Regional

Vidas dedicadas a la educación

15 de enero de 2024

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Los esposos Angélica Arellano y Simeón Molina destacaron en el campo de la educación. Ella, en las aulas de clase de escuelas rurales como maestra del estado; él, en escuelas de Hérnandez y Palmira como docente nacional. Ambos con 25 años de carrera educativa, hoy son ejemplo en el Día del Educador

José Luis Guerrero S.

Los profesores Angélica Arellano de Molina y Simeón Molina dedicaron su vida a la educación. Son un ejemplo para todas las nuevas generaciones y ambos reciben los regalos de cariño, aprecio y amor de muchos de los exalumnos que pasaron por sus manos, niños y adolescentes que hoy agradecen la educación impartida.

Ella ejerció su profesión en el nivel primaria, como maestra de adscrita a educación del estado Tàchira y él en nivel primaria y secundaria, alcanzando el grado de director en la nómina nacional del Ministerio de Educaciòn. Narran, hoy Día del Educador, parte de los recuerdos bonitos de su etapa de formación, de la enseñanza en las aulas, un proceso educativo que permitió que el amor los envolviera en 1966 para casarse, y formar una familia.

Ambos administraron el dinero que ganaban, que pese a ser poco, les permitió vivir dignamente.

Jubilados en 1985, luego de 25 años de carrera, han visto como en los últimos años la educación se ha visto afectada por las políticas de gobierno, los bajos sueldos que no permiten a los educadores cumplir su misión y en muchos casos la falta de pedagogía, de amor a la profesión.

I “Yo siempre quise ser maestra.

Angélica Arellano de Molina de entrada expresa: “Yo siempre quise ser maestra.  Me nacía del alma, porque yo quiero mucho a los niños”, dice al recordar su formación en un hogar cristiano.

Su familia no tenía recursos económicos para que saliera de la zona rural a la ciudad, a estudiar. Su mamá, Constanza de Labrador, con sus valores cristianos le dijo: “Mijita, si quiere ser maestra, algún día lo será”, y así fue.

Su maestra de primero, segundo y tercero de primaria, en la aldea Las Lagunas, comunidad rural del municipio Samuel Darío Maldonado, donde ella nació, por sus buenas calificaciones la llevó al aula como auxiliar, donde ayudó en la enseñanza de muchos niños, unos 30 o 40 alumnos por aula, en la primera fase de primaria.

“Me alegré mucho. La escuela estaba cerca de la casa y así transcurrieron como dos años. Ella me pagaba algo y todo era felicidad. Fui a Maracaibo con intenciones de dar clases, pero no hubo suerte.”

Era su destino. La postularon a un curso de seis meses para maestros en San Cristóbal. Armó su maleta y con los pocos recursos para iniciar, avanzó y pasó. “Algunos nos humillaron, a las que veníamos del campo… hubo un examen de 200 preguntas y yo pasé”. Siguió estudios a distancia en la Escuela Normal Valecillos. Se hizo maestra.

Trabajó en la aldea Las Lagunas donde ella nació, porque la comunidad lo solicitó; luego en El Zumbador, pidió cambio para La Ahuyamala y cerró su ciclo en Las Vegas de Táriba, donde culminó su fase de docente de aula con 25 años de servicio, sumado a los cinco de su etapa previa en las prácticas de aprendizaje que resumen 30 años de clases. Recuerda su paso por la escuela de La Ahuyamala y Las Vegas de Táriba.

“Yo disfruté mucho mi paso por las aulas. Siempre en la zona rural. Pagaban prima rural y por los hijos. No era mucho dinero pero alcanzaba para vivir bien”, dice en su casa de Las Vegas de Táriba, junto a su hija Mariela Molina, quien muy atenta sirve café.

— ¿Cómo fue su relación con los vecinos, con las comunidades?

— Muy activa. Mucho respeto y cariño con el maestro. Yo fui hasta enfermera en muchas oportunidades, se organizaban muchas actividades para la comunidad.  Se trabajaba con los vecinos y los jefes de las aldeas muy atentos con los educadores. El respeto era primordial en todo momento.

— ¿Cómo era la dinámica en el aula de clase?

— En el aula de clase primero era pedirle a Dios por la salud de todos, una oración, unas palabras, eso era sagrado. En el aula impartir conocimientos, la importancia de leer bien, de estar activos en los dictados, la caligrafía para mejorar la escritura. Las matemáticas para mí era una materia pesada, no me gustaba mucho pero igual la enseñé. Muchos estudiantes pasaron por mis manos.

