Regional

La lluvia que no reconforta

14 de noviembre de 2020

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Esa grata sensación de dormir con el sonido de la lluvia, estar abrigados en sus camas, cómodos y descansados, no la percibieron quienes en medio de la oscuridad de la noche se enfrentaron al desastre y a la muerte.


Por Norma Pérez

Texto y fotos

Rubio, bien llamada la “Ciudad de los Puentes”, por los ríos y quebradas que la atraviesan, fue epicentro de una experiencia sobrecogedora que muchos, aunque lo intenten, no podrán olvidarla.

La crecida del río Carapo y la quebrada “La Yegüera” llevó hasta los habitantes del municipio Junín una destrucción inesperada que los tomó por sorpresa y los dejó indefensos ante la furia de un cauce impetuoso e indetenible.

El amanecer del domingo 8 de noviembre descubrió un paisaje aterrador de casas derribadas, árboles arrancados de raíz, toneladas de escombros y lodo; familias incompletas. Seres que, incapaces de reaccionar ante tanta desolación, deambulaban sin entender ni aceptar la magnitud de aquella tragedia.

Fueron barrios populares, ya golpeados por la crisis, los afectados: Los Corredores, La Palmita, El Rosal, El Cafetal, San Diego, Manantial, la calle Colombia, Las Marías, La Fortuna, el Matadero, la avenida 11 y la calle 7 del centro. Un total de tres mil 356 familias.

Las personas, cubiertas de barro, miraban lo que alguna vez fue un hogar lleno de detalles, donde se atesoraban miles de recuerdos compartidos año a año y que se diluyeron en el agua sucia del río.

Cerca del mediodía, algunas personas comenzaron el duro trabajo de sacar el lodo que se amontonaba dentro de sus casas y que empujaban fuera con palas y baldes. En la calle se acumulaban electrodomésticos destrozados y una diversidad de objetos que el agua volvió inservibles.

Contabilizar los daños era imposible; la gran mayoría se quedó solo con la ropa que llevaba puesta. Algunos se alojaron con amigos o familiares; otros permanecían a la intemperie, sin querer abandonar sus viviendas, a pesar del peligro que esto significaba.

Durante toda la semana, los afectados prosiguieron sin desmayar con su trabajo de limpiar y despejar sus casas. Así haga falta una parte del techo, alguna pared o los muebles, se resisten a desprenderse del lugar donde nacieron y crecieron, o donde conformaron un núcleo familiar.

En el barro, entre los escombros, asomaba la ovejita de un pesebre y un arbolito de Navidad. Símbolos de tiempos de aquella felicidad anhelada, ahora tan lejana. Junto a estos objetos, el retrato del hijo en la escuela primaria, de una boda o un bautizo. El libro donde los nietos aprendían a leer. Motivos de orgullo y satisfacción que da la vida.

Con el río no solo se fueron los bienes materiales. También lo que se atesoraba en un lugar especial. A otros, ahora les faltan sus seres queridos, a los que nunca más podrán abrazar.

Estas personas perdieron la seguridad y el calor que brinda un hogar y ni siquiera pueden pensar en la comodidad de una cama suave y limpia para reposar. Sobre Junín cayó la lluvia del desamparo, esa que no reconforta.

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