Un médico especialista en Medicina Paliativa habla sobre su experiencia con pacientes que padecen enfermedades terminales
Humberto Contreras
¿Qué es la muerte? ¡Un misterio! Podría decirse desde una visión biológica que es la desaparición completa de la vida biológica, pero ¿quién puede decir que es la desaparición completa de esa profundidad espiritual? Ahí entra el mundo de las creencias. La posibilidad de que la vida tenga otra dimensión más allá de la biológica.
Imaginemos dice, Gustavo De Simone, un bebé en el vientre materno: Está en una situación de comodidad absoluta, ni siquiera tiene que esforzarse para alimentarse. A temperatura ideal, plenamente protegido. ¿Quién quisiera salir de esa comodidad? Es lógico que al salir, llore, patalee.
—Bueno -se pregunta-, ¿morir no será también la posibilidad de un nacer y partir hacia otro mundo que no comprendemos? Claramente la muerte no es una enfermedad, más allá de que llegue acompañada muchas veces de una, pero podemos prepararnos para encontrarle un sentido a ese final.
Tales son las apreciaciones de De Simone, oncólogo argentino, Magister en Medicina Paliativa, especialidad médica que trata del acompañamiento de una persona en su tránsito hacia el final. En una nota periodística el profesional desveló realidades de pacientes que están por motivo de enfermedades terminales, en tránsito a la muerte.
Ha visto en su ejercicio profesional, miles de pacientes en su etapa final. Conoce bien ese proceso.
— ¿Qué cree que se siente poco antes de morir?
— Más que lo que creo, es lo que observamos. Primero aparecen con mucha frecuencia lo que suele llamarse «visiones del final de la vida o experiencias del final de la vida». Yo los llamo «fenómenos del final de la vida». Tiene que ver con visiones, o voces de seres queridos fallecidos. Con expresiones como «Mi mamá me vino a buscar». O «mi padre, mi abuelo, etc.”
La profundidad y el espíritu
Los paliativistas estamos convencidos de que todos tenemos en nuestra profundidad una posibilidad de encontrar la paz de cada uno. Cuando se siente un alivio, se facilita que la persona se sumerja en su propia profundidad, algo que no nos han enseñado.
De Simones aclara qué es “profundidad”, palabra que usó varias veces, con una imagen que todos conocemos. Es una metáfora: el mar. Cuando en su superficie está tumultuoso, con terribles olas, en la profundidad hay una tremenda calma. Bueno, es la profundidad que algunos llaman nivel de conciencia profundo, y otros lo llaman el espíritu. Queremos que la enfermedad desaparezca, pero no podemos hacer que las olas desaparezcan. Sí podemos en cambio, sumergirnos en la profundidad: La posibilidad de morir en paz.
— ¿Morir es parecido al alivio?
— Cuando se dan estas condiciones, sí. Cicely Saunders, creadora de los cuidados paliativos, decía: imaginemos a una persona que está muriendo por una enfermedad, como a un niño en una tormenta. Ve los relámpagos, escucha los truenos y se asusta. Pero el hermano, se sienta al lado, y el chico se serena aunque siga la tormenta. Esa presencia del otro, esa relación con el paciente ayuda a encontrar la propia serenidad interior.
— Hoy, a la inmensa mayoría de los dolores físicos, incluso muy intensos, podemos aliviarlos con analgésicos. Pero cuando la una persona está en trance, no estamos entrenados para lidiar con eso. El secreto es convencernos de que podemos ir aceptándolo. No es un camino fácil, pero es fructífero porque vamos descubriendo la serenidad acompañados de quienes nos cuidan.
Tarea Final: Perdonar y agradecer
Hay tareas para aquel que está en los últimos momentos de su vida que le van a dar serenidad y paz. En primer lugar, dice de Simone, el hecho de pedir perdón. Es muy frecuente que una persona que está en el final de su vida, haga como un repaso, y sienta dudas sobre su actitud en la vida, su comportamiento con alguien, en fin. Entonces, pedir perdón, libera.
Pedir perdón y también perdonar al otro. A lo mejor el otro no quiere ser perdonado, pero yo sí puedo internamente perdonarle algo que, creo, es un daño que me ha hecho.
¿Por qué perdonar? Porque es el camino para encontrar la paz. Como equipo médico, lo vemos en las personas que asistimos. De modo que no es sólo el mandato de una religión.
Y la otra tarea es agradecer. Cuando repasamos la vida siempre encontramos algo para agradecer, más allá de las circunstancias que hubiéramos querido que no hubiesen sucedido. Si podemos dirigir el agradecimiento a alguien, mejor. A veces es un familiar, o un conocido, incluso, a veces, a una mascota, por ejemplo. O, también, a veces al ser supremo en el que se cree. Eso ayuda a encontrarse en la profundidad, donde está la paz.
Entonces… ¿Aprender a morir?
Sí, pero aceptando que eso significa aprender a vivir la última etapa. Morir es una parte de vivir. Ir aceptando de a poco que la muerte está en el horizonte biológico. Aunque miremos para otro lado, ahí está. Que no nos asuste tanto como para paralizarnos.
Finalmente se le preguntó: ¿Ud. cree en el más allá? -Sí, creo. Pero no trato de convencer a nadie.