Freddy Omar Durán
Los derrumbes en el asentamiento Sueño Bolivariano, sector Las Palmas, barrio Monseñor Briceño de Táriba, han destapado una complicada situación social para cada una de las viviendas, a las cuales inevitablemente el criterio técnico recomienda desalojo, sin tener sus ocupantes alternativas para el traslado.
Alrededor de las tres de la madrugada del primero de julio, la tierra, con su rugido, advirtió el colapso de un enorme bloque de tierra, gran parte del cual correspondiente a un terreno baldío pero que se llevó gran parte de la vivienda de Edgar Ropero y en vilo la de la señora Orfilia Ochoa. No obstante, el profundo barranco, de unos cinco metros de profundidad, aún tiene hambre de más y otras, cuyos agrietamientos anuncian el peligro inminente.
A las lluvias se le adjudica ese sorpresivo “afloje” del terreno, y en vista de que las mismas proseguirán un buen rato, se teme que el daño se agrande aún más, y terminé de arrasar en gran medida el sector.
El señor Ropero, que compartía la vivienda con su esposa y dos hijos, puede afortunadamente contar hoy su historia, pues pudo escapar a tiempo. La parte trasera de su casa, sin pared, da ahora a un despeñadero de unos 200 metros donde quedaron esparcidos su nevera, tres camas con sus respectivos colchones, ropa, material de trabajo en el sector de la construcción, y otros objetos de valor. No le quedó otra a él que “meterse en una piecita”, y a sus hijos, irse a vivir con la abuela.
—Nosotros sentimos el movimiento de la tierra y salimos de inmediato, se fue poquito a poquito pero a las 10 de la mañana ya estaba parte de mi casa abajo— relató Ropero.
Ese enorme hueco ha dividido el lugar en una parte donde carece de aguas blancas y en otro donde ha colapsado el servicio de cloacas, y en este sentido han adelantado conversaciones con la Alcaldía de Cárdenas, porque hasta el viernes llevaban casi 5 días con una crisis sanitaria, teniendo que recurrir a la bondad de familiares y conocidos para solventar sus necesidades fisiológicas.
—Aunque sea para traer los tubos de las cloacas y del acueducto de parte de la Alcaldía, que nosotros los vecinos lo ponemos—afirmó la señora Ochoa.
Más arriba del boquete sigue más terreno baldío que soporta el peso de un edificio de unos cinco pisos en construcción, y que por orden de Protección Civil seguirá en obra negra y no habitable.
Hace 8 años se estableció ese urbanismo en el cual muchas familias vieron cumplido el sueño de adquirir vivienda, luego de años de “estar arrimados” o incluso estar incursos en procesos de desahucio.
La señora Orfilia Ochoa reconoce que Protección Civil ha sido “los que más han estado pendiente de nosotros” y desea de corazón que otros entes de la administración pública tuvieran similar prestancia.
Un hijo de cuidado especial
Diana Rubio, otra de las afectadas, vela por el bienestar de tres niños, y entre ellos especialmente debe dedicar gran parte de cuidado a su hijo de 14 años, que padece de milemigoceles, además de una condición neurológica autista, movilizándose a puro gateo, por lo que resulta difícil trasladarlo a otra casa donde el resto de sus seres queridos pueden cumplir sus labores de higiene personal.
Con casi cinco días sin servicio de aguas negras, ha tenido que adaptarse a usar pañal o hacer un uso no apropiado del WC.
Al joven Yonneiber Castro ya le ha sido colocada una derivación ventriculoperitoneal, y por él se ha pedido ayuda por todos lados, tanto para cubrir su tratamiento como para adquirir una silla de ruedas. Su madre tiene que dedicar gran parte de su tiempo a él y su padre busca el ingreso monetario vendiendo café en el Mercado Mayorista de Táriba.
—La silla de ruedas que él tenía ya se está dañando. Él tiene un tratamiento para las convulsiones y le mandaron a realizar unos estudios para una escabiosis, un tipo de infección cutánea, y para sus problemas neurológicos. Y tiene un problema en la vista (estrabismo). Quien nos quiera ayudar puede llamar al 0424 7093432— apuntó la señora Rubio.
Ya su casa ha venido sufriendo de un año atrás varias afectaciones, teniendo que reparar una grieta, temerosa de que una culebra se colara por ahí y agrediera a Yonneiber. Han intentado solicitar infructuosamente una colaboración para esos arreglos, pero si esto se le ha imposibilitado, más difícil considera la señora Rubio la consecución de una nueva vivienda.
A punta de chocolate y pasteles
Ana Beiba Gutiérrez, de 71 años, está pasando por la emergencia de una casa al borde del colapso justo cuando recibe la noticia de que se le dio autorización de una histerectomía, que aunque se realizará en el Seguro Social, ha tenido que pedir prestado con intereses –alrededor de un millón de pesos- para los insumos de la operación quirúrgica.
Vuelve a su mente la pesadilla de volver a un alquiler, una experiencia que le conllevó incluso amenazas de orden judicial. A su edad, la perspectiva de comenzar de cero no resulta muy prometedora.
—Esta casa que me dio la alcaldía de ese entonces fue mi sueño, que a punta de pasteles y chocolate, a lo pobre, pude levantar parte de la casa y no pude hacer más. No sé si seguirá el derrumbe por el lado de nosotros. Me llamaron para una operación justo cuando estábamos más ocupados con esto. Hace más de diez años me tocó por la Alcaldía el terrenito y ahí empezamos; yo compraba de a poquito, de a poquito, íbamos arrumando. A mí no me salió los kits de la Misión Vivienda y me tocó por mi cuenta. Yo estuve alquilada como 10 años, pero ya me querían sacar. Da lástima la casita pues está fuerte la estructura, pero uno nunca sabe si el derrumbe me llegue— contó con mucho dolor la señora Gutiérrez.
Vecina a doña Ana está un rancho de latón en el que viven 7 personas, entre ellas dos de la tercera edad, una pareja de adultos, uno de los cuales por una fractura en la pierna está incapacitado, y tres menores de edad. En representación de esa familia damnificada, la señora Luz Marina Suárez Ortiz admite que no tiene a dónde ir y su mayor deseo es que el gobernador Freddy Bernal conozca de cerca su situación.
–No hemos construido porque, en primer lugar, no tenemos plata; y segundo, pues eso es una sucesión de hermanos. Si nos tenemos que ir, al menos que alguien nos ayude a reubicarnos. Nos aseamos afuera de la casa, o con trapos húmedos, y nos hemos tenido que aguantar las ganas de ir al baño— clamó la señora Suarez.