Regional
Rescatan el taller de costura de la abuela para dar protección al personal de salud
3 de septiembre de 2020
Cuando Blas Díaz, un joven tachirense, se decidió a desenmarañar el cerrado taller de costura y confección que durante treinta años mantuvo activo su abuela, en su mente había un propósito, creado justamente en tiempos de ocio y de pandemia
Por Humberto Contreras
Blas es abogado. Con 25 años, trabajaba en un bufete con buenas perspectivas en su ejercicio. Pero la cuarentena lo recluyó. En casa, no dejó de trabajar en lo suyo, y también se enteraba del avance de la pandemia en el mundo.
— Me llamó la atención que en China, Italia y otros países afectados, anunciaban con preocupación que escaseaban las mascarillas. Pensé que en el país pasaría lo mismo, y eso me trajo la idea: Así que, ¡a hacer mascarillas!
Estaban produciendo mascarillas, cuando de la Policlínica le pidieron que les fabricara para su personal. Ellos les dieron los requerimientos: material especial, que evite el paso de los fluidos. “Nosotros las hacíamos de algodón, que no cumplía con los requisitos. Y tenían que ser blancas, para poder lavarlas con cloro, o sea, que fuesen reutilizables.
Así que comenzamos a fabricarlas. “Conseguimos la tela apropiada, y pronto teníamos pedidos de otros centros médicos, como la clínica Pablo Puky del Rotari, clínica La Trinidad, y otras, así como de empresas para su personal. También vendíamos al detal a quien quisiera comprar, siempre a precios económicos”.
“Una idea que ya tenía taller”
Dice Díaz que, aproximadamente hace un mes, cuando empezó la etapa viral exponencial en el país, se vio que se hacían necesarias las bragas de protección, llamados overoles, que no se fabricaban acá, pero sí se conseguían en Medellín o Barranquilla. “Así que empezamos a traerlos de allá, pero captamos que no cumplían con los requerimientos médicos”.
Tenían sus detalles en el acabado. Por ejemplo, señala, “las bragas de allá no tienen cuello, y la cabeza queda totalmente descubierta”. Así que él y su tía Alejandra, experta diseñando, cortando y haciendo patrones, empezaron a cocinar la idea de fabricarlos.
Primero probaron con varios tipos de tela, hasta que se dieron cuenta de que la tenían a la mano: La misma con la que hacen las mascarillas. Perfecta antivirus, y lavable. Hicieron pruebas por separado, metiendo la tela en cloro o en hipoclorito, y la tela mantenía sus características. Y lo mejor: se consigue en San Cristóbal.
Eso significaba que los trajes serían reusables. Contrario a los que se conseguían de una sola puesta, porque si se lavaban, la tela se deshacía. Además, los desechables cuestan entre 3 y 4 dólares, y se usa uno diario. Los que esperaban fabricar costarían entre 14 y 16 dólares, pero su duración mínima es de seis meses.
Fue cuando reabrieron el taller de la abuela, que tenía cinco años cerrado, desde que ella emigró a Chile. Rápidamente contactaron a Ana Vargas, quien trabajó para la abuela, esos 30 años. Consiguieron el personal fijo, y contrataron a destajo costureras que, desde su casa, trabajarían. Se hicieron los patrones, se sacaron los moldes y empezaron a producir los trajes.
Y aparece la razón de ser
— Nos contactamos con Patricia Ballesteros, experta abogada, para cuyo bufete trabajo, dice Blas. Le hablé del proyecto, y ella se entusiasmó. Su espíritu altruista vio una oportunidad de ayudar a fondo a los médicos del Táchira, que diariamente se exponen en la lucha antivirus.
En esos días, Patricia, una mujer ampliamente relacionada en particular con el sector salud, recibió una llamada de una doctora amiga del HULA-Mérida, preguntándole dónde fabricaban los trajes, pues había sabido algo de San Cristóbal, por las redes. Eran 9 médicos. Solo querían cotización para reunir el dinero, pues no lo tenían disponible.
Patricia le pidió las tallas. Entonces, la idea cobró vida. Con sus buenas relaciones, contactó a varias personas y, simplemente, “si lo conozco, le digo dóname un overol; si no lo conozco, mucho gusto, dóneme un overol”. Y si no tiene para un traje, “entonces dóname una careta de acrílico”.
“Les explico, dice ella, que se trata de que los médicos necesitan protección, que acá se están fabricando trajes de calidad, y que solo aportar el costo de uno, que sería donado a un médico, ayudaba demasiado”.
Y como buena relacionista, tuvo éxito inmediato. Antes de 15 días, arregló en un paquete los 9 trajes para los médicos merideños, una donación a su amiga médico. La emoción de ella, por el gesto que no creían, y por la calidad del traje, no es descriptible.
Continúan las donaciones
Blas, Patricia (quien aclara que ella no es parte de la empresa, solo busca donantes, y no recibe comisión, porque es su voluntad), y Alejandra, coinciden. A raíz de esa exitosa experiencia, dado el método de buscar donantes, lo que demuestra simplemente que sí hay amor y respeto por la labor del personal de salud en el estado, felizmente el emprendimiento va dotando gratuitamente de trajes a muchos de ellos.
