Norma Pérez
Desde hace seis años, el párroco de Santa Lucía, en Rubio, cumple la valiosa tarea de brindar alimento a las personas vulnerables del municipio Junín. Su obra merece el respaldo de todos
Cada domingo, el párroco de Santa Lucía, en Rubio, alimenta a mil 450 almas con su “olla de la misericordia”. También a quienes se acercan a pedir un plato de sopa para calmar el hambre, y a los caminantes que se dirigen hacia San Antonio del Táchira. Como la multiplicación de los panes, alcanza para todos.
El protagonista de esta titánica tarea es el presbítero Richard García. Con más voluntad que recursos, hace posible esta acción necesaria y generosa, que bautizó como “una caricia de Dios”. Es el amor al prójimo, como acto de fe.
“Esta es una obra de Dios, Él nunca desatiende a sus hijos. Creo en su divina providencia. Algunas veces no tenemos nada y siempre llega por alguna vía. Gente amiga que hace el donativo, o conseguimos los recursos para adquirir los insumos. Porque cuando Dios habla, hasta el diablo hace caso”.
Vocación temprana
En Maracaibo, el 12 de octubre de 1971, nació Richard Eduardo García Bencomo. Sus padres, dos humildes campesinos trujillanos que conformaron un hogar donde crecieron sus doce hijos.
Con claridad, recuerda que tenía ocho años de edad cuando vio por televisión a un papa que asumía el pontificado: “observé el crucifijo en el pecho, su carisma, y eso me impresionó. Era el papa San Juan Pablo II. Hice una cruz y me la colgué al cuello. La llevaba con orgullo, mis hermanos me echaban broma y me decían el Papa. Eso me cautivó”.
Elaboró un altar en la casa y rezaba todos los días el rosario, iba a misa los domingos. “Cuando iba a la iglesia me quedaba mirando al Santísimo y me llamaba mucho la atención. De ahí nació mi inquietud de ser sacerdote, mi amor a Dios y a mis semejantes”.
“Mi mamá me enseñó desde pequeño a amar a Dios, pero mi abuela era muy religiosa, tenía un altar grandísimo, con muchos santos, donde rezaba el rosario a diario. Ella fue un ejemplo para mí. Yo deseaba ser sacerdote, pero no me quería separar de mis padres. Una vez alguien me dijo que para ser sacerdote debía dejar a mi familia e irme a Roma, y ese fue el remedio para que abandonara esa idea”.
Tiempo después participó en un Taller de Desarrollo Humano y renació en él la vocación sacerdotal: “nuevamente tuve la inquietud y despertó más en mí el amor a Dios”.
Por un tiempo colaboró con el padre que se encargaba de los talleres y después este lo envió a San Cristóbal, donde fue aceptado en el seminario. La Fundación Tadehu pagó sus estudios, ya que él no contaba con fondos para hacerlo.
Su ordenación se realizó en La Tendida, el 20 de octubre de 2007. Allí se dedicó a ayudar a los más necesitados. Visitaba a los enfermos, recorría las fincas de los ganaderos para solicitar donativos y así ayudar a las personas. Hacía mercados y los regalaba. Levantó una escuela para niños especiales.
“Me dediqué a servir y acercarme al que más sufre, padece y tiene necesidad. Ese amor hacia el más pobre lo construí en La Tendida”. Después lo trasladaron a Delicias, donde permaneció durante siete años, y en enero del 2015 llega a Rubio, como párroco de Santa Lucía.
Atención a los necesitados
Una vez en la Ciudad Pontálida, se dio cuenta de que alrededor de la parroquia había muchas barriadas de gente vulnerable. En ese momento estaba abierta la casa de paso Divina Providencia, en La Parada, a cargo del padre David Cañas, donde alimentaban a los migrantes venezolanos. Repartían 4 mil quinientos desayunos y almuerzos, todos los días.
“Con un grupo de servidores íbamos dos veces a la semana a ayudar en la casa de paso, preparábamos los alimentos. En una ocasión, el padre Cañas me ofreció harina, azúcar, café y atún, para que hiciéramos arepas y las repartiéramos en Rubio. Para ese momento ya habíamos comenzado con las ´ollas de la misericordia´, todos los domingos”.
Comenzaron preparando una olla de sopa y de acuerdo al número de comensales que se integraban, incrementaron a tres. Después empezaron a hacer los desayunos para los niños.
“Hace aproximadamente un año extendimos el desayuno a los adultos mayores de setenta años. Se entregan alrededor de 400 arepas en cada jornada, pero si llegan más personas se hacen más y se les da su arepa rellena y una bebida. Nadie se va sin comer”.
