Norma Pérez
A la calle siete del centro de Rubio solo la separa del río Carapo unos metros de asfalto. En esa calle vive Nelsy Sayago. Primero en la casa materna donde creció; después, cuando formó su propia familia y se volvió vecina del que fue el hogar de su niñez.
Recientemente sumó siete décadas a su existencia, la que pensó que terminaría en aquella noche trágica de truenos y lluvia, nefasta para los habitantes del municipio Junín.
“Hace más de treinta años que el río no se salía de su cauce, el sábado comenzó a llover con mucha fuerza, con truenos y relámpagos. Yo estaba sola con mis dos bisnietos de 3 y 7 años de edad. Estábamos durmiendo porque era tarde y no nos percatamos del peligro, dice mientras trata de mantener la calma.
Escuchó que golpeaban la puerta y era su nieta que gritaba que salieran porque el río se estaba desbordando y el agua ya inundaba el lugar.. Despertaron a los niños y los llevaron con su hermana.
Regresó y entró nuevamente a la casa, pero no pudo salir más porque el río la atrapó; comienza a llorar inconsolable cuando rememora la oscuridad, el agua y los escombros que avanzaron con fuerza, rompieron los vidrios de la puerta y la ventana. Fueron momentos terribles.
“Pensé que iba a morir, pero no dejé de luchar, me subí a una mesa que se movía, el agua la tapó y me llegaba a la cintura, las paredes empezaron a ceder, las cosas flotaban por la sala, el cuarto y la cocina”.
Allí empezó el suplicio de quien a pesar del terror que la embargaba buscaba donde resguardarse: “Como pude y a pesar de la oscuridad llegué hasta el patio pero estaba inundado, regresé a la cocina y me subí a una platillera, ya tenía el agua en el cuello, sentí que me iba a ahogar”.
“Le pedí a Dios y a la Virgen que me ayudaran, cobré fuerza y me encaramé en lo más alto de la platillera, encogí las piernas y me quedé quieta a la espera de que alguien me auxiliara o que bajara el agua”.
No sabe cuánto tiempo pasó, pero para ella fue una eternidad. “Nadie llegaba, se oían gritos y el ruido del río llevándose todo a su paso. Yo oraba, pensaba en mi familia, no sabía cómo estaban. Toda mi vida pasó por mis ojos. Tenía frío, miedo, era una sensación indescriptible. Cuando vi que el agua comenzaba a bajar de nivel, me bajé y traté de abrir la puerta, pero estaba trancada por los muebles y los escombros”.
Al escuchar voces empezó a gritar y unos muchachos lograron destrancar la puerta, la amarraron con unos mecates y la cargaron en su espalda para poder sacarla. No lo podía creer, estaba viva.
Dentro de su casa, reina el caos. Muebles arrumados, enseres dañados, lodo por todas partes.La cocina eléctrica sucumbió al igual que otros electrodomésticos. Tampoco se salvó el computador.
Nelsy Sayago es costurera, su máquina de coser desapareció entre escombros, cuadros rotos, ropa desgarrada y sucia. Ningún lugar de su casa escapó al río Carapo en aquella desafortunada noche que abandonó su cauce y sus quietas aguas se tornaron furiosas.
Deja de llorar y con la voz quebrada muestra su habitación desde la puerta, porque ni siquiera puede entrar. La sala es un tiradero de objetos a la espera de una revisión para saber qué se puede rescatar. En la cocina también predomina el desorden y así cada lugar de aquella casa donde vio nacer a sus hijos y ayuda a cuidar a las nuevas generaciones.
Pero allí no termina su desgracia; la casa materna de sus años infantiles, donde todavía habitan miembros de su familia, quedó destruida y la pérdida es total. Así da testimonio el techo caído, los muebles y la ropa a la intemperie, la avalancha de barro que diluyó tantos sueños.
Esta mujer con sus setenta años a cuestas, sus canas y sus achaques, quiso salvarse y lo logró. En la puerta de su hogar quedó echando fuera el lodo invasor, incansable en esa tarea agobiante e interminable. Porque a pesar de las lágrimas y el corazón arrugado, no se rinde. Ella vivió para contarlo./Norma Pérez.