Víctor Matos
Fue el 6 de diciembre de 1958, en vísperas de las elecciones de la era democrática que fuera ganada por el máximo líder de la tolda blanca que los tres partidos que se enfrentaran a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, que entrara en vigencia el acuerdo para el sostén de la Democracia firmado por los principales partidos que suscribieron el llamado Programa Mínimo de Gobierno, o Pacto de Punto Fijo.
El acuerdo se venía detallando desde el 31 de octubre de ese mismo año, fijado en la residencia de Rafael Caldera y que se ajustaba a la gobernabilidad, pactado por los dirigentes de URD (Unión Republicana Democrática), por el que firmaron Jóvito Villalba, Ignacio Luis Arcaya y Manuel López Rivas; por AD, Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Gonzalo Barrios; y por Copei, Pedro del Corral, Lorenzo Fernández y Rafael Caldera.
De esta manera, los partidos firmantes, “ante la responsabilidad de orientar la opinión pública para la consolidación de los principios democráticos, han llegado a un pleno acuerdo de unidad y cooperación sobre las bases y mediante las consideraciones establecidas”, reza el introito de este emprendimiento de unión colectiva.
El compromiso, que para algunos empezó a hacer aguas desde la salida de URD, establecía la defensa de la constitucionalidad y del derecho a gobernar conforme al resultado electoral.
Resaltaba el inicio de un Gobierno de Unidad Nacional en donde deberían estar representados en Gabinete las diferentes corrientes políticas nacionales y los sectores independientes del país, mediante una leal elección de capacidades.
Igualmente, el cumplimiento de un Programa Mínimo Común para facilitar la cooperación entre las organizaciones políticas y su colaboración en el Gobierno Constitucional, basado en un programa ofrecido por cada uno de los partidos para el afianzamiento de la democracia.
Luchar contra la tiranía y todas las fuerzas en aptitud de reagruparse para auspiciar otra aventura despótica como la selección de un candidato único democrático y la formación de planchas únicas para los cuerpos colegiados.
“Consideran las organizaciones signatarias que la adhesión de todas las fuerzas políticas a los principios y puntos fijados en esta declaración es una garantía eficaz para el ejercicio del derecho electoral democrático dentro de un clima de unidad. La cooperación de los organismos profesionales, gremiales, cívicos y culturales de la prensa y de personalidades independientes con los fines así precisados, consolidarán la convivencia nacional y permitirán el desarrollo de una constitucionalidad estable que tenga en sus bases la sinceridad política, el equilibrio democrático, la austeridad administrativa y la norma institucional que son la esencia de la voluntad patriótica del pueblo venezolano”.
Lamentablemente el tiempo distorsionó tan sanos principios, y el llamado “Pacto de Punto Fijo” fue denostado y cayó en desgracia hasta ser duramente criticado por la Revolución Bolivariana tras su triunfo en las elecciones de 1998 que hizo que la opinión pública se hiciera un concepto equivocado del mismo.
”Vini, vidi, vinci”
Se llamó el “Pacto de Punto Fijo” por ser tal nombre el de la residencia de un aguerrido político de la democracia cristiana Rafael Caldera, quien se postuló luego por media docena de veces para la más alta magistratura que ocupó en dos oportunidades: de 1969 a 1974 y de 1994 a 1999.
Desde muy joven se destacó por ser un estudioso profundo de la academia, resultando graduado en abogacía, educador, estadista y un político que cultivó un verbo envidiable en los avatares de lucha por el poder que ocupó los últimos cuarenta años del siglo pasado.
Fundador del Partido Copei, había nacido en San Felipe, estado Yaracuy y llegó a la presidencia de la República primero como líder indiscutible de la tolda verde y luego por el Movimiento Convergencia, muriendo después a la edad de 93 años al culminar el siglo XX, pasando a la historia como una de las mentes más inteligentes que haya tenido el país, autor de varios libros en el que se destaca el dedicado a Andrés Bello, y un luchador de la social democracia que representaba la antípoda de AD en sus tiempos de lucha.
Fue huésped de honor en la academia internacional, un político que luchó por el bienestar del trabajador y un hombre que amó a su patria hasta el último aliento de su existencia. Pasó a la historia por su defensa permanente del sistema democrático al que dedicó todos los años de su vida.
Víctor Matos