Isabelina Useche es la raíz de un árbol genealógico de 12 hijos, 33 nietos, 72 bisnietos y 33 tataranietos. De su prole sobreviven 8, y tres de ellos partieron a muy temprana edad de este mundo
Por Freddy Omar Durán
Envuelta en la atención y el amor de una familia, Isabelina Useche, hito vital del que pocos pueden presumir haber llegado, y menos con la alegría y lucidez de esta venerable sancristobalense. Hoy, lunes 22 de marzo, está de cumpleaños.
Toda una matrona que convoca la atención y el aprecio de una inmensa descendencia que no pierde la oportunidad de rodearla para escuchar sus anécdotas, contadas en un tono jocoso que atrapa aún más a quien la escucha.
Ella es la raíz de un árbol genealógico de 12 hijos, 33 nietos, 72 bisnietos y 33 tataranietos. De su prole sobreviven 8, y tres de ellos partieron a muy temprana edad de este mundo, mientras otro lo hizo hace 4 años, a los 64, víctima de un sorpresivo ataque al corazón.
De cada uno de sus hijos recuerda con lujo de detalles la hora, el lugar y el personal médico que asistió su parto, una de las tantas muestras de una memoria prodigiosa, tan fuerte como su salud -en lo que cabe tener 100 años a cuestas-, que no se cansa de lanzar las más conmovedoras historias. A su lado todavía están Gladys, Arsenio, Neira, Yajaira, Alirio, Alfilio, Glenda y Yudermis.
Una memoria que le permite mantener con vida a aquellos que perdió, y por los cuales su voz a ratos se quiebra.
—Lo más duro para mí ha sido cuando se han muerto mis seres queridos –afirmó Useche conteniendo el llanto-, mi papá, mi mamá, mis hermanitos. Siendo la mayor, sobrevivió a 6. Mi hijo murió hace 4 años, nunca se había separado de mí. La muerte es una cosa muy dolorosa y es lo peor. ¿Pero qué se le va a hacer? Si llega, pues la recibimos. Aquí estoy hasta que Dios me diga –elevó la voz e hizo un gesto con la mano, llamando a alguien a lo lejos- “Isabelina venga” (risas replicadas por los familiares que la acompañaban).
Niñez feliz…
Ve el presente con cierto pesimismo. pero sin pesadumbres, pues en el fondo de su corazón prevalecen el buen ánimo y el amor por la familia.
—Se lo digo sinceramente, yo nunca, en los 100 años que tengo, había conocido una situación como la actual. Ayayay. Esto es terrible. No tiene salida.
Sin embargo, en su relato se retrotrae a un pasado más amable:
—Fue mi niñez muy limpia, muy bella. Yo fui criada en el campo. A mí no me pusieron a estudiar, me pusieron a cuidar bestias, a cortar el pasto para los caballos, y a mucha honra, les cocinaba a los obreros, pues mi papá tenía finca. Fue una niñez muy feliz, para qué…
Perteneció a una época en que no tener electricidad, ni transporte, ni internet, ni medios de comunicación, ni ir al sitio de moda, no era signo de infelicidad
—Dios me premió con mis hijos. Soy una madre enferma, pero muy feliz, porque a mí no me falta nada. Tengo comida, tengo ropa, tengo cuidado, y una hija que está siempre conmigo.
Sola levantó a sus hijos, a punta de trabajar en casas de familia, planchando y lavando, o en restaurantes cocinando. Igual se las ingenió de otras maneras, como preparando morcillas y pasteles.
— Yo trabajé mucho para levantar a mis hijitos. Los crie sanos. Ninguno fue a la cárcel; criados con pobreza, eso sí, con muchos sacrificios— narró.
Pero, a pesar de sus humildes ingresos, de alguna manera se las arreglaba para que en su hogar no se pasara hambre, amén de que en aquella época la solidaridad entre vecinos y conocidos hacía llevaderas las necesidades.
