Regional
La capilla del Cristo Limoncito será la morada eterna del obispo eméritoMario Moronta
7 de agosto de 2025
El silencio solemne de la imponente Catedral de San Cristóbal era interrumpido por una voz pausada en el rezo de oraciones.
En la capilla, próxima al presbiterio y al altar mayor, un hombre se encontraba a los pies de la imagen de Cristo crucificado. Oraba fervientemente por los más vulnerables, por su gente y, de vez en cuando, lanzaba una que otra petición a Dios por su salud.
Allí, monseñor Moronta siempre oraba a los pies de la imagen sagrada del Cristo del Limoncito, todos los días antes de misa y antes de partir a las visitas sacerdotales.
— Ayala, siempre me van a encontrar aquí― decía con picardía ―Después de mi partida al reino de los cielos, no quiero estar solo. Entonces este será el lugar perfecto para que descansen mis restos. Las personas siempre vienen a ver al Santísimo Sacramento y al Cristo del Limoncito, por ende, tendré visitas también― soltó en broma el aquel entonces Obispo de la Diócesis de San Cristóbal. No cabe duda, Monseñor tenía buen sentido del humor, pero, también le gustaba pensar en el futuro.

Así lo recuerda el obispo auxiliar monseñor Ayala Ramírez. Evidentemente, tuvo razón. Aquella estructura arquitectónica monumental, abovedada, de techos de madera a dos aguas, fuertes muros y arcos construidos con columnas de capiteles ornamentados de color blanco. Eran el hogar del Santísimo Sagrario, y del Señor del Limoncito.
El altar es sencillo, unas escaleras de mármol permiten el ascenso hacia la imagen de Jesús crucificado. Entre palmas y a sus pies, se encuentra la figura de la Virgen de los Dolores. Un poco más abajo, se aprecia la pequeña puerta metálica del sagrario, lugar donde se resguarda Jesús hecho hostia. Junto a él una lamparita siempre encendida, para todos aquellos fieles que buscan consuelo.

Es un espacio de recogimiento, donde la fe y la historia se unen en el silencio de la imagen del Cristo del Limoncito. Ese fue el lugar descrito por monseñor Mario Moronta, en su testamento espiritual, como la morada de sus restos mortales.
El deseaba estar cerca de la imagen que le dio la bienvenida y lo acompañó durante 25 años de misión pastoral en el Táchira.
Muchas personas no conocen el Cristo del Limoncito. Es más antiguo que la talla del Santo Cristo de La Grita, también designado, por decreto de la Alcaldía de San Cristóbal, como “Guardián de la Ciudad”. Es una talla en madera de casi dos siglos de antigüedad. Esta madera transformada en escultura religiosa ha sido testigo de la historia de la región.


Cuenta una leyenda que el Cristo fue tallado con la madera de un árbol, cuyos limones eran usados para curar a las personas enfermas.
Por otro lado, de acuerdo a registros históricos, se conoce que la imagen llegó a la entonces Villa de San Cristóbal a finales del siglo XVIII, procedente de San Francisco de Limoncito, un pueblo del estado Zulia, donde originalmente era instrumento de evangelización para los frailes franciscanos capuchinos. Todo indica que llegó a América desde Europa, en tiempos de la conquista española.
Presenta una mirada agonizante, pero expresión serena en el rosto, el color de la sangre de sus heridas resalta en la talla de madera. El cuerpo del crucificado posee ciertas zonas grisáceas. Su cabeza se encuentra caída hacía su diestra, además, sus brazos y sus pies están extendidos, atravesados por tres clavos de hierro que lo sujetan a la cruz.
No es de extrañar la conexión entre el obispo emérito y el Cristo del Limoncito, todos los días cuando iba a orar en la capilla, tal vez, al contemplarlo, se veía reflejado en él. Su lema episcopal era servidor y testigo, el Cristo de alguna forma reflejaba ambos pilares. Por otro lado, tanto la talla como monseñor vinieron de otras tierras para quedarse como instrumento de evangelización.
El obispo emérito era nativo de Caracas. Llegó al estado Táchira el 18 de junio de 1999, con ciertos temores a no ser aceptado por la gente de la región, no obstante sus miedos se disiparon con el cálido recibimiento de los tachirenses.
Más allá de ser el quinto obispo del Táchira, él se consideraba tan gocho como las personas cordiales de la región. Sentía un gran amor por los paisajes andinos y por su gente de fe ardiente.
De la misma forma que el Cristo del Limoncito, monseñor Mario Moronta llegó para quedarse en, ahora y para siempre, su tierra tachirense. El día nueve de agosto será la conmemoración del Guardián de la Ciudad, no obstante, monseñor ya no estará para festejarlo.
― ¿Por qué pidió ser enterrado aquí? ―preguntó una señora bajita, de cabello claro, a un servidor de la iglesia, se levantaba en las puntas de sus pies para intentar ver la fosa ya abierta.
― ¿Qué significado tiene ese Cristo?
― A lo largo de sus 25 años fue muy devoto del Cristo del Limoncito, del Santo Cristo de la Grita y de la Virgen de la Consolación. El deseo de enterrar su cuerpo aquí y su corazón bajo la sagrada imagen del Santo Cristo, es producto de su sentimiento de arraigo ― explicó pacientemente el Diácono de la Catedral ― Lo cual será una anécdota muy linda. Porque, acuérdate, estamos en la fiesta del Santo Cristo, del Señor del Limoncito y de la Virgen de la Consolación. Fue agosto para ellos y para monseñor.
― El Cristo se va a convertir en un ícono de la fe tachirense, al estar ahí el cuerpo del monseñor. Va a ser un lugar muy especial para todos ir a encomendar su alma y a su vez, porque no decirlo, pedir también su ayuda y su intercesión. ― comentaba Héctor Pernía, vicario de la parroquia con tono solemne.
Desde el lunes por la noche la Catedral no se encontraba en silencio, al contrario, miles de oraciones resonaban en el templo. Todos oraban por el eterno descanso de aquel buen pastor que recorrió todo el Táchira.

En el rincón más silencioso de la Catedral, donde el eco de los rezos parece quedarse a vivir entre los muros, una pequeña capilla se preparaba para convertirse en el hogar eterno de monseñor.
Mario del Valle Moronta, obispo emérito, falleció el cuatro de agosto del presente año.
La capilla del Señor del Limoncito será su sitio de descanso y el lugar donde la fe y la historia se entrelazan. Monseñor Mario Moronta será el primer obispo en estar sepultado a los pies del Cristo. Todo será sencillo, su lápida sólo llevara su nombre escrito, quinto obispo del Táchira, su fecha de nacimiento y de partida al cielo y el lema que siempre lo caracterizó: servidor y amigo.
Aquella capilla con luz tenue, donde siempre podían encontrar al obispo emérito, se convertirá en su lugar de descanso eterno. En una de las paredes estaba recostada y
escondida la tapa de madera de su ataúd.
A treinta pasos aproximados de la entrada de allí, se encontraba su cuerpo, en capilla ardiente, dormido en un sueño profundo pero con una de sus manos un poco levantada, era la mano del anillo sacerdotal. Lo cual significaba una última bendición a los feligreses que se acercaban a despedirlo. (Mariangel Suárez, pasante ULA)