Freddy Omar Durán
En una casa derruida, hecha una montaña de escombros y tierra, expuesta abiertamente a quien transite por la carrera 5 bis entre calles 5 y 4 de La Concordia, pareciera que ya nadie habita. Pero en realidad al fondo, hay un cuarto que permanece en pie, y allí reside, en hacinamiento, Osmar Guillermo Niño Báez, de 79 años.
Lo peor es que desde hace tres meses está postrado en una cama, con una movilidad limitada, y el apoyo de su hijo de condición especial, quien realizando labores de limpieza obtiene comida de algunas iglesias.
Esa inamovilidad y la circunstancia de un hogar totalmente desguarnecido, ha facilitado el cruel accionar de la delincuencia, que se ha alzado con su bombona de gas hace una semana y este domingo con su lavadora, y podrían venir por más cosas, aunque en realidad lo único que queda en esas cuatro paredes son recuerdos y objetos ya raídos, valiosos solo para su original dueño.
Como comenta el señor Báez, ya desde hace dos años el inmueble que habita comenzó su debacle desde la entrada, lo que ameritó de parte suya solicitudes con fotografías y otros soportes a la alcaldía y la gobernación, para una inspección, pero al final se tomó la resolución familiar –se trataría según comentó el afectado de una propiedad en sucesión- de derribarla, con la cual estuvo en desacuerdo, por ser muy extrema: él solo quería la reforma de la fachada.
Pero en realidad el señor Báez no muestra ninguna intención de lamentarse por las labores de desmantelamiento ya ejecutado, o esperar el levantamiento de una nueva construcción. Su deseo es arrancar con sus corotos a otro lugar, donde le den garantías que lo cuidarán como se obliga para una persona de su edad y padecimientos.
Desde hace tres meses está postrado en una cama, luego de una convalecencia en el Hospital Central tras sufrir una caída a la entrada de su habitación. Su salud se ha complicado por una vieja dolencia por artrosis en las rodillas, una de las cuales cuenta con prótesis, y la otra esperando una que el señor Báez cree nunca llegará, por los elevados costos y su precaria salud para soportarla.
“Las piernas no las puedo doblar –hace un esfuerzo para levantarlas un poco y se pinta en su rostro una expresión de dolor-. Hace unos pocos meses atrás podía salir y reunirme con los vecinos, pero ya estoy limitado. Me caí el 18 de marzo en la madrugada, y cuando escuché cómo se golpeó mi pelvis me preocupé y llamé a mi hijo. Me fracturé el fémur y sufrió la cadera. Salí del Hospital Central sin un diagnóstico preciso y con muchas escaras en la espalda y las nalgas”.
Vecinos que ayudan
Supimos de la triste situación del señor Báez por un vecino de Plaza Venezuela, Carlos Vivas, quien por años lo conocía y al pasar frente del mencionado inmueble, pregunto por él, siendo informado, y verificó con sus propios ojos, y demás sentidos, de su lamentable situación, sin luz ni servicios. Muy conmovido se acercó a la sede de Diario La Nación a llamar la atención de la emergencia.
“Y aquí al lado hay una señora que se llama Rosa Anaya, que ha venido y está pendiente, incluso recientemente me ayudó en la limpieza personal. Tengo un hijo de condición especial, que va a iglesias cristianas de donde traen el almuercito; sin embargo, si a ellos les falta el gas, no puede traer nada, y ese día no comemos”.
Él no quiere seguir esperando a ver qué sucede con el inmueble, ha decidido que se irá a otro lugar donde le tienen preparado mejores condiciones de habitabilidad; sin embargo, la falta de dinero y su minusvalía no hace tan sencillo ese traslado.
“Ya casa no necesito ¿Para qué? Quiero irme a Mantecal, estado Apure. Yo estuve trabajando 28 años en el estado Apure y allá hice buenas amistades, y la gente me aprecia y todo. Le he dicho a mi familia que me consigan un camión para llevarme mis corotos, mis colchones, mi cama y que me faciliten una ambulancia para que me lleven hasta allá. Si yo tuviera buenas mis piernas, OK, me voy en una buseta. Yo necesito transporte para que me saquen de aquí, y allá me tienen hasta una habitación, más grande y con baño y con todo. Allá está mi esposa”.
Además del hijo en condición especial, cuenta con una hija en Casigua El Cubo, pero que igualmente pasa sus propias angustias económicas.
“¿Cómo voy a pagar un camión, si mi sueldo es 130 bolívares y 111 la quincena por mi jubilación, que recibí luego de trabajar 35 años en Ipostel? Con ese sueldo, no puedo ni comer”.