Daniel Pabón
El futuro de la pandemia no solo dependerá del comportamiento del virus, sino también de cómo se comporte la población, concluía el científico venezolano José Esparza en una disertación virtual que ofreció el pasado miércoles, Día del Médico.
En este tiempo en el cual se habla de la “nueva normalidad”, ¿qué pasará con el covid-19? Impredecible, contestó el virólogo. Pero una pandemia, advirtió, no se combate con un solo instrumento (como la vacunación que recién empieza), sino con una combinación de ellos.
El asunto no es exclusivamente sanitario, sino que encara muchos desafíos en otros órdenes.
“La vuelta a la ‘normalidad’ se nos ha vestido de añoranza, pasando por alto que la pandemia pudo desplegarse porque se topó con un planeta mal acomodado, dibujado en una crisis generalizada”, evaluaba, por su lado, el sociólogo venezolano Ignacio Ávalos, en un texto a propósito del primer cumpleaños del coronavirus.
Su idea encuentra evidencias. En lo económico: la brecha de desigualdad entre ricos y pobres se amplió como consecuencia del covid-19, vaticinó hace un año el Fondo Monetario Internacional y ratificó recientemente el Foro Económico Mundial. En lo político y social, la pandemia ha provocado un “enorme retroceso de las libertades democráticas” en el planeta, como consignó el Índice Global de Democracia 2020 que elabora The Economist.
Ávalos lo veía venir en anteriores artículos de opinión para El Nacional: “Hay que impedir”, decía el marzo pasado, “que el control digital de la sociedad sea la nueva normalidad, una vez pasada la pandemia”. Y en septiembre, a medio camino del último año, no veía deseable que la vigilancia se asomara como la “nueva normalidad”.
Dicho en pocas palabras: en una mirada macro, la “nueva normalidad” parece emerger con más controles y menos intercambios físicos que, llevados al detalle diario, han implicado diversas transformaciones.
Una consulta médica por videollamada de WhatsApp. Repartos a domicilio, desde medicamentos hasta de helados. Dos personas por banca en la iglesia. Salvoconductos para transitar de un estado a otro. Al banco se va semana por medio y por terminal de cédula. Las clases se ensayan en pequeños grupos una vez a la quincena. Un año después de la declaratoria de pandemia, estos y otros rasgos conforman el reacomodo de la cotidianidad venezolana.
El poder del miedo
En consulta a un grupo de tachirenses se obtuvo como respuesta que esta “nueva normalidad” de 2021 se traduce, para ellos, en la imposibilidad de viajar como antes a Cúcuta a comprar medicinas o alimentos; en la inasistencia al polideportivo de Pueblo Nuevo; en tratar de guardar la mayor distancia posible en el transporte público urbano, o en quedarse trabajando en casa o intentando hacer tareas con niños en medio de frecuentes cortes de electricidad y fallas de internet. Todo, dicen, por la salud pública, que es responsabilidad de todos, y por temor a contagios.
En esta idea universal ha coincidido el periodista y escritor argentino Martín Caparrós. “Lo más evidente de la nueva normalidad es el poder del miedo”, contó en una entrevista con la ONG Ayuda en Acción Colombia. “La belleza de este truco consiste en que todos podemos ser peligrosos, ya no es solamente la figura del terrorista, del leproso, del inadaptado. Peligroso puede ser hasta tu tío, porque cómo saber si no está infectado”.
“Nueva normalidad”. Dos vocablos que, así dispuestos, arrojan más de 20 millones de resultados en buscadores, pero que sobre todo se pronuncian en muchos más millones de voces, en distintos idiomas, en el Táchira y en todo el mundo.
En el contexto actual de pandemia, la expresión fue empleada tempranamente por autoridades de Países Bajos o de Alemania, repetida en medios de comunicación de España, incluso convertida en campaña por la agencia intelectual de las Naciones Unidas, para cuestionar la percepción de la gente sobre lo que debería significar la vuelta a lo cotidiano en la era poscovid.
“Nueva normalidad”. La usaron también, en el año 2008, un par de periodistas norteamericanos para advertir los cambios sobre la economía que iba engendrando la crisis financiera mundial de ese entonces. Pero, como repasó la catedrática emérita de la Universidad de Salamanca, María Teresa López, en un artículo de junio pasado, ya este enunciado había corrido por los discursos de la política norteamericana de hace un siglo, después de la Primera Guerra Mundial o luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre. De allí que la académica haya titulado su texto: “La ‘nueva normalidad’ no es tan nueva”.
Lo que debería significar
Tapaboca obligatorio (y ¡bien puesto!, por favor), cero aglomeraciones, distancia de por lo menos metro y medio entre personas, higiene frecuente de manos con agua y jabón… son ampliamente conocidos -pero no siempre cumplidos- los mantras de esta “nueva normalidad”. En el caso venezolano, desde hace más de ocho meses, las semanas se vienen equilibrando entre las de cuarentena radical y las de flexibilización, para determinados sectores de la economía.
Las llamadas “medidas de contención” que configuran esta nueva normalidad se dividen en dos grupos, según el tipo de estrategia que se busca aplicar: “el primer grupo son aquellas medidas que dependen de decisiones gubernamentales o del entorno político. El segundo son las medidas que dependen de la decisión de los ciudadanos”, ha ilustrado en artículos de Prodavinci el infectólogo venezolano Julio Castro.
En este contexto, la Unesco ha cuestionado que muchos se mostraron solidarios durante la emergencia sanitaria inicial, pero que, conforme la gente empezó a retomar su “normalidad”, tendió a olvidar el impacto de lo que es nocivo, pero que ya ha normalizado: la destrucción de la guerra y los conflictos armados, las violaciones a la libertad de expresión, el flagelo de la contaminación ambiental, la deserción escolar y las crisis de los sistemas sanitarios, por citar cinco ejemplos.
Y es que otros hechos menos frecuentes, que la gente suele dar por “anormales”, también están configurando esta nueva normalidad: 11 países en conflicto declararon alto al fuego, aumentó la necesidad social de periodismo independiente, picos como los del Himalaya fueron visibles por primera vez en 30 años, compañías de telefonía móvil ofrecieron acceso gratuito a recursos informativos en línea y los investigadores secuenciaron el genoma del coronavirus en tres días gracias al intercambio de datos científicos entre países, por citar también cinco realidades inusuales.
Con esta campaña, titulada “La nueva normalidad”, la Unesco invita a reflexionar sobre lo que es normal, sugiriendo que la gente ha aceptado lo inaceptable durante demasiado tiempo. “Nuestra realidad anterior (la de los problemas y crisis descritos dos párrafos atrás) ya no puede ser aceptada como normal. Ahora es el momento de cambiar”, emplazan.