Las redes sociales constituyen el termómetro de lo que ha sido la incidencia del covid-19 en el transcurso de este 2020, tanto en los escenarios más amplios y públicos, como en los más íntimos y privados.
Desde el primer caso oficial en el Táchira, el 3 de abril, hasta este mes de diciembre, en el que se ha aceptado el colapso de los sistemas de salud ante el incremento exponencial de la pandemia, mucha agua ha pasado.
El señor Omar, vendedor de verduras, comenta abiertamente a la escucha de todos en el centro de San Cristóbal, a una clienta, que un muy querido amigo suyo murió a causa del covid-19. Tanta franqueza resultaba impensable a finales del primer semestre, y hasta podía llevar a pensar a alguien que estabas contagiado.
Mientras tanto, ella le comenta sus planes de volver a Cúcuta, a comprar varias cosas, cuando meses atrás, si eras delatado por cruzar la trocha, te tocaba “operación tun tun”, y de inmediato debías pasar por un CDI, e incluso enclaustrarse allí, sin derecho así fuese de hacerse la prueba.
Aunque por meses el covid-19 pareciera haberse convertido en la única razón por la cual la gente se moría, poco a poco, a través de las redes sociales, se fue evidenciando que no solo no era así, sino que el resto de dolencias ponían de relieve algo que corría en paralelo a la cuarentena: la crisis económica, que hacía para más de uno imposible hasta un elemental tratamiento para la hipertensión o un traumatismo corporal.
Con un sistema de salud público confiable, los más pobres podían dar por descontados muchos de sus gastos médicos. Hoy, cuando a muchos les duele siquiera adquirir una aguja, escuchar de miles de dólares o al menos de unos cuantos cientos, resultan cantidades que no caben en sus presupuestos, ni dentro de salarios entre los dos dólares y los cien, en el mejor de los casos. Igualmente, aquellos famosos seguros de vida, de los que tantos sindicatos públicos se enorgullecían de haber negociado con el patrono Estado, hoy en día difícilmente cubren una hospitalización.
Es así como un buen número de familias, una vez conocido el diagnóstico médico, antes de recurrir a revisar ahorros inexistentes o a poco probables familiares con capacidades económicas, incluso los del exterior, también afectados en el bolsillo por la pandemia, abren las sesiones en sus cuentas en las redes sociales para implorar caridad, con la esperanza de que su mensaje sea reposteado, hasta llegarle al corazón de alguna alma caritativa. La petición puede venir en la forma más elemental y directa de la palabra escrita, o incluso en elaborados artes gráficos o contenidos multimedia.
Hay que aclarar que la falta de dinero obliga a recurrir a las redes sociales. Muchas veces se trata de, por ejemplo, conseguir una medicina escasa, no hacerles el juego a los especuladores, o recibir algo de conocimiento en medio de un mar de desinformación.
Por ejemplo, el escritor y artista plástico Elkin Calle, ante la perspectiva de un costoso proceso para luchar contra el cáncer, se ha preocupado por sus gatos, para los cuales, a través de las redes sociales, ha hecho una campaña para ubicarlos en un mejor hogar.
Hasta el año pasado se recurría a vendimias o espectáculos para casos especiales; pero estos eventos públicos han quedado prohibidos por la cuarentena, y por esta razón se ha complicado para muchos pacientes recurrir a entornos inmediatos sociales, laborales o comunitarios. La proliferación de las peticiones se volvió más común, desde mayo hasta el presente, como lo demuestra un seguimiento a Facebook o Twitter.
Ahora por el coronavirus
El padecimiento por covid-19 fue el mejor secreto guardado en muchos hogares tachirenses, por miedo al ostracismo, o un espectacular despliegue policial y facultativo a su alrededor: ni los vecinos sospechaban. No obstante, con el fallecimiento a finales de agosto de dos prestigiosos galenos y representantes de importantes centros asistenciales de la región, la “discreción” se levanta.
Y eso se ve a partir del mes de septiembre, cuando los pésames y las solicitudes de fondos para pacientes complicados por el coronavirus se multiplican.
Las más frecuentes defunciones de profesionales de la salud no solo preocupaban por el sector afectado, en tanto indicaban un contacto con más pacientes infectados. Palabras como “respirador”, Remdesivir, Interferón o Rivavirina, dejaron de ser tabú.
Bulos por doquier…
Pero, así como muchos de esos mensajes pueden provenir de pacientes urgidos de tratamiento, existe el riesgo de que entre ellos haya estafas.
Muchos comunicadores sociales se cuidan mucho en divulgar en sus redes sociales estos engaños. Tales estafas se dan incluso en gente cercana a pacientes reales, ignorantes de la utilización de la que se hacen objeto.
Al respecto Sandra Rondón, secretaria general del CNP-Táchira, aseveró que esa institución filtra los bulos e intenta verificar la verdad de esas solicitudes, con el mismo rigor que todo profesional de la comunicación debe aplicar al confirmar la veracidad de la información que llega a sus manos. Una vez certificada la buena fe del paciente, se hace la retransmisión por WhatsApp y otras redes sociales
—-Cada vez que al gremio periodístico se le recurre para realizar un servicio público a través de las redes sociales, no lo hacemos por hacerlo, sino que realmente conocemos a la persona que va a recibir ese beneficio.
Freddy Omar Durán