Regional

PERFIL | Monseñor Martín Martínez construye su carretera a la santidad

15 de noviembre de 2018

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POR Daniel Pabón

***Esta crónica se publicó originalmente en mayo de 2017 en la edición impresa de Diario La Nación; entonces se conoció que el Vaticano lo había declarado Siervo de Dios. Se retoma hoy, 15 de noviembre de 2018, a propósito de que en este día tiene lugar el acto público de apertura del Proceso Diocesano para su beatificación.

***En mula, este hijo de Santa Ana recorría decenas de comunidades rurales llevando la palabra e inaugurando capillas. De un metro ochenta de estatura, quiso ser grande para Dios y desde el año pasado el Vaticano empezó a premiarlo.

La vida de monseñor Martín Martínez Monsalve tuvo estos cuatro puntos cardinales: A su mismo nivel, la gente; porque fue un pastor extramuros que iba hasta los necesitados más remotos. De un lado, sin ser ingeniero, fue un constructor de carreteras que amplió los caminos del Táchira. Del otro, sin ser arquitecto, fue un edificador y reformador de iglesias. Y, con ambas manos hacia el cielo, fue disciplinado en la oración y el santo rosario.

Estos méritos, documentados en un informe, los valoró la Congregación para la Causa de los Santos del Vaticano a la hora de declararlo Siervo de Dios y dar luz verde, así, a su proceso de canonización, junto con la causa del también tachirense don Lucio León Cárdenas.

Nacido en Santa Ana del Táchira, el 4 de noviembre de 1919, quienes más conocieron a monseñor Martínez lo caracterizan por las tantas vocaciones sacerdotales y religiosas que encausó en jóvenes, así como por la entrega a los enfermos, los niños y la gente del campo. “Desarrolló una vocación, un apostolado por el bien común y por la gente. Su vida fue la obediencia y la disciplina al Papa y a los obispos”, lo define Laureano Martínez, uno de los 11 hermanos que alcanzó la familia, entre los que se cuentan dos religiosas Marianitas.

Era hijo de Laureano Martínez Vivas y Ana Clara Monsalve de Martínez, hombre y mujer de campo, que colaboraban con la Iglesia en el diezmo. “Cierto día, mi padre lo envió a llevarle una leche a la casa cural, donde se encontraban monseñor Arias Blanco y el obispo Tomás Antonio Sanmiguel, quien se le acercó y le preguntó si quería ir al seminario”, relata el hermano.

Formado en la Escuela Villafañe y luego en los seminarios Diocesano de Palmira e Interdiocesano de Caracas, ofició su primera misa en su pueblo natal.

“Él hacía unos recorridos a lomo de mula desde Pregonero a Potosí y de ahí hasta Abejales y hasta San Joaquín de Navay. ¿Qué no hacía en esas rutas? Duraba casi un mes en todas las parroquias visitando enfermos, inaugurando capillas. La famosa iglesia de Potosí, por ejemplo, la reformó él”, narra su hermano Laureano.

Toda esa actividad pastoral de Martínez la siguieron con fidelidad dos inseparables aliadas: su hermana Lucía Martínez y su prima Edelmira Monsalve.

“Lo acompañamos desde que se ordenó hasta que murió. Era muy bondadoso y cariñoso con nosotros, estaba pendiente de todos. En su labor era muy cumplido y caritativo con la gente”, expresa Lucía.

“Un día, en Pregonero, dos niños en la plaza compitieron por ver quién le contestaba la bendición entre el padre Martínez y el padre Hernández, y el padre Martínez fue el único que la contestó, porque era muy caritativo con los niños”, recuerda, como anécdota, Edelmira.

Lo cuentan desde el acogedor apartamento de San Cristóbal donde el sacerdote pasó sus últimos años y descansó en paz el 2 de diciembre de 2006, luego de que el obispo Mario Moronta le dio la extremaunción. Una imagen de la Rosa Mística en la reja es el primer signo de que allí habita Dios. Adentro, paredes con reconocimientos, certificados y homenajes dan cuenta de lo mucho que quisieron a Martínez por donde pasó.

Un peregrino por el Táchira

Desde su ordenación, el 19 de septiembre de 1948 en Santa Ana, hasta que completó sus bodas de oro, el 19 de septiembre de 1998, estando en La Castra, Martínez desplegó una vida sacerdotal genuinamente tachirense. En nueve parroquias dejó huellas:

En San Simón (1949-1953), continuó la construcción del templo parroquial de San Miguel Arcángel. Aligeró la carga organizando convites (vendimias) con cerca de 300 personas, que recibían como pago desayuno, almuerzo y puntal. Sus hermanas y otras mujeres del pueblo preparaban los alimentos desde las 3:00 de la madrugada.

