A ríos y quebradas van a parar los errores de las personas en las ciudades en materia de aseo urbano, pues la población, ya desesperada con la acumulación de desechos, opta por lanzarlos a la corriente. Pero, contrario a lo que muchos piensan, esa basura no emprende un viaje fluvial tan largo, dejando el asunto a otras jurisdicciones, sino que, tarde o temprano, termina creando un problema ambiental peor
Por Freddy Omar Duran
Contaba María Justina Cárdenas de Cárdenas, mujer centenaria, por años habitante del sector Los Amigos de Zorca-Providencia, que en su niñez sacaba con las manos “corronchos”, peces de gran tamaño, y que ya más adulta seguía debiéndole a La Zorquera parte de su subsistencia, pues en sus aguas sumergía las prendas que le encomendaban lavar y no pocas veces desafío sus bravas aguas con alguno de sus 21 hijos, en sus hombros o en sus brazos.
Ha pasado un siglo y el descontrolado proceso urbanístico ha convertido el pródigo cauce de antaño en un depósito líquido de inmundicias, y este hecho, tarde o temprano, tenía que cobrar consecuencias, y resulta difícil no pensar en ello al referirnos a la vaguada que tanto desastre dejó a su paso desde Peribeca hasta Zorca-Providencia.
Con el tiempo, la quebrada se convirtió en un vecino incómodo, o al menos solo útil cuando se convertía en la solución inmediata, para lo que la mala gestión pública y la falta de conciencia ciudadana no podían resolver, especialmente en lo que al servicio del aseo y tratamiento de aguas servidas se trataba.
Ese descuido y negligencia colectiva, de alguna manera, se paliaban con el dragado de la quebrada cada cierto tiempo, que más bien producía un efecto laxante al intestino fluvial. De otra parte, un sentido común indicaba que convertir a la corriente en vertedero era contraproducente, por lo que había en cierta manera una contención general para que esto no sucediera, siempre y cuando un servicio del aseo eficiente permitiera llevarse los desechos a otra parte y no entregárselos al afluente.
Pero de lo que era una grúa para canalizar, los habitantes de Zorca-San isidro solo vinieron a saber luego del desastre natural, y eso que múltiples peticiones de la misma se hicieron por casi una década ante Corpointa. En cuanto a los camiones del aseo, el milagro de su aparición en estos últimos años ocurría cada mes o hasta más, y durante cuarentena se desaparecieron, hasta que recientemente aparecieron, luego de que lo más pesado de los escombros, de lo arrastrado y destruido en los hogares por la crecida, fuera movido por personal del Ejército Nacional.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de parte de las familias y de quienes les ayudaron, incluso con cierta remuneración, y de los militares, muchos escombros quedaron por recoger: ante lo cual a muchos solo les ha restado guardarlos, hasta que alguien pueda llevárselos, hallarles un vertedero clandestino o quemarlos, y con estas opciones lo único que se logra es continuar el círculo vicioso del daño ecológico.
Incluso hasta las personas más conscientes del impacto ambiental de las basuras, impacientes al no saber qué hacer con los desperdicios de la casa, cedieron por la “salida fácil”, tal vez en la falsa creencia de que tales desperdicios viajarían miles de kilómetros, hasta el océano, ¿por qué no?, cuando en realidad apenas si avanzaba unos metros, para en sus narices hacer sentir su efecto contaminante y obstructivo. A esto último contribuían especialmente los plásticos que se atoraron entre los puentes más bajos.
Favor devuelto
La vaguada de hace un mes de La Zorquera sacó a flote no solo automóviles, animales de corral y enseres, también un problema ambiental, que nadie quiere asumir. Tan complicado como volver a poner en orden una casa que la corriente puso “patas arriba”, sacó gran parte de los bienes materiales de muchas familias y destruyó el resto, fue librarse de los malos olores, que semanas después de la tragedia no desaparecían.
—La gente fue muy solidaria –recordó Iris Cárdenas- con ropa y comida, pero no nos donaron productos de limpieza. Usted no me va a creer, pero yo he tenido que gastar más de 150 mil pesos en detergentes, pues uno le da y le da, y los olores no salían.
—Lo que más recuerdo -agregó José García- era el olor a mortecino, a cloaca, que respiramos luego de la vaguada. Si bien se ha avanzado mucho en el aseo de las casas, el barro y lo que removieron se convirtieron en polvo y eso ahora nos trae inconvenientes.
Incluso no hubieran sido pocos los enseres y vestuario recuperados con solo ponerlos a secar; pero sencillamente estaban tan contaminados, que ni varias lavadas los librarían de la hediondez. No obstante, la quebrada no les estaba entregando algo que viniera de muy lejos, pues estaba devolviendo lo que por tanto tiempo acumulaba en su lecho.