Regional
San Cristóbal: Un largo recorrido de 462 años a la espera de su destino
31 de marzo de 2023
San Cristóbal exhibe con orgullo el carácter y arraigo de sus habitantes, quienes responsablemente han ocupado en su momento lo que a cada quien le ha correspondido. Esta apreciación tiene que ver con la interpretación y conclusiones que sobre idiosincrasia, devoción y vocación, relativos a la ciudad y su gente, nos han dado a conocer cronistas, antropólogos e historiadores.
Mi reflexión, persigue conocer la verdad del Táchira en cuanto a su condición de región fronteriza de territorio compartido, la de su origen y razones históricas. Creyendo conocerlas, a veces, me he sentido confundido por aquellos que administran y planifican, sin siquiera intentar escuchar las voces que resuenan en la oscuridad.
Ante esta patética situación, se hace necesario investigar, interesarnos en las evidencias y aplicar la razón a una o todas las ideas que nos aproximen a la verdad y de esta manera, a mayor conciencia colectiva de lo que realmente somos.
Sobre los escépticos, dicen los conocedores: «No inician una investigación, cerrados a la posibilidad de que un planteamiento podría ser real, de que una afirmación pudiera ser cierta. Ser escéptico, es sencillamente, requerir por derecho, una poderosa evidencia para creer».
Durante todo este tiempo que ha transcurrido, la conquista de nuestras metas ha sido siempre reclamada. Muchos de los destinatarios de los mensajes enviados, sin auscultar, solo han demostrado audacia, acompañada de arrogante autosuficiencia, el peor enemigo del éxito.
Según las investigaciones realizadas hasta ahora, la vía trazada desde Pamplona con destino a La Grita y Mérida, se inició abriendo caminos desde Cania, base de operaciones de Juan Maldonado.
Guiados por el río Torbes, los expedicionarios, que se contaban como unos treinta, llegaron a los valles del Quinimari. De ahí, pasaron a Azua y luego al Valle de Santiago.
Dada la misión encomendada por el cabildo de Pamplona, después de pisar lo que hoy conocemos como Puente Real, se dirigieron a la parte más alta del valle, procediendo a la fundación de la “Villeta” de San Cristóbal, la que les permitiría el descanso y reabastecimiento de los víveres necesarios, a la mitad del camino, del largo recorrido.
Desde mi punto de vista, la localización de la villeta, al borde del barranco, en la parte más alta del Valle de Santiago, no fue escogida inadecuadamente para fundarla. Todo lo contrario. Fue calculadamente escogida con el fin de brindar mayor protección y seguridad, al dificultar la no deseada visita de los nativos, dado su carácter hostil y belicoso, diferente al de los que habitaban los predios de Cania, pacíficos y colaboradores del capitán Juan Maldonado.
La localización, el 31 de marzo de 1561 de lo que hoy es nuestra querida San Cristóbal, obedeció quizá más a la necesidad de establecerse en un lugar seguro, que a la escogencia de un terreno apropiado para la realización del acto fundacional de una población.
La especie de cuartel construido posteriormente en el lugar que actualmente ocupa lo que conocemos como Edificio Nacional, nos indica y pone de manifiesto los peligros a que estaban expuestos los que allí habitaban.
Así nació la villeta de San Cristóbal, el lunes santo de ese año de 1561, sin tomar en cuenta la aplicación de leyes y normas rigurosas de la época, que establecían la escogencia de terrenos para la edificación de la iglesia, de la sede del Ayuntamiento, los de la Plaza Mayor; aquella, la del mercado, la de las procesiones y concentraciones públicas. Tampoco fueron previstas las cuadras que ocuparían las viviendas de las autoridades y funcionarios más importantes.
Un dato curioso es el hecho de que no fue hasta el año 1568 cuando la iglesia es decretada por la Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá, y 44 o 50 años más tarde, fue edificada de piedra y ladrillos, ya que los indios no daban tregua a la ermita, la de los techos de paja, la que había sido construida para el culto divino.
Igualmente, los términos o linderos de la villeta se fijaron años más tarde, lo que insta la publicación del acta de fundación de San Cristóbal para su divulgación y conocimiento de sus alcances.
El territorio donde se fundó San Cristóbal pertenecía a la jurisdicción de la Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá, es decir del Nuevo Reino de Nueva Granada y, los que conformaban la Capitanía General de Venezuela, en un principio, dependían de la Real Audiencia de Santo Domingo; tiempo más tarde, de la Real Audiencia de Caracas, decretada en 1786 e instalada en 1787 en la ciudad Santiago de León de Caracas.
Esta situación jurídico-territorial podría de alguna manera darnos a entender por qué, desde el punto de vista de la delimitación del territorio entre Mérida y Pamplona, nuestra frontera occidental fuera la más conflictiva durante el dominio español y el que continuara siéndolo durante más de un siglo, tras la disolución de la Gran Colombia.
