió la expresión cuando recibieron el alimento. Para ellos fue algo muy importante, porque tenían hambre. Para mí, esas pequeñas cosas, me dan satisfacción y alegría. Poder ayudar con un granito de arena a una persona en el momento indicado”.
Glenda Buitrago de Ruiz se refiere a dos jóvenes vendedores de fruta, a quienes se encontraron durante una de las salidas humanitarias que realiza cada año durante el mes de diciembre: “Después que les dimos las hallacas, los jóvenes nos agradecieron y nos dijeron que no habían comido en todo el día, porque no habían vendido nada”.
Estas jornadas sociales que realiza, las asumió como una tarea heredada de una mujer generosa que conoció y admiró, pero que ya partió de este mundo.
“Cada diciembre, mi amiga Mercedes preparaba 200 hallacas para repartir a niños de bajos recursos económicos y a los habitantes de calle. La conocía desde niña, pues nos criamos juntas en una vereda de Puente Real, en San Cristóbal. Era una persona caritativa, enfermera de profesión que hacía el bien a sus semejantes, sin distinción. Trataba a muchas personas de manera gratuita. Cuando muere a causa del Covid, durante la pandemia, pensé que su acción no se debía perder y la asumí con el mismo afecto con el que ella lo hacía”.
Sintió que debía dar continuidad a la obra que su amiga de muchos años realizaba. En ese momento surgieron las dudas, pues pensaba que no tenía las condiciones para hacerlo. Aun así, decidió cumplir con esta tarea.
A esta labor se sumaron dos personas, su cuñada y una docente que se ofrecieron para contribuir, junto con ella, en la preparación de las hallacas. Glenda también se encarga de conseguir los aportes para comprar los insumos, adquirirlos, y hacer las entregas.
“Hay personas de buen corazón que colaboran para hacer posible esta actividad todos los años. Empresarios, comerciantes, familias. Lo que falta, lo ponemos nosotros. La idea es colaborar. Las hacemos el día antes de la jornada con los niños, y después salimos a repartir en las calles”.
Atender y cooperar
Esta sancristobalense es prima del sacerdote Joel Escalante y dice que él la ha ayudado en los pasos para abrir su corazón. Su esposo y sus dos hijas la apoyan y comparten con ella su sentido de religiosidad.
Su niñez y parte de su juventud la pasó en el populoso sector de Puente Real y desde hace veinte años vive en Zorca, con su esposo y sus dos hijas. Dice que su tiempo es breve y debe aprovecharlo al máximo. Se ocupa de sus hijas y de un emprendimiento de elaboración de yogurt en el que trabaja hasta la medianoche.
“Siempre abro un espacio para la labor social. En ocasiones colaboro en la iglesia, me gusta servir en los retiros de Emaús, porque es una experiencia incomparable. Es un fin de semana que nos cambia la vida, porque aprendemos a valorar todas las cosas importantes de la vida”.
En su día a día, en lo que puede contribuir a solventar las situaciones de quien lo requiera, lo hace con disposición. Busca recursos para cubrir la necesidad de algunas personas. Participa en una organización sin fines de lucro, con la que acude a las casas hogares a ofrecer una comida y atención a los ancianos, y se involucra en las actividades solidarias que ésta efectúa.
“Siempre he llevado en la sangre dar sin esperar nada a cambio. Mi mayor recompensa es que me siento bien, feliz de poder hacerlo. Esto se retribuye en bien para mi familia, para mis hijas, que salgan adelante”.
Así lo demuestra con la atención que brinda a su vecino “Yeya”, una persona en condición especial, que fue víctima de burlas y maltrato.
“La gente lo molestaba, le lanzaba piedras, por su condición especial no podía defenderse. Me tocaba enfrentarme con esas personas y decirles que había que respetarlo. Ahora es diferente, porque saben que tiene quién lo respalde. Le buscamos ropa, que esté siempre aseado. Una manera que mejore su calidad de vida. Mientras Dios me dé salud, lo seguiré ayudando”.
Dice que Dios le pone ángeles en el camino: “Cuando hace varios años hubo la vaguada en Zorca, recibimos muchos donativos que pudimos entregar a los damnificados. Por eso no me alejo de su mano”.
También extiende su caridad hasta numerosos vendedores del mercado de DIMO, a quienes obsequia yogurt de su emprendimiento y en ocasiones les prepara arepas. Atiende a otros ambulantes del centro de San Cristóbal.
“Son vendedores que vienen de zonas alejadas, muchos son de La Mulera, y si no venden, no tienen cómo comprar un almuerzo. Eso me gusta, nadie me manda a hacerlo ni me exigen. Lo realizo de manera espontánea, porque me agrada”.
Hay numerosas maneras de contribuir con quien lo necesita. Un plato de alimento, una prenda de ropa, una palabra amable. Glenda Buitrago conoce el valor de las pequeñas cosas.