Entre montañas, fundó la escuela parroquial del pueblo. En paralelo, hizo el trazado y animó la construcción de la carretera de 18 kilómetros entre San Simón y Pueblo Hondo. Gestionó también la construcción de la carretera La Tendida – Las Hernández – San Simón, pueblo que logró dotar de luz eléctrica con la adquisición de una planta, al que llevó la suscripción del Diario Católico y en el cual fundó su cine parroquial y campo deportivo.

En sus prédicas por San Simón, Martínez motivaba la construcción de letrinas, los planes de vacunación y las campañas contra la fiebre amarilla, sostienen documentos.

En Pregonero (1953-1959), logró que empezara y terminara la construcción de la parroquia Nuestra Señora del Carmen en cuya torre instaló un reloj alemán que todavía da la hora. Fundó el Colegio Parroquial Monseñor San Miguel e inició, con apoyo de pueblo y gobierno, la carretera Pregonero – Potosí. Como profesor del Colegio Santa Mariana de Jesús, encaminó a varias jóvenes hacia la vida religiosa.

En Seboruco (1959-1964), concluyó bancos, vitrales y puertas de la iglesia de San Pedro, mientras también logró que empezara y terminara la construcción de la entonces capilla y ahora parroquia de Las Mesas. Dejó, en ese poblado, nuevas casa cural y escuela.

En San Juan de Colón (1964-1967), formó grupos de catequesis, programó misas dominicales en los barrios, estrenó una curia legionaria, dictó cursillos de cristiandad y reformó el templo de San Juan Bautista, parroquia en la que alcanzó la cifra récord de seis vicarios cooperadores. Regentó también la parroquia del Carmen, en San Félix.

En Queniquea y San José de Bolívar (1967-1969), llevó a estos pueblos la obra de Cáritas. Mientras que de regreso a Pregonero (1969-1973), ocupó la parroquia del patrono San Antonio, cuya iglesia y casa parroquial pudo reformar, así como las de Laguna de García. Aquí, Martínez se fijó como meta las carreteras de Laguna de García a San José de Bolívar y de Palmarito a Helechales.

En Michelena (1973-1985), trasladó vocaciones sacerdotales y religiosas del pueblo hacia el seminario y el convento; de suerte que trajo a estas tierras a las Hermanas Lauritas. Reformó la casa parroquial, levantó la capilla de Tribiños, fundó el Colegio Juan Pablo II y gestionó el traslado, del cementerio al templo parroquial de San Juan Nepomuceno, de los restos del fundador del pueblo, el padre José Amando Pérez.

En San Cristóbal (1985-1998), alcanzó las aldeas que también constituyen la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, en La Concordia. Y, en los tres últimos años, sirvió en la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, en La Castra. Cumplida su jubilación, su labor mermó debido a su avanzada edad y posterior enfermedad.

Constructor de carreteras, sin ser ingeniero; edificador de iglesias, sin ser arquitecto, el tachirense monseñor Martín Martínez Monsalve empezó ahora, desde el cielo, a abrir su propia vía hacia el camino de la santidad. En la tierra, la Diócesis de San Cristóbal cumplirá los procedimientos de rigor con miras a una declaratoria de Venerable; gestiones que, más adelante, exigirán un primer milagro. Aunque no se les debe rendir culto público, a los Siervos de Dios, como él y como don Lucio León, se les puede pedir su intercesión por favores ante Dios, como en el reportaje anterior de esta serie ya explicó el presbítero José Lucio León.

Prefería orar que comer

Los sacerdotes tienen un manual que se llama Breviario, que contiene la liturgia diaria que deben hacer en su vida. “Cuando él entraba en oración, se entregaba tanto que nadie le podía interrumpir”, cuenta su hermano Laureano Martínez. “Él prefería que le faltara la comida antes que el rosario”, compara su también hermana Lucía, quien confiesa que era muy devoto de Nuestra Señora del Carmen, a cuya advocación están consagradas varias iglesias en las cuales fue párroco. “Cuando él rezaba, no se podía ni pisar duro ni hacer bulla ni nada”, acota su prima Edelmira.

Cuando monseñor Martínez estuvo en Seboruco, conversaba y los domingos hacía balances semanales de sus actividades con otra mujer de Dios: Medarda Piñero, esa humilde partera y laica que rezaba de rodillas frente al altar. Pero el padre también conoció y conversó bastante con don Lucio León Cárdenas, quien le visitaba en Michelena. “Esto nos demuestra que Dios llama a dos hombres y a una mujer del pueblo; hoy los tres están en la misma causa, buscando ser santos”, concatena el señor Laureano.

Por eso, aquel día cuando doña Edelmira terminó de almorzar y alzó el teléfono, ni se imaginaba la noticia que le iba a comunicar monseñor Mario Moronta: su primo, Siervo de Dios. “No hallaba ni qué contestarle de la emoción”, dice, mientras que doña Lucía bromea: “Yo lo que alcancé a decirle a Monseñor es que ahora, con esta dicha, verdaderamente sé que no sufrimos del corazón”.

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