Es hasta la firma del tratado de 1941, durante la presidencia del general Eleazar López Contreras, cuando se pone fin a las disputas territoriales entre Colombia y Venezuela.
Así crecimos y nos desarrollamos como pueblo, sin propósitos políticos claros e ignorados por los centros del poder; no así por sus habitantes, quienes ante la ausencia de autoridades, crearon sus propias normas de convivencia ciudadana, forjando un carácter independiente, centrado en su trabajo, en su familia y en su casa, siempre preocupados por su destino, crecimiento cultural y ejercicio de la dignidad.
La ciudad por su parte, creció independiente de reglas y normas preestablecidas, pero respetada y amada por quienes sobre laderas y entre quebradas la sembraron, única en nuestro país por su originalidad y gente culta y laboriosa.
De lugar de descanso obligatorio, alejada de los centros de poder, de la toma de decisiones y dirigencia política, sin una aparente y significativa importancia, ya a sus 43 años de creada, la villeta era considerada por sus autoridades «nudo de comunicaciones y paso a caminos importantes y principales de contrataciones y comercio».
Podríamos pensar, que como productores del campo y de útil y variada artesanía, moradores de emplazamiento de tan sorprendente belleza, haya determinado su vocación. Encontramos en ello y en su condición fronteriza, la razón de haber institucionalizado desde sus inicios, la primera feria comercial e internacional de Venezuela.
Esta región conformada por el Táchira y Norte de Santander, departamento de la hermana República de Colombia, no se cimento solo en sus condiciones geopolíticas.
Tampoco por ser alineado jurisdiccionalmente por un decreto, ni por una administración circunstancial de una corporación; esta ciudad-región, desde su fundación, desde la capilla de los techos de paja, hasta la invención de lo que llamaron “centro histórico” 400 años más tarde, la naturaleza de su gente y hábitos enaltecedores, marcaron el camino, siempre fiel a su conducta cívica, espíritu comercial y vocación por el estudio y el trabajo.
La región, gracias a su relevancia política al final del siglo XIX, su importancia económica que ya representaba y, a la puesta en servicio de la carretera Trasandina el año 1925, en tiempos del General Juan Vicente Gómez, le permitió acortar distancias e incorporarse al centro del país, asiento de todos los poderes.
Desde entonces han sido elevados a consideración, por parte de administraciones distantes y locales, ambiciosos proyectos de grandes inversiones y variados propósitos. Podríamos decir sin temor a equivocarnos, unos de gran éxito y otros que se exponen hoy a un juicio con resultado poco afortunado.
Los asesores y proponentes olvidaron que la planificación principalmente es una estrategia que va acompañada de un alto contenido político y social, lo que es, en definitiva, la que permite su aplicación y ejecución.
A manera de ejemplo señalaríamos como evidente, la pretendida industrialización del Táchira. Una propuesta que se tradujo en retardo de nuestro crecimiento y desarrollo, al no haber estado acorde con el momento y sus prioridades.
Esta reflexión, presentada con todo respeto a las ideas contrarias que otros pudiesen esgrimir, pretende ser solo una crítica constructiva y sana, y tiene el propósito de retomar propuesta consistente en la creación para el Táchira del «Centro Internacional de Negocios”, orientado al desarrollo entre la región fronteriza occidental de Venezuela y Colombia, considerada la más dinámica de nuestro continente.
Ahora bien, la actual apertura para el fortalecimiento de las relaciones entre los dos países, brinda la oportunidad de retomar este proyecto y convertirlo en importante instrumento de desarrollo.
La confianza para enfrentar el reto, está basada principalmente en el nivel cultural de la sociedad y calidad humana de la gente que la conforma.
Edificaciones como el Centro Cívico, el Complejo Ferial de Pueblo Nuevo e importantes instalaciones deportivas y culturales, facilitarían desde ya la organización y realización de grandes eventos de toda índole y carácter. El Táchira, siendo todo un estado fronterizo, de autoridad moral e influyente presencia en la zona, garantizaría su éxito.
Rafael María Rosales, insigne ciudadano e historiador tachirense, dijo: «La imagen de cada pueblo enmarcado en su antropología y etnología y alentada por su actitud psicológica, refleja lo precedente y futuro de su destino»…
…después de escucharle, me levanté del peldaño donde me encontraba, tomando un descanso.
En ese momento, de forma rápida y repentina, imaginé que a la puerta le echaban llave, la persona que supuestamente había entrado, dirigió sus pasos a la ventana y la abrió, el cuarto se llenó de luz… y las águilas salieron por la ventana a la inmensidad del espacio que se les ofrecía.