Regional

Prohibido olvidar a los más vulnerables

21 de abril de 2020

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Norma Pérez


La coordinadora de la Casa Hogar “San Martín de Porres” de Rubio, sor Margarita Amaya, está convencida de que los 45 ancianos y las ocho religiosas que allí albergan sobreviven por la gracia de Dios.

Por las condiciones de cuarentena cerraron muchos establecimientos que les proveían algún tipo de alimento. Ahora extrañan hasta los huesos que les donaba una carnicería para dar sabor a la sopa del almuerzo, única fuente de proteína.

Dios siempre les provee

A pesar de las carencias de casi todo, allí sobran las sonrisas y la buena voluntad para atender y dar cobijo a los abuelitos desposeídos de algo más importante que cualquier bien material: el afecto de quienes los sumergieron en  el abandono.

En estos momentos de condiciones adversas especialmente para los adultos mayores, las Hermanas Dominicas de Santa Rosa de Lima dentro de sus limitaciones toman todas las previsiones para mantener resguardados a sus inquilinos y preservarlos de un posible contagio del letal virus que azota al mundo.

Se hace el esfuerzo, pero es urgente el respaldo consistente y manifiesto para que estas personas en el ocaso de sus vidas superen escasez y circunstancias. No tuvieron la fortuna de contar con parientes amorosos. No son los padres o abuelos que se encuentran en casa rodeados de atenciones, los que preocupan cuando se enferman o que parten en medio de tristeza y lágrimas. Ellos son los desamparados, los más vulnerables. Por eso está prohibido olvidarlos.

Contexto actual

Siete de las ocho religiosas que atienden a los ancianos superan los ochenta años de edad. Aunque algunas mantienen energía y entusiasmo, otras evidencian deterioro en su salud y también requieren cuidados.

La Casa Hogar no cuenta con ayuda oficial y solo en raras ocasiones ha recibido algún aporte. Recientemente la alcaldía del municipio Junín hizo entrega de unas bolsas de mercado, al igual que la fundación Deus Caritas que colaboró con víveres y mascarillas.

Sor Margarita Amaya, coordinadora de la Casa Hogar.

“Gracias al milagro de Dios, San Martín de Porres y la intervención de la fundadora sor Inés siempre salimos adelante. El pueblo de Rubio es generoso y así sea poco trae su ayuda”, dice sor Margarita. La única que no aún no llega a la tercera edad y que iba los fines semana hasta la Casa de la Divina Providencia en La Parada, Colombia, para trabajar a cambio de granos y cubrir en parte las necesidades alimentarias de los abuelitos. Ahora la frontera está cerrada.

Tampoco niegan un bocado a los indigentes que se acercan a pedir hasta esta puerta. Generosidad a toda prueba aún en la hora menguada.

Cubrir gastos de alimentación, medicinas, pañales e implementos de limpieza, es una misión desgastante y extremadamente difícil. Ni siquiera reciben la contribución que se colectaba por la misa diaria porque la capilla permanece cerrada.

Las instalaciones lucen impecables, pero les urge conseguir cloro, desinfectante y jabón. Hacen uso del ingenio para solucionar lo más inmediato. Muestra de ello es que elaboran pañales para quienes ya no pueden hacer sus necesidades por sí solos con bolsas para basura y ropa usada que les regalan. Los pañales desechables son inalcanzables.

Como no hubo una desinfección de las instalaciones por parte de los organismos oficiales, las Hermanas realizan la limpieza con cloro que también utilizan para lavar los pañales “ecológicos”, lo que se complica por el costo de este producto.

Por eso es importante dotar a la Casa Hogar de artículos de aseo personal, limpieza y, por supuesto, alimentos acordes a los requerimientos nutricionales de los abuelitos.

Dos problemas que se suman son la falta de gasolina para movilizar el único vehículo que poseen y deben usar para buscar leña que les permita cocinar cuando falta el gas y trasladar la basura hasta el galpón de la alcaldía, ya que el aseo urbano no pasa por el sector y los desechos se acumulan.

Medidas de prevención

La protección es indispensable.

En la Casa Hogar se extremaron las medidas de prevención para proteger a los ancianos. Desde el inicio de la cuarentena se instauró el aislamiento social. Suspendieron las visitas y no se permite la entrada a particulares ni que los ancianos salgan, pues a algunos les gusta caminar por el patio lateral de la capilla que también sirve de estacionamiento.

Las religiosas utilizan guantes y tapabocas para atenderlos. Quienes están en la portería -lugar disputado entre los adultos mayores- llevan puesta la mascarilla. También la portan algunos ancianos dentro de las instalaciones, pero bajo supervisión, pues no es conveniente que la tengan más de cinco horas seguidas, ya que si se humedece puede ser dañino para la salud.

Afortunadamente en estos momentos ninguno presenta síntomas de gripe, aún cuando en diciembre muchos se afectaron por una virosis debido al frío de esa época.

En caso de sufrir alguna alteración de salud, personal médico de una clínica cercana se encarga de revisarlos sin costo alguno y si no pueden trasladarlos acuden hasta el sitio.

Otro equipo de “ángeles terrenales” acompaña a las Hermanas Dominicas en esta labor.  Trabajan en la cocina, ayudan a bañar y vestir a los viejitos, a hacer reparaciones y cualquier otra actividad que amerite ayuda. Ellos son Alfonso, Yadelsi, Karine, Jorge y Carmen. Trabajan todo el día, sin sueldo. El pago es la comida diaria, algo de mercado cuando se puede y en contadas ocasiones una mínima remuneración. Pero actualmente no ha sido posible.

Hay un personaje que se llama Miguel, pero lo conocen con el apodo de “Santo Tieso”, que sale los sábados con una carretilla al mercado a pedir a los vendedores un aporte para la Casa Hogar. Así recolecta hortalizas y verduras para subsanar en algo la precariedad de la despensa. Algunas panaderías también colaboran.

Divina Providencia

La gruta con la Virgen en el patio central.

En el patio central de la Casa Hogar “San Martín de Porres” hay una gruta con la imagen de la Virgen María. En los corredores los ancianos observan el jardín, algunos leen o conversan entre sí mientras escuchan una música apacible que se escapa de alguno de los salones y sirve de fondo para los que les gusta cantar. Así pasan el tiempo. Son una gran familia hermanada en la soledad que aún tiene ánimo para sonreír.

La gran mayoría no tiene parientes, pero encontraron un refugio confortable y una mano extendida para brindarles seguridad. Pocos recursos y muchas carencias superados por la fe en un recinto bendito donde se vive un día a la vez. Hoy se disipó la nostalgia.

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