Pese a que su condición de salud le impide realizar las actividades cotidianas, Yank Rixen Pulido no ha perdido el optimismo ni la alegría de vivir
Por Norma Pérez
La madrugada del 26 de marzo de 2004 fue aciaga para Yank Rixent Pulido Galvis. Este zuliano, radicado en Rubio, viajaba hacia Valencia para entregar un vehículo que su vecino acababa de vender.
“Llegando a Ciudad Bolivia, el carro se accidentó; era de madrugada, y mientras trataba de repararlo con un señor que se detuvo a auxiliarme, un camión de transporte de gas me embistió. El conductor se quedó dormido y arremetió contra mi vehículo; después se dio a la fuga, y nunca apareció”.
A consecuencia de este accidente, permaneció un mes en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital del Seguro Social en San Cristóbal, y dos meses más hospitalizado. El diagnóstico fue una lesión en la quinta vértebra cervical, que lo dejó cuadripléjico.
Tenía 28 años de edad, y dos niños: Jefferson, de 8 años, y Andrit, de seis meses de nacida. Estaba recién separado de su pareja, y fue su mamá quien se encargó de atenderlos mientras estuvo en el hospital y algunos años después.
“Pensaba que me iba a recuperar, le decía a mi mamá que no comprara silla de ruedas porque iba a salir pronto a trabajar. No creía que iba a quedar inmovilizado para siempre. A pesar de esta circunstancia, no me eché a morir, pienso en positivo; doy gracias a Dios por la oportunidad de estar vivo y de conocerlo, porque soy cristiano evangélico, eso me transformó espiritualmente y me ayuda a mantenerme tranquilo, en mi mente y en mi corazón”.
Cuando tuvo el accidente, la madre de los niños se quedó con ellos. Pero a la edad de diez años, su hija le pidió que la llevara a vivir con él y así lo hizo: “la niña estudiaba quinto grado y estaba a punto de perder el año escolar. Se vino conmigo, y actualmente le falta poco para graduarse de bachiller”. Su hijo varón se encuentra fuera del país.
Equipo solidario
Desde hace casi siete años, padre e hija comparten su hogar, ubicado en el sector Andrés Bello del municipio Junín, y son un gran ejemplo de afecto filial: “Andrit me asiste en todo lo que necesito; un vecino me ayuda a sentarme en la silla de ruedas, y así paso el día: miro hacia la calle, a ratos leo la Biblia”.
A la silla de ruedas que compró, usada, le hacen falta las baterías y no ha podido adquirirlas; por lo tanto, no puede desplazarse por su cuenta. Para que su hija pueda hacer las tareas escolares, una vecina le facilita la clave de internet, pues no cuenta con línea telefónica en su casa. Su mamá le envía una mensualidad para que cubran los gastos de alimentación y algunos requerimientos que Yank Pulido amerita por su condición.
Andrit Yayeth piensa finalizar el bachillerato y buscar un trabajo para ayudar a su papá. Esta jovencita de 16 años se encarga de cocinar, hacer la limpieza, lavar la ropa y cuidar a su padre. Aspira a ser maquillista profesional y le gusta la repostería, empezó un curso, pero no lo terminó por falta de dinero. Aun cuando le hacen encargos de tortas, no se compromete porque no tiene horno eléctrico donde cocinarlas, y el gas doméstico llega esporádicamente.
“Mi papá es una persona amorosa, respetuosa, él dice que si estuviera de pie, las cosas para nosotros serían muy diferentes. Me aconseja, orienta, me brinda su confianza, y a pesar de su estado de salud, no ha perdido su alegría ni las ganas de vivir”.
Yank Rixent Pulido se expresa de su hija con todo el amor que puede manifestar un padre: “Antes del accidente, cuando mi niña era pequeñita, llegaba, la consentía y la abrazaba Ya no lo hago porque no puedo levantar los brazos. Es lo que más extraño, poder abrazar a mi hija”.