—En aquella época, el kilo de arroz era a medio. Ganaba 5 bolívares, el día que iba lavar, y cuando iba a planchar, 6. Eso sí, trabajo me sobraba. Me agarraba para el pasaje de lo que ganaba y les dejaba a mis hijas el resto para que compraran en el abasto. Cubríamos el día a día. Había un carnicero que le decía a un hijo mío que le llevara hojitas, cuando eso no envolvían la carne en papel sino en hojas de bayo, y él le daba ese poco de hueso y carne. Pero no había nevera, había que comer todo eso de una vez (risas).
La finca de su niñez, en Pueblo Nuevo, estaba muy cerca de la plaza de toros, y con su padre a pie recorría un camino arqueado de pomarrosas para dirigirse al antiguo Mercado Cubierto, hoy Centro Cívico, o visitar la Catedral o la iglesia de La Ermita.
Amante del baile
De los políticos no quiso hablar, y con picardía recordó lo mucho que le gustaba bailar, pero en fiestas privadas, pues no fue muy aficionada a las famosas casetas de la feria. En un mismo año, dos veces fue reina de la tercera edad, y por esto apareció una vez en la Televisora Regional del Táchira.
—Bailé muchísimo. Yo trabajaba en una fábrica de yeso, entonces una de las hijas del dueño nos invitó al matrimonio, que era en un campo. ¡Qué belleza! Yo ese sábado compré unos zapatos para llevar. ¡Se me han roto los zapatos de tanto bailar en ese salón! y me tocó que ponerme los viejos que cargaba y seguir bailando hasta las 6.00 de la mañana. ¡Esas sí eran fiestas! A mí me han hecho mis hijos unas celebraciones con mariachis y todo. Ahora no se puede, porque plata no hay— recordó.
Madre a los 25 años
Su primer hijo lo tuvo a los 25 años, y si bien dio a luz 12 veces, se ajustaba a la media de las madres de la época, recordándonos que su abuela tuvo 25 hijos.
—Me hizo recordar usted –la risa desborda su relato- la vez que fui al doctor y me preguntó: ¿cuántos hijos tuvo señora Isabelina? Dije 12, y me dijo ¡uy!, y le respondí, no se asuste doctor que cuando eso no había televisión. (risas).
Nacida un 22 de marzo, en pleno Viernes Santo, su salud no ha presentado mayores complicaciones, aunque le cuesta escuchar, y ha sufrido peligrosas caídas que le han valido varias operaciones.
—Yo tengo 7 clavos y una platina en esta pierna. Me dijo el traumatólogo, “abuela, usted tiene la ferretería completa. Sufro también de irritación en el colon— contó.
Recordó lo estricto que fueron sus padres con ellas, y cuenta como anécdota que cuando su “novio” la venía a visitar, se la pasaba con su papá, mientras ella permanecía dentro de la casa. Para aprender a leer, un arriero que hacía negocios con su papá le pidió que se consiguiera una pizarra pequeña
—A los 16 años tenía un novio y era sargento del Cuartel Bolívar. Y entonces mi papá, todos los domingos, se sentaba en un taburete, y el muchacho llegaba a eso de las dos. Mi papá gritaba: ¡ala!…llegó Gabriel, tráele cafecito! Le llevaba yo el cafecito. Y él me saludaba: “hola Isabelina”. Y yo le daba el café y me devolvía para adentro. Y al rato mi novio decía: “bueno Isabelina, hasta el domingo”. Papá era la novia – contó en medio de las risas.
Con la tecnología
Isabelina Useche se comunica con varios de sus nietos que están en Irlanda, España y Colombia. Todos son felices por compartir con ella los días de su vida.
Habrá celebración sencilla, pero rodeada del cariño de todos los suyos. “Mi mejor terapia ha sido la felicidad y las ganas de vivir”, dijo varias veces.
Orgullosa de sus hijos profesionales y los nietos, que se destacan en varios ramos profesionales y todos en los oficios donde Dios les permitió destacarse.
— ¿Usted es católica?
— ¡Todavía me lo pregunta! Hasta morir. Yo nací de padres católicos, crecí católica y muero católica. Primeramente, con la ayuda de Dios y la Virgen saqué a mis hijos arriba.