Resume dando gracias a Dios de ser maestra. Superó todas las dificultades en su camino y reitera el amor hacia los niños y adolescentes, además de una bonita amistad como amigos. “Al estar en clase era estar en clase, pero fuera del aula éramos muy amigos… Me contaban tantas cosas de problemas familiares. En muchos casos ayudé. Bendito sea Dios”.

— Un consejo para los educadores de aula

— Que vean al estudiante como un ser humano. Es necesario conocer sus problemas de casa, sus necesidades, ser orientador en sus pasos. Yo entiendo que ahora el docente se forma en universidades, cursa postgrados, estudia mucho, se prepara mucho, pero el estudiante no, vemos muchos muchachos maleducados. Falta disciplina, más orientación por parte de los maestros, no respetan a las personas mayores. Es como que falta más contacto con los educandos. Yo me incorporé mucho con los muchachos en esta profesión que es muy linda.

II “Me gustaba la educación”

A Simeón Eladio Molina le gustaba la educación. Al culminar sus estudios de sexto grado, su hermano mayor lo buscaba para que le ayudara en el aula, en la escuela Ciudad de San Cristóbal, en Hernández, municipio Simón Rodríguez. Allí, fue bedel, en tiempos de Marcos Pérez Jiménez.

Recuerda que en esos años había muchos maestros colombianos en las escuelas y el Gobierno inició cursos de formación, los cuales él aprovecha. Trabaja en Sanidad en cargo docente, se sigue capacitando en materias profesionales y las culmina en la escuela Eugenio Fuentes de Capacho, para seguir en la Normal Valecillos.

Su destacada participación, 13 entre 100 participantes le permite seleccionar el lugar donde trabajar, y regresa a Hernández. Allí, transcurridos 18 meses de docente de aula es ascendido a director. Los últimos ocho años de trabajo los cumple en Palmira, en el grupo escolar Monseñor San Miguel en 1985, donde sale jubilado tras 25 años de carrera.

Simeón destaca que en esos años la política no estaba dentro de las escuelas. Los cargos de docentes, de director, para personal administrativo, se alcanzaban por méritos, por su trabajo en pro de la escuela y de la comunidad para los ascensos. Fue fundador del liceo Juan Pablo Pérez Alfonso, en Hernández, en los años 1973-1974.

— ¿Cómo es para usted la educación?

— Era mejor antes. La actual atraviesa por muchas situaciones difíciles que se están presentando por tantas cosas, que hacen complicado que haya calidad en la educación. Recuerdo que nosotros hace muchos años se trabajaba de lunes a sábado hasta mediodía, con trabajo de campo para enseñar en la práctica a los muchachos. Era más dedicación de tiempo, y yo veo que ahora no hay calidad.

— ¿Qué ha pasado?

— Si al docente no le alcanza lo que gana para ir al sitio de trabajo, eso es muy delicado. Sus ingresos son muy bajos. Ahora tienen más trabajos para poder llevar comida a su casa, se dedica a muchas cosas y así no se puede trabajar con más entusiasmo. Se suma el caso del alumno mal alimentado, que tiene muchas necesidades, y así cómo van a rendir. Hay muchas diferencias, muchos avances tecnológicos, pero es vital la orientación del educador para que el estudiante las sepa utilizar. Es muy importante la orientación de los padres, porque la educación empieza en el hogar. Otro aspecto negativo son los hogares disfuncionales, donde falta el padre, o la migración que se vive donde los niños y adolescentes ven partir a sus padres a otros destinos.

— ¿Lo que usted ganaba le permitió cubrir sus metas?

— No se ganaba mucho dinero, pero alcanzaba, rendía más. Recuerdo que pude sacar un carro de agencia, optar a créditos, construir la casa de la familia… Hoy día son cosas imposibles para los educadores.

— ¿Qué considera usted falta en el aula de clase en estos momentos?

— Yo veo que el maestro tiene mucha formación académica, pero a muchos le falta pedagogía, ese compromiso de saber enseñar. El docente debe tener una dimensión pedagógica en primer lugar, científica, social, familiar, política para poder entender la realidad país. Yo considero que no hay esa formación que es tan necesaria. Insisto que también se debe educar desde el amor.

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