La escasez de vacunas y medicamentos viene afectando de manera importante al país, desde el año 2014, por lo cual la población acudió a Colombia, pero una vez cerrada la frontera y con ello el paso vehicular, la situación se complicó, ya que ahora es muy difícil buscar salud preventiva y curativa en el hermano país.
Los fármacos que no se consiguen en Venezuela se buscan en Colombia, pero igual, con la frontera cerrada, todo se encarece y esto trae como consecuencia que las personas con enfermedades crónicas opten por bajar sus dosis, hecho que afecta su calidad de vida.
Por Nancy Porras
Un italiano de 36 años, que tiene años viviendo en Maracay y se aferra a la idea de no dejar a Venezuela, añora aquellos días cuando planeaba su viaje al Táchira, para luego -con calma- pasar la frontera, mostrando solo la cédula de identidad venezolana y estar el tiempo que quisiera en Cúcuta.
Una vez comenzaron a escasear las vacunas en Venezuela, fue el argumento perfecto para madurar la idea de prepararse, junto a sus dos hijos, y lograr que en un centro de salud de Colombia les aplicaran el producto biológico preventivo a sus niños, contra la tuberculosis, hepatitis B, influenza, neumococo o poliomielitis.
Pero no solo vacunaba a sus hijos, sino que compraba las pastillas de la tensión, encargadas por un vecino, y aprovechaba para adquirir víveres e incluso licor. Desde hace más de cuatro años no piensa en venir a San Cristóbal, porque la frontera ya tiene cinco años cerrada y ahora, con la locura de la pandemia, ni pensar en movilizarse y menos en hacer los trámites para conseguir un salvoconducto, porque cuentan que hay que hacer mucho papeleo, que debe llevar informe médico, si se trata de algo de salud.
Tiempos buenos, tiempos malos
“Desde hace cinco años, con el cierre de la frontera entre Colombia y Venezuela, es mayor la asfixia en la vida”, narró Silvia Hernández, venezolana que tiene dos hijas -la primera nació antes del cierre de la frontera-. Con su pequeña se atrevió y pasó al otro lado, y sin saber mucho logró conseguir que a su pequeña la vacunaran.
Logró las tres primeras vacunas que deben aplicarse a los neonatos, a los dos meses de vida; ahora tiene otra niña. Durante el embarazo se preocupó porque sabía que sería complicado lo de las vacunas y una vez la pediatra le dijo que había que colocarle las primeras vacunas, pensó en tratar de viajar a Cúcuta, pero fue imposible y entonces decidió colocárselas en el sector privado en San Cristóbal, donde le cobraron 250 dólares por tres vacunas.
“Lo peor que pudo pasar fue que cerraran la frontera porque, a pesar de que se sufría para poder llegar a Cúcuta, uno era atendido. Yo no conocía a Colombia, pero llegué hasta Villa del Rosario. Regresé con mi primera niña vacunada. En estos momentos me da miedo pasar por la trocha y más ahora que son dos niñas. Decidí reunir los dólares y pagar las vacunas en el sector privado”, expresó.
Una odisea, para nada…
Cindy Santander, madre soltera con un bebé de 11 meses, precisó que es una odisea pasar, salir de Venezuela a Colombia, después del cierre de la frontera; en diciembre de 2019, para llegar a los puntos de vacunación en Cúcuta, tuvo que madrugar. Estaba lista a las tres de la mañana. Pagó un servicio privado para poder llegar bien temprano a Ureña. La esperaba un lugar muy solo y frío, sin seguridad y muy oscuro. Pidió a Dios y a la Virgen que les cuidaran, mientras daban paso por el puente.
“Por fin llegamos al punto de control de vacunas en la frontera, pero ya era tarde. Había más de 100 niños. Tenía que esperar que los atendieran a todos, para que al bebé le asignaran un número y poderlo asistir; no era algo seguro”, contó.
“De verdad iba a Cúcuta porque allá al niño le pueden aplicar cualquier vacuna que no se encuentra en Venezuela”, dijo.
Primero la salud del niño
“Me importaba que a mi niño le colocaran la neumococo, que aquí en Venezuela no se consigue y pagándola cuesta más de 80 dólares y no tengo ese dinero; entonces, obviamente, debíamos hacer la travesía de buscar colocársela en Cúcuta”, declaró.
Otra vacuna importante era la de influenza estacional, que nunca se la pudo colocar en Venezuela.
Le recomendaron que fuera a Los Patios, donde tampoco encontró número y entonces decidió probar suerte en otro lugar, cerca de La Parada, pero el final fue el mismo: no logró vacunar a su bebé.
Ese primer y único día que fue a Cúcuta para inmunizar a su niño, resolvió no quedarse, no le daba confianza pagar una habitación en una residencia con su niño; además, no había la cantidad de dinero para pagar un hotel, cuyo costo es entre 20 mil y 30 mil pesos, más la comida y pasajes.
Además de ir a seis puestos y cargar con la impotencia de no lograr inmunizar a su niño, luchaba con el calor, el fastidio, el hambre; “si estuviera la frontera abierta sería una bendición, la gente puede ir y venir, sobre todo en carro; ese paso por el puente es agotador”, exclamó.
Aquí ha conseguido las vacunas, las básicas: la pentavalente, hepatitis B, polio, BCG y la bivalente, sobre todo en jornadas especiales, pero no hay certeza de que lleguen y las madres se preocupan. “Ni pensar en sacar el salvoconducto, no se sabe ni dónde se puede pedir”.
La escasez de vacunas se viene sintiendo en el país desde el año 2017. La antineumococo, una de las más solicitadas, no llega desde el año 2016 a Venezuela.
Crisis humanitaria
Tantas historias contadas demuestran que el cierre de la frontera fue un detonante: la crisis humanitaria es mayor, se agudizó la situación migratoria.
De acuerdo con Migración Colombia, desde el fenómeno migratorio, que comenzó hace cinco años, hay cerca de 1 millón 764 mil 883 venezolanos radicados en territorio colombiano, siendo Norte de Santander el departamento que más ha padecido los problemas de la crisis migratoria.
Según informe de Rights Watch, una de las principales causas por las que los venezolanos van a Colombia son la escasez de alimentos y las necesidades de salud; los casos más difíciles se ven en niños, adultos mayores y mujeres embarazadas.
Agotada por la enfermedad
Hace cinco años, todavía se manejaba la opción de ir a Colombia; sin embargo, “todo cambió desde el día que no dejaron pasar vehículos a Cúcuta, a pesar de que habilitaron el paso peatonal”, dijo la señora María Montoya.
Ella tiene 70 años de edad y padece un asma crónica. Ha vivido todo lo que significa el cierre de la frontera con Colombia desde hace cinco años, y para ella fue lo peor que pudo suceder, pues hasta ese momento logró adquirir los medicamentos, pero poco a poco la opción de buscarlos en Cúcuta se acabó. Hoy está en su casa en Palo Gordo, con oxígeno, y recordando que iba a Pamplona a hacerse el tratamiento.
Hoy abriga la esperanza de que vuelvan abrir el paso para Colombia, sin tantos trámites, que sola no puede hacer.