Aunque el consejo es “quedarse en casa”, son mil y una las razones por las cuales gente de los Capachos o aledaña al sector El Mirador de San Cristóbal, deben bajar a la capital tachirense, y hacerlo, así como venir de regreso, resulta toda una odisea, a la cual contribuyen las nuevas restricciones para evitar los riesgosos sobrecupos en las unidades de transporte.
Las líneas de Capacho, El Valle y Santa Rita son las que normalmente prestan ese servicio; pero sus unidades tratan ya de venir con el cupo completo desde su primera parada, evitando ser detenidas en los puntos de control por no respetar la norma. Por esto es muy difícil que se detengan mucho a lo largo de su recorrido, a menos que venga vacía, y eso solo ocurre alrededor de las seis de la mañana.
En la Zorca Providencia, por ejemplo, una muchedumbre ansiosa de transporte evidenció las complicaciones después de la ocho, y ante sus ojos transitaban con paso constante, y sin señales de reducir la velocidad, ni siquiera. No era que hubiera otras opciones, pues los mototaxis y un taxi que ofrecía la carrera por puesto a 2 mil pesos, ofrecían sus servicios; no obstante, los transeúntes apenas si llevaban lo justo para el pasaje, y en bolívares, reservando sus divisas exclusivamente para lo más urgente.
Razones hay muchas
Si no hubiese sido por la razón de tener que cuidar a su mamá de 80 años, internada en el Hospital Central, y que no puede quedarse sola, Jazmín Avendaño por nada del mundo se hubiese venido sola.
—¡Ay, Dios! -exclamó Jazmín-, el jueves que vine de El Llanito, donde yo esperaba la buseta desde las 7 de la mañana, tuve que devolverme a Capacho, a eso de las 10 y media, y pasar todos los puestos de seguridad, hasta que a las 11 de la mañana tomé allá la última buseta. Seis a siete busetas pasaron frente a mí.
Terminada su guardia, se dirigió de inmediato a la Villa de los Buhoneros, donde fue la primera en abordar un bus vacío hacia Capacho.
Gloria Restrepo apenas si pudo expresar que le urgía bajar a San Cristóbal, porque le dolía mucho una muela, y en Zorca Providencia no había nadie que le pudiera dar el tratamiento indicado
Freddy Espindola, por su parte, trabaja como comerciante en Puente Real y si bien intenta finiquitar sus labores a las doce, se le dificulta subir a la Villa de los Buhoneros e intenta parar debajo del elevado del sector, o más arriba del punto de control, la última unidad, o al menos una compasiva cola. Sin embargo, se queja de que los organismos de seguridad los corren de donde él se estaciona, junto a un transeúnte en su misma situación.
—Para nosotros, los transeúntes -afirma Espindola-, es bastante complicada la situación. Yo trabajo hasta mediodía.
Asimismo, los motivos de Manuel Casadiego consisten en hacerse de los víveres necesarios para las necesidades de su hogar.
—Es todo un sacrificio –sostiene Casadiego- Uno sale por la necesidad; pero es mejor quedarse en casa. Afortunadamente, nosotros madrugamos y algo conseguimos; y de inmediato nos devolvemos.(FOD)