Regional
Padre Miguel Duque: “Somos profetas para anunciar y denunciar”
26 de noviembre de 2020
Ligia Parra *
La conocida obra de arte “El grito”, del noruego Edvard Munch, me significa una expresión que nadie oye. Una especie de grito desesperado, pero mudo. De allí que el rictus del personaje que lo emite sea de terror. Alza la voz como si lo hiciera detrás de una ventana de vidrio grueso y blindado, que no permite la salida de su eco. Lo deja atrapado sin que nadie lo escuche ni lo atienda.
Ese grito se traspola hoy a nuestra realidad. Es la analogía precisa de la situación que padecemos los venezolanos, y donde no escapa el municipio Jáuregui. El exagerado costo de los alimentos y de la medicina, la falla constante de los servicios básicos como el agua, el gas, la electricidad, el transporte y la gran desidia colectiva ante la basura tirada, regada, botada en lugares públicos, traduce esa voz que nadie oye, que no tiene dolientes.
El padre Miguel Duque, párroco de la iglesia Santísima Trinidad de Pirineos 2, en San Cristóbal, y oriundo de la aldea Venegara de esta jurisdicción, reflexiona sobre el papel que le corresponde a los clérigos como pastores en medio de ese panorama durante una entrevista con [lagrita7diario]:
“Es verdad que los sacerdotes fuimos formados con la misión de practicar el culto, llevar los sacramentos, prestar atención pastoral; pero también estamos llamados a involucrarnos con el pueblo, a estar inmersos en la realidad que padece la gente”.
En La Grita de veinte años atrás –sostiene-, las cosas no eran tan malas como hoy, “y que si bien obedecen a un contexto país, nadie hace nada para mejorarlas”.
“Es injusto que en un municipio donde se produce más del cincuenta por ciento de la comida de Venezuela, no se atiendan las necesidades del agricultor, del campesino, del feriero. Yo crecí en una aldea productiva, donde todos teníamos lo necesario para vivir y alcanzar sueños. El esfuerzo de los agricultores valía; ahora no da para lo mínimo. Se pierden las siembras porque no hay para regarlas o se pierden las cosechas porque no hay como llevarlas al centro del país. Todo por falta de combustible”.
“Es una dura realidad que se nutre de nuestra actitud pasiva y conformista”, dice.
Un abandono general
El joven religioso describe con claridad el deterioro de la calidad de vida que se sufre en su tierra natal.
“Antes el transporte público recorría la ciudad y habían rutas para las aldeas; ahora la gente de los campos no tiene un toyotica que les preste el servicio. He visto habitantes de Santo Domingo caminar por dos horas, desde La Grita, para llegar a sus hogares. Otros vienen a confesarse y no tienen como regresar. En el hospital no se cuenta con una ambulancia que sirva; la que hay, es de un centro privado”.
“De la educación ni hablemos. Las escuelas rurales están totalmente abandonadas, llenas de monte, goteras, ruina. A la escuela de El Pinar la está devorando el monte y el olvido.
“Los cementerios son la viva imagen del abandono. En el Jardín Nuestra Señora de Los Ángeles las vacas pastan sobre las tumbas y la capilla está muy descuidada. Igual ocurre en el Cementerio Municipal, convertido en monte y culebra”.
“Es inaudito que las monjas mendiguen combustible para poder recoger la comida de los ancianitos de la Casa Hogar. No tiene explicación que haya tanta necesidad en un pueblo tan rico. Y para las autoridades todo marcha bien porque nadie reclama”.
“Cuando Macario Sandoval era el alcalde, se vio que tenía interés por la gente, vocación por lo social. Hizo regresivas en las aldeas, levantó capillas, ayudaba a quien tenía que ayudar hasta que su acción decayó en los últimos años de gestión. Luego llegó Belkis Camargo y fue el acabose del pueblo; allí empezó el deterioro del Jáuregui. Con Alirio Guerrero tampoco hubo interés por sacar el municipio adelante”.
“Hoy día la gente de mis aldeas de Venegara, Sabana Grande y Llano Largo están como a la buena de Dios; cada uno sobrevive como puede. Recorrer La Grita da tristeza”.