El grueso de los pedidos ha sido destinado para donaciones. Quien aporta el valor decide a qué institución quiere donar, y selecciona generalmente los hospitales centinela, que son los que más necesitan estos trajes, ya que tienen contacto directo con el covid-19. Así, el Hospital Central, el Seguro Social y el Centro Epidemiológico del Táchira, son los que han recibido más, y el color de los trajes para ellos es, respectivamente, vinotinto, verde y blanco.
—Cuando un médico nos pregunta precio, le preguntamos dónde trabaja y cuál es su talla. Que “no es para comprar ya, solo saber el precio”. “Bueno, igual deme su talla”. Y a los pocos días le hacemos llegar su traje donado. Ellos se sorprenden: “Solo llamé por el precio, y me lo regalan. ¿Quién? “Alguien de buen corazón que quiso ayudarlo en esta lucha”, le decimos.
“Luego de la entrega al HULA, conseguimos más donaciones, gracias a reseñas que colocábamos en las redes. En eso, dice la abogada, recibo el 8 de agosto, a las 11 y media de la noche, una llamada de alguien. ´Yo quiero salvar vidas´, me dijo. Se trataba de un venezolano que estaba afuera y que, siendo asintomático, padeció la infección. Me dijo que quería colaborar: ¡Ya ha donado 73 trajes!».
Los donativos entregados han sido para el HULA, 9 overoles; para el Central, con varias donaciones, 20 trajes en total, y ahora viene el lote de los 28, que se están elaborando para esta semana. “Para el SSO, tenemos en lista 20, ya entregamos 5, y los otros en proceso. Para el Centro Epidemiológico van 5, y hay 10 en elaboración, también pagos”.
—En solo dos semanas que tenemos en esto, hemos conseguido para donar 146 trajes en total, dice Blas. entre los ya entregados y los que se están fabricando.
¿Hasta cuántos?
Ahora, interviene de nuevo Patricia, ¿esos 146 trajes son suficientes? No, se responde. En el Central, los médicos que están al frente son muchachos, muy jóvenes, que están arriesgándose por la salud de los tachirenses. “Tenemos que cuidarlos. Tenemos que reunir ahora otros 146 más, para que cada uno tenga un segundo traje y pueda cambiarse, mientras lavan uno.
Y necesitamos otros cien trajes, para las enfermeras, que igual corren su riesgo. Requerimos también para los paramédicos, para el personal de las ambulancias, en general, para todo el personal auxiliar en esta actividad. Todos ellos se exponen, al atender un paciente, y nosotros estamos obligados a colaborar, a ayudarlos en su misión, y esta es la mejor forma. ¡Protegerlos!”. (El número de contacto es +58 412 5242, de María Ochoa).
—¿Ustedes comercializan aparte? ¿Cómo sobrevive la empresa?
Ballesteros señala que “nosotros entendemos que antes que el negocio, es la solidaridad. En nuestras manos está la seguridad, por ahora, de nuestro personal de salud, pero en las manos de ellos están los tachirenses en general. Es un tema de emociones y de conciencia, simplemente”.
Y Blas Díaz explica: Prácticamente, vamos quedando tablas. No se pierde, pero estamos como están las enfermeras: No están ganado el sueldo que ellas quisieran, pero se dedican con cuerpo y alma a salvar pacientes, junto con los médicos.
Nosotros trabajamos con el afán de estar detrás de ellos, apoyándolos al menos con un poco de seguridad, porque necesitan de todos nosotros, de quien pueda apoyarlos. Y esta es una manera.
Ahora, si una empresa o una persona quiere comprar, se le vende. Pero tiene un precio distinto. Explico: Cuando un donante nos aporta, el traje tiene un precio de 48 mil pesos. Eso nos cuestan los 4 metros de tela, el pago del personal, de la electricidad, de la gasolina que necesitamos para la planta, etc. Cuando el traje no es para donación, vale más, por supuesto”.
Electricidad o gasolina: ¡Solo eso!
Para la empresa, su mayor gasto es el combustible, dado que las fallas de luz generalmente se producen en el horario laboral. Hay que tener la planta encendida varias horas, y consume mucha gasolina. Una costurera puede terminar un traje en hora y 40 minutos, y logra, con electricidad fija, cinco trajes en un día. Cuando hay cortes, casi todos los días, a duras penas termina 3.
Así, la gasolina es un gasto enorme, dice Blas Díaz. Por supuesto, “nosotros no estamos priorizados para surtir, por eso toca comprarla en pesos, 80 mil pesos por 20 litros, cada semana. Pero no solo la planta consume. Hay que surtir las motos con las que se traslada el material cortado para las costureras, ya que ellas trabajan desde su casa, y luego el retorno. Requerimos para el vehículo que transporta el personal, de ida y vuelta a sus casas. Es un gasto amplio”.
Si, por ejemplo, dice ahora Alexandra, Corpoelec no quita la luz en este sector (Barrio Obrero) durante el horario laboral, pues es mucha ayuda. “O que nos facilitaran la adquisición de la gasolina”.
Preguntamos, si el gobierno les ofreciera una ayuda, ¿qué esperarían? Alexandra fue rápida y segura: La mejor ayuda sería que pudiéramos contar con gasolina para la planta, ya que con la luz no se puede. Eso nos solucionaría muchos problemas, como el atraso en la producción, por ejemplo.
¡No pedimos más!