La cuarentena obligó a don Valerio a trasladar su tradicional negocio de raspados, del centro de San Cristóbal a Zorca-San Isidro, el sector donde reside, pues tampoco le servía aguantar periodos muertos entre cada semana flexible sin recibir un solo peso, en medio de una crisis económica que no da espera y de una emergencia sanitaria que impone sus propias restricciones.
Hoy todavía no solo se dificulta el acceso a su punto de venta, con algo de lodo en el suelo y mucha arena en el aire, sino que su herramienta de trabajo fue averiada por el implacable torrente de La Zorquera. Y peor aún, de levantar su negocio, este no le dará la base para reponer las pérdidas en su hogar producto de la vaguada, ni para reparar los daños infligidos a la estructura de su vivienda.
Por lo momentos, a don Valerio no le quedó otra alternativa sino la de tomar provisionalmente la ruta de los “caminantes” hacia Colombia, donde, aprovechando la acogida de sus familiares allá, tomará un receso de la pesadilla que vivió por culpa del desastre natural y, desde el exterior, considerar las condiciones de un retorno a una patria de la cual nunca ha querido irse.
Unidades productivas hogareñas afectadas
En Zorca-San Isidro, el golpe económico ha sido tanto o más fuerte que el propinado por la vaguada, la cual de la noche a la mañana desmanteló totalmente muchas casas y marcó la debacle de pequeñas empresas. No obstante, desde mucho antes, una filtración de oscuras aguas, por la pobreza, se venía colando por su espacio vital, obligando a muchas casas a convertirse en unidades productivas, ya sea en calidad de tienda, taller, proveedor de servicios, o cualquier tipo de ingenio desde el cual obtener una divisa alternativa a un débil bolívar.
Teniendo en cuenta este factor, y cotejándolo con cifras extraoficiales, las pérdidas originadas por el invierno de este último mes podrían superar los dos millones de dólares, tocándole a lo que va de Zorca-Providencia hasta Peribeca una parte importante de ese saldo en rojo.
En otras circunstancias, cualquiera de esos emprendedores damnificados, inmediatamente después de ser tocados por la desgracia, podría haber optado por ir a un banco, en los días permitidos para operar en cuarentena por supuesto, o a cualquier organismo financiero, oficial o privado, para solicitar un crédito, pero para nadie es un secreto que los mismos en este país están paralizados, y máxime para alguien que no puede dejar ni un par de zapatos en calidad de prenda. Y ni hablar de hacer uso de las tarjetas, que solo sirven para ocupar espacio en sus carteras…
Un abasto de tradición
Por la soledad de sus habitaciones -algunas convertidas en minimalistas instalaciones artísticas con un toque de atroz expresionismo de la naturaleza en sus paredes- pasaron políticos nacionales, regionales y municipales; representantes de organismos internacionales, funcionarios de organismos de seguridad y emergencia, tomando nota y llenando censos, y curiosos, muchos de los cuales dejaron algo de alimento, ciertos enseres, ropa y agua potable, y otros solo promesas en sus bolsillos. De lo que sería el futuro de sus modos de subsistencia, nadie les habló, y esto a pocos importó, y en vez de esperar nada de nadie, se pusieron manos a la obra y poco a poco recuperan la rutina.
Esa ha sido la actitud de los propietarios de Mini Abasto Lis, negocio de 32 años, con una tradición en el ramo que se extiende a sus lejanos días en San Joaquín, Richard Sánchez y Lis Bonilla de Sánchez. El vivir en la segunda planta del local les permitió salvar a su familia y sus enseres, mas el equipamiento productivo y la mercancía no contaron con la misma suerte, y aunque intentaron salvar algo, como en una anterior crecida de La Zorquera, esta vez fue más devastador.
