Él tenía un camión de carga, con el que se ganaba la vida, haciendo transporte de mercancía para cuatro distribuidoras comerciales. Ella trabajaba en un centro naturista. Era su actividad normal y su fuente de ingresos, antes de la crisis pandémica. Ahora son una pareja de comerciantes informales, luchando por sus ingresos, para más o menos sobrevivir.
Son Romel Alviárez y Gloria López, quienes ya han juntado 41 años como pareja. De sus cuatro hijos, ya adultos y establecidos, uno está en Alemania y otro en España.
Su historia actual comienza con la crisis. “Tuve que vender el camión, dice Romel, porque los encargos empezaron a disminuir, y el pago de los mismos ya no alcanzaba para el mercado”.
—Tuve que vender el camión -dice-, y compré un taxi, pensando en una buena opción. Pero, igual, la demanda del servicio bajó demasiado, pues mucha gente ya no contaba con el dinero para pagar carreras. De modo que decidimos meternos en esto.
Y “esto”, es un puesto de ventas en la avenida Los Agustinos, donde, sobre un amplio mantel, extienden su oferta: repuestos usados para cualquier necesidad. Herramientas, aparatos pequeños, piezas de plomería, eléctricas, plásticas, llaves, repuestos de moto, en fin, esos detallitos que muchas veces se necesitan en casa, y que pocas veces se cuenta con ellos. Hasta una caja de limpiar zapatos, con su máquina pulidora.
Y su esposa, en el mismo espacio, ofrece variedad de piezas de ropa usada, en buenas condiciones, por supuesto. Ambos se instalan en su sitio, de jueves a sábado. “Y ahí vamos, -dice-. No es mucho lo que se gana, pero remediamos”.
Así como ellos, son muchos los venezolanos que tuvieron que apartarse de sus actividades normales para sobrevivir. En Venezuela, de nuevo, según estadísticas empíricas, existen al menos 7 millones de personas dedicadas al comercio informal. Es lo que dijo Alberto Padilla, presidente de la Asociación de Trabajadores, Emprendedores y Microempresarios (Atraem). (Humberto Contreras)