En el caso de la “olla de la misericordia”, hicieron un censo en los sectores con mayores necesidades, para que la comida llegue a quien realmente la requiere. Antes de la pandemia la servían en mesas que colocaban frente a la iglesia; ahora la entregan en envases que llevan los beneficiados, para que coman en sus casas. Se dan las porciones de acuerdo a los miembros de cada familia. Para quienes no pueden acudir hasta el sitio, establecieron la entrega a domicilio, servicio que prestan voluntarios con moto.
A la fecha, preparan lo que el padre Richard García denomina cinco “megaollas”, de 200 litros cada una, para alimentar a las personas censadas, a los migrantes y a todo el que llegue con necesidad.
“Hay personas que no tienen nada y la prioridad es hacia ellas. La filosofía del trabajo que hacemos está dirigida hacia los más vulnerables”.
En busca de insumos
La compleja tarea de conseguir los insumos cada semana se la atribuye a la ayuda de Dios y de muchos seres generosos que contribuyen para esta importante obra de cooperación.
“Voy a La Tendida y allí me regalan proteína y verduras. Otros productos los compro con lo que reúno de bautizos y misas. Todo es por bultos. Dios siempre socorre. Hay viernes que no tenemos nada, pero el sábado aparece. Esta es una obra de Dios, Él mantiene y nunca olvida a sus hijos”.
Algunas veces debe pedir fiado; las proteínas generalmente hay que comprarlas. También viaja a La Grita y El Cobre, donde le donan hortalizas y los sacerdotes le ayudan para que la gente colabore. En otras ocasiones va a Coloncito, Delicias, Betania, El Reposo y La Rochela, siempre en la búsqueda de alimentos para no dejar sin su comida a la gente.
Anteriormente, iba al Mercado Municipal de Rubio, en cada mesa le daban pequeñas porciones de hortalizas y verduras. “Los vendedores son muy colaboradores, pero desde hace dos años no volví porque la crisis arropa a estas personas; aunque son generosas, apenas les alcanza para subsistir y tienen carencias”.
Para trasladarse debe comprar la gasolina a precio internacional; algunas personas lo apoyan con sus vehículos. En cuanto a la preparación de las arepas, seis señoras de la comunidad se encargan de hacerlas, también los jugos. Los servidores las reparten.
“Los hermanos de emporio lácteo “Casablanca”, de Coloncito, siempre colaboran con el queso para el relleno de las arepas. Cada quince días envían para cubrir dos semanas. En la elaboración de las arepas gastamos, aproximadamente, 25 kilos de harina. Se atiende a todos los que llegan”.
Con el grupo Cáritas Parroquial salen a entregar refrigerios a los obreros que trabajan en las calles; acuden a la Casa Hogar “San Martín de Porres”, al hospital “Padre Justo”, y además llevan alimentos a los privados de libertad.
“Esta obra se llama ´Una caricia de Dios para los más vulnerables’, y se la damos a través de los alimentos, para cubrir en parte sus necesidades básicas”.
Es importante ayudar para mantener esta labor de grandes magnitudes, que se repite cada semana, sin desmayar ante las limitaciones. No solo son los alimentos, sino también la logística para movilizarse. Se requiere hacer mantenimiento al vehículo que transporta la comida, comprar la gasolina y demás gastos que ameritan ser cubiertos.
“Pido que la gente generosa nos ayude para adquirir los productos y para el mantenimiento del carro, que es el que nos permite buscar los donativos”.
Hacer el bien
Para este sacerdote, es fundamental continuar con su trabajo en beneficio de la comunidad rubiense y de cada persona que requiera ayuda.
“Es una tarea pesada, pero se nos hace ligera cuando vemos los rostros de la gente contenta. Todos los voluntarios vienen con el corazón dispuesto a trabajar por sus semejantes. Llegan a las seis de la mañana, comienzan a sacar las verduras; otros me acompañan a buscar agua limpia. Después de la misa prendemos los fogones, se arman los mesones para picar y nos disponemos a la preparación. Requiere un gran esfuerzo, pero lo hacemos con cariño y por amor a Dios”.
Una obra asumida con entusiasmo y determinación a toda prueba. No hay obstáculos para hacer el bien.
“Nuestra mayor alegría es saber que estamos haciendo el bien, que busquemos agradar a Dios. Esa es nuestra satisfacción, porque nuestro norte es hacer bien las cosas para la gracia del Señor. Cuando la gente sale con su tacita de sopa, agradecen por tener algo para comer, y eso es algo que reconforta el corazón”.
Todos los domingos repican las campanas en Santa Lucía. Es el llamado a acudir a misa. Al mediodía, largas y ordenadas filas aguardan con paciencia el momento de recibir su ración. Son rostros de seres golpeados por las circunstancias y la adversidad; en ese momento sienten la calidez de la mano amiga y la palabra amable. No todo está perdido. En ese instante renace la esperanza.