Ver atrás y seguir el ejemplo
Duque extrae de sus recuerdos la labor de algunos religiosos que en sus días hicieron aportes significativos en la comunidad: “Monseñor Miguel Antonio Salas, estando ya en su retiro trabajó por las aldeas, recuperó templos, asistió a la gente. Los sacerdotes Edgar Sánchez y monseñor Luis Abad Buitriago recibieron críticas por emprender los trabajos de recuperación de la vieja sede del Colegio Parroquial, pero no se amilanaron y dejaron concluidos los espacios para los talleres APEP”.
“Como sacerdotes debemos ocuparnos más que preocuparnos. Ese fue el ejemplo de monseñor Jáuregui y monseñor Sandoval, cuyo legado salta a la vista. Más que denunciar en el púlpito, buscaban, a su estilo y con sus medios, ir resolviendo y haciendo lo que se podía con apoyo de los mismos fieles”.
Llamar las cosas por su nombre
A su juicio, la iglesia no debe tener miedo de llamar las cosas por su nombre. “Hay que denunciar objetivamente; a veces nos limitamos a callar por temor a represalias de grupos o personas”.
“Tenemos que plantear los problemas a las autoridades. El líder social y religioso está llamado a concientizar a la gente sobre sus derechos y sus deberes. Cuando alguien anima y se pone al frente, la gente responde”.
“Somos profetas para anunciar y denunciar. Pero el profetismo hay que reforzarlo con hechos, con el ocuparnos involucrando a la gente. Debemos saber unir ambas tareas”.
Ser el fermento de la masa
El párroco de Pirineos II responde rápido cuando se le pide definir el rol de los guías de la iglesia en estos tiempos: “Tenemos que ser el fermento en medio de la masa. Contagiar a otros con nuestro trabajo. No hay que esperar que el gobierno resuelva o que venga una invasión a liberarnos”.
]“¿Por dónde empezamos? Por hacer del lugar donde vivimos un pueblo digno y agradable, donde todos podamos tolerarnos, respetarnos y aceptarnos. Todos somos hermanos y somos parte de una misma sociedad; por eso no podemos vivir indiferentes con lo que pasa o sufre esta tierra, pues de alguna manera nos afecta¨.
“Al ser fermento somos impulsores de los principios y valores que hemos recibido como herencia histórica y cultural. En eso no podemos ceder. Yo veo en La Grita un esquema de vida de momentos puntuales, sin valores sólidos. La gente parece apostar más por el disfrute de bienes pasajeros, que por la felicidad duradera y los bienes superiores, los que dan plenitud a la vida. Los jóvenes no apuestan por grandes ideales, no marcan la diferencia”.
El religioso reconoce que para hacer el cambio que tanto se espera en Venezuela, hay que formar nuevos líderes sociales y políticos. “ Y tristemente nuestras escuelas católicas, seminarios y parroquias no lo hacen”.
“Cuando uno expone todas estas ideas lo que pretende es encontrar a cinco o seis que piensen igual y quieran sumar fuerzas para resolver situaciones que mejoren la calidad de vida de La Grita”.
La filosofía del papagayo
El padre Miguel fue director de un colegio en Colón. Reconoce que en las instituciones educativas católicas muchos sacerdotes y religiosas ceden el control directivo por compromiso social con los padres de los alumnos.
“Tenemos padres permisivos y alcahuetas. Creen que hacen más dando todo a los muchachos y no corrigiéndolos, ni llevándolos a hacer el esfuerzo para obtener las cosas. Luego vienen las consecuencias”.
“Educar a un hijo es como elevar un papagayo. Hay momentos para soltar y momentos para recoger; en la medida en que se suelta y se recoge, el papagayo logra un buen vuelo. Si lo tengo agarrado, no se eleva, y si lo suelto, lo pierdo. La vida es un poco de esto: lanzar y agarrar, de hacer el vuelo como tiene que ser, sobre cimientos sólidos”.
“Los padres han descuidado mucho la educación de sus hijos. La sociedad nos ha absorbido tanto con las nuevas tecnologías, que ya no hay relaciones humanas, ya no hay tiempo para dialogar, para saber lo que se desea, cuáles son los sueños y aspiraciones. No hay tiempo para la familia, para los hijos, para nosotros mismos”-
*Cortesía de: