Regional
Raíces sefardíes de la cultura tachirense explora ópera prima de Bernardo Zinguer
18 de enero de 2020
Descubrir nuestras raíces tachirenses es siempre una tarea pendiente, que solo la asumen quienes por vocación son movidos por una insaciable hambre de saber.
Freddy Omar Durán
Al respecto mucho se ha escrito -no siempre leídos y difundidos tales documentos como se debiera-, pero aún queda mucho más por investigarse, en pos de facetas inéditas que nos deparan muchas sorpresas.
Y de sorpresas precisamente está lleno el libro “El legado de los primeros judíos en el Táchira”, obra inédita de Bernardo Zinguer, un investigador que hace de cada documento que llega a sus manos, y colecciona con mucho respeto, una pista para revivir la aventura de los pioneros que pusieron alma y corazón para levantar un estado, en el que simplemente deambulamos sin saber sus orígenes.
De esta manera cumple un deber con la tierra que le permitió forjar vínculos sociales y familiares, así como con la comunidad judía, para la cual cabe toda admiración, por sortear todo tipo de inconvenientes a lo largo de la historia, y que en el Táchira, a pesar de su aporte, ha preferido la discreción a la fanfarria.
Ese éxodo obligado, aunque quiso borrar su rastro del acoso incesante de la Inquisición, dejó profundas huellas en la cultura andina, con las cuales Zinguer se fue encontrando mientras desarrollaba su investigación con un propósito distinto, y el cual se cristalizará próximamente en otro libro.
Fue un año de entrevistas y encuentro de soportes, que lo ubicaron en la Colonia, donde la onomástica, la arquitectura, la lingüística e incluso la gastronomía revelan datos insospechados, sobre esos judíos que hablaban ladino y provenían no solo de la península ibérica sino de Oriente Medio. En su travesía por las montañas andinas no solo dejaron mercancías que cobraban a cuotas, sino también esparcieron palabras y la semilla de nuevas generaciones.
Costumbres judías, como prender una vela el viernes, colocar una piedra en las tumbas o construir techos con balustradas –algo muy común en las casas antiguas tachirenses-, han sido constatadas en los registros revisados por Bernardo Zinguer. Un apunte interesante lo encontramos en el vocablo “gocho”, que si bien alguna vez fue despectivo, hoy asumimos con orgullo los tachirenses, como nuestro gentilicio, que alguna vez significó “marrano”, otra manera vulgar de referirse a los judíos. Una prueba de ello fue que alguna vez –se consigna en la obra- al Sumo Pontífice Alejandro Borgia lo calificaron como el papa de los gochos, precisamente por su supuesta protección a los hebreos.
De otro lado, tenemos que nuestro pan andino, tan famoso en todo el país y esperado por muchas familias venezolanas cada vez que un tachirense los visita, incluye entre sus variedades la “acema”, de orígenes judaicos.
Pero este libro no solo aborda el caso específico tachirense, sino que lanza una amplia panorámica y detalles poco conocidos sobre la diáspora judía a América, con especial incidencia en Venezuela, invisibilizada por mucho tiempo por la historiografía.
De la comunidad judía en el Táchira se conoce más que todo aquella oleada empujada por los fragores de la Segunda Guerra Mundial, y que nutrió una camada de profesionales en la salud y el Derecho, así como fructíferos empresarios, que alcanzaron gran renombre en la sociedad tachirense.