Regional
Ya estamos a mediados de diciembre y todavía no se siente la Navidad
17 de diciembre de 2019
Por muy cruda que esté la crisis económica, la Navidad siempre será la ocasión para celebrar y congregar a propios y extraños alrededor de un espíritu de entendimiento y cariño.
Cierto es que el calendario no lo indica; pero la costumbre ha sido que por todos lados sea anunciado con bombos y platillos, incluso desde el mes de octubre.
Mes en que los aguinaldos se prestaban para celebrar por lo alto, y de paso para estrenar, regalar a nuestros hijos, a nuestros seres queridos, y todavía alcanzaba para regalar a esas personas que nos beneficiaron en el año que terminaba.
Y si los aguinaldos no alcanzaban, se sacaba de lo que ya se había ahorrado -no faltaba quien hacía sacrificios para “sanes” u otros trucos para acumular capital-, y si tampoco eso alcanzaba, entonces se echaba mano a las tarjetas de crédito, y si no se pedía prestado a un amigo, o en último caso, a un agiotista… pero, sea como sea, nada ni nadie iba a impedir que esa Navidad fuese en muchos hogares -no todos ciertamente- un derroche de abundancia, o al menos, de humilde bienestar y compartir.
Y quienes muy poco tenían, o muy poco han estado dispuestos, por convicciones personales, al boato, o no se condicionaban al consumismo; por lo menos disfrutaban de una ciudad vestida para la Navidad. Un esplendor de luces nocturnas, de decoraciones brillantes y vistosas, de pesebres suntuosos, de altoparlantes por doquier de donde brotaban villancicos, gaitas y los ritmos bailables de antaño y de moda, de televisores y radios que hasta el cansancio han repetido Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo: todo un banquete para los sentidos; todo un desborde emocional para los corazones, aun para los más duros o descreídos. Nuestras profundas creencias católicas nos impiden prescindir de la representación del Nacimiento del Dios Encarnado, y esta junto a otros símbolos como árboles, estrellas, San Nicolás, persisten en los espacios públicos, en las áreas comerciales y en muchas edificaciones de la institucionalidad pública y privada, así se tenga que recurrir al reciclaje o a los materiales más módicos.
Y ni hablar de la ilusión de los niños de recibir su juguete favorito, el cual para adquirirlo los padres solo tenían limitaciones presupuestarias; pues ahí estaban disponibles en los establecimientos especializados de la ciudad, sin tener que ir tan lejos. Una oferta muy variada se les presentaba y si no había para el juguete caro, el más económico podía brindar una alegría similar.
Sin embargo, un año más de recesión económica y de hiperinflación no nos permitirá volver a aquellas Navidades; sin embargo, quien cuenta con un ingreso en moneda foránea, ya sea posible por remesas del exterior, ya sea por algún trabajo retribuido en divisas, podrá aproximarse a las mismas, así no haya un contexto inspirador.
Es cierto, ante esta situación puede que muchos se decidan por la discreción, y otros por no concederle a lo material mucha importancia: sea como sea, la intención se mantendrá en alto, siempre en el espíritu de no dejar morir la Navidad, así sea por los niños.
Pero si pensamos en la Navidad como una época en que esa “gastadera” al menos servía para activar la economía, esa no corresponderá a este periodo, en el que a lo más que se aspira es que el monstruo de la hiperinflación ya haya entrado en hibernación. Esos centros comerciales en San Cristóbal abarrotados de clientes, que suben y bajan con afanes y muchos paquetes en sus manos, no harán parte del panorama de este año, que más bien pinta a una calma pasmosa, muy preocupante para muchos establecimientos.
Con aguinaldos que, ajustados al salario mínimo, para la gran mayoría de trabajadores venezolanos no alcanzarían a llegar al millón y medio de bolívares, la carta navideña apenas si da para un plato: o se gasta en los regalos, o en la fiesta de Nochebuena, o en la muda de ropa, o en los adornos navideños. Y ni eso, pues por nombrar algunos rubros, un pan de jamón no baja de los 300 mil bolívares; un pantalón puede no bajar de los 800 mil bolívares; un par de zapatos supera los novecientos mil bolívares. Y ni hablar de los ahorros que la recesión se ha devorado; o los inexistentes empréstitos bancarios, con tarjetas de crédito que adornan carteras.
Sea como sea, la Navidad volverá a inundar de alegría los hogares, tal vez no tan engalanada, ni copiosa como en otros años, y no “por culpa de la crisis” se apagará, sino precisamente “por ella, esa misma crisis”, se hace necesaria que ella sea encendida y brille en el corazón de todos nosotros.
Freddy Omar Durán