—Nosotros -cuenta Lis Bonilla- tuvimos pérdida total, estamos tratando de recuperar el congelador y el cuarto frío, para lo cual hay que picar el piso y encajarlo donde estaba. Cuando nos dimos cuenta. el agua ya estaba a los pies de nosotros y no nos íbamos a quedar atrapados ahí, y tomamos la escalera al segundo piso. En este momento estamos endeudados, porque uno trabaja es con deudas adquiridas con antelación. La corriente alcanzó a sacar afuera del estacionamiento el automóvil de mi hija. Fueron momentos terribles, trágicos. inesperados, de pánico, escuchando desde acá a la gente gritar como loca. Todo ocurrió demasiado rápido, como cuando se estalla de repente una represa. Nosotros también. cuando vimos que se caían las neveras, cortamos la luz, pues otro riesgo era electrocutarnos.
Han sido más de tres décadas con una clientela fiel, resistiendo los embates de la devaluación monetaria, y de una competencia representada por nuevos abastos que han ido surgiendo, y los improvisados expendios de víveres en el frente de muchas casas, como parte de la estrategia del rebusque del tachirense en la actualidad, y que también resultaron “liquidados” por la vaguada.
—Nosotros somos emprendedores, no nos vamos a quedar así: de alguna u otra manera vamos a salir adelante. No podemos sentarnos y quejarnos, hay que seguir. Un proveedor nacional ya nos ha dado un apoyo, mientras nos recuperamos. También tuvimos que pagarles a personas para que nos ayudaran a sacar todo el barro que se había acumulado aquí. Los amigos de mi hija, ingeniero ambiental de la Unet, desde el extranjero igualmente nos han colaborado.
“Solo contamos con nosotros mismos”
Luego de una limpieza a fondo de sus instalaciones y de poner operativa la cocina con lo que se pudo, José González lo intenta nuevamente con sus empanadas, de cuyas menguadas ganancias tomará algo para recuperar lo perdido. No obstante, tanto como la rehabilitación del negocio, le preocupa la baja clientela, pues mucha de ella provenía de San Joaquín, localidad desde la cual el tránsito automotor no está fluyendo.
—Las ventas –afirma González—han estado bajas. Lo importante por ahora es arrancar, porque ¿qué vamos a esperar nosotros que vengan a resolver los problemas? Es cierto que nos han ayudado con ropa y comida, pero en el caso de nosotros, con nuestros emprendimientos necesitamos equipos. No estamos pidiendo que nos regalen nada, sino que nos faciliten créditos, un financiamiento, ya sea para trabajar, para vivir cómodamente, o mejorar lo que está deteriorado, venga del Estado o del exterior. Aquí hay gente que no tiene dónde dormir, no tienen nevera, ni cocina, ni nada.
El quiosco metálico de la señora Yulitza, donde casi dos décadas atrás empezó con el negocio de las loterías, y ahora se dedicaba a los alimentos y artesanías, fue arrancado de tajo por La Zorquera, y lanzado metros abajo, mientras que el refrigerador que albergaba no se podrá jamás recuperar. Durante el derrumbe de la montaña, que afectó los alrededores de la iglesia La Inmaculada Concepción de Zorca-San Isidro, sufrió una pérdida similar.
Su marido, Jesús Salamanca, realizó un recuento de los establecimientos que en el tramo que va desde el puente de la vía principal de Zorca-San Isidro, hasta el puente que da a El Paraíso, resultaron más afectados por la vaguada
—Mi esposa está decidida a poner una mesita para seguir vendiendo -sostuvo Salamanca-, para ver si levanta otro quiosco de ladrillo. Vamos a ver, poco a poco, para el año que viene, porque este ha sido desastroso, primero por la crisis económica, luego por la pandemia y ahora esto. Ahí la señora de la quincalla tuvo mucha pérdida. Un vecino, que trabaja ahora en Cúcuta, tenía ahí su taller de tapizado de muebles; cuando pudo entrar su esposa ahí, vio todo irrecuperable. Una peluquería, más arriba, recibió de frente la corriente esa noche y nada se salvó. Aquí hay una ferretería, con algunas pérdidas, pero todavía no ha abierto.
Freddy